Porfirio y su mentada de madre

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Filosofando

Criterios

 

De inmediato debió haberse calificado como un acto bochornoso. Pero no fue así. Los medios, a una, lo festinaron cual agraciada ocurrencia. Imperó el criterio que reza: si todos los mexicanos en cualquier lugar mentamos la madre, ¿por qué los diputados no? Pero es razonamiento falaz. El episodio se tornó viral. No hace falta reseñarlo. Porfirio Muñoz Ledo presidía los trabajos del congreso federal, el de la elección federal más reciente. Fue colocado al presídium con todos los lauros del triunfo arrasador de Morena.

Es el mismo cuadro para Martí Batres en el senado. Los morenos no tuvieron contrincante que les empañara o disputara el puesto. Mas la ley orgánica de estos organismos dicta que las tales presidencias tienen que rolar. Las otras fuerzas, aunque con menos votos, tienen el derecho de ocupar también la presidencia del organismo. Llegó a su término el primer año legislativo y había que recomponer las mesas directivas. Mero trámite, y vino lo imprevisto.

Batres buscó continuar encabezando los trabajos y alistó su expediente. No contaba con que Ricardo Monreal no sólo no estaba de acuerdo, sino que le opuso candidata. Se fueron al recuento y ganó la muchacha tabasqueña. Se hizo una boruca por el asunto. Se adujo como argumento de fondo que la bancada de Morena sería la encargada de decidir la postulación del candidato. En ese recuento interno fue que ganó la tabasqueña y perdió Batres. El negrito en el arroz estuvo en que, a la hora de votar, los que inclinaron la balanza fueron los de los senadores del PES, que no deberían haber votado como morenos.

La inconformidad subió de tono. Pasó al tribunal de honor y justicia del Morena. Ésta ordenó que se repitiera la elección. Para antes, intervino el propio AMLO en el litigio. La plana mayor de los legisladores morenos acudió al llamado del presidente y apechugó el regaño. Les dijo que ésas no eran formas para la 4T, que se estaban viendo muy mal. Y, de pasadita, que estaban exhibiendo también al poder ejecutivo. Los discursos salen al público. A veces se sabe que dicen unas cosas, luego otras. Y también en la definición del parlante suele haber distingos. Esta vez se puso en boca de Olga Sánchez Cordero, la secretaria de gobernación, que era mensaje de AMLO para sus legisladores, que le bajaran el tono y que corrigieran la plana.

Batres expuso que salía ileso del trance. Que la rectificación que exigía honor y justicia limpiaba el expediente y le daba el ‘triunfo moral’ a su propuesta. Pero también aclaró que no volvería a contender. El procedimiento se repuso y lo volvió a ganar Mónica, la tabasqueña. Ahora es ella la presidenta del senado y todos contentos. Hay que ver este jaloneo como mero ensaye real de lo que luego ocurrió en el congreso federal, donde la mentada de madre que profirió Porfirio Muñoz Ledo se llevó todas las cámaras.

También al viejo Porfis le habían preparado la cama para que fuera reelecto y continuara al frente de la presidencia del congreso. La mayoría morena le facilitaría la tarea. Ya se daba como un hecho que así pasaría. Y si era necesario modificar la ley para la ocasión, se cambiaría. Hubo muchas voces en torno al punto. Para unos era prueba del oportunismo y la falta de consistencia de la mayoría morena. Para otros venía siendo ajuste al lineamiento electoral con las cifras de los sufragios de la última jornada. Había otros elementos en juego, hasta lo de la solvencia histórica y la estatura política del personaje en juego.

Porfirio estaba más que dispuesto a jugar las cartas hasta sus últimas consecuencias. La bancada del PAN se soltó en improperios e insultos no sólo en contra de los morenos sino hasta con la vida privada del actor principal. Al viejo legislador lo vistieron de gualda y oro, le gritaron espurio, le rayaron los cuadernos y hasta le rompieron las medias. El buen Porfirio seguía sin inmutarse, hasta que le llegaron a lo tiernito. Entonces sí se les paró de pestañas. ¿Cómo sabemos que le llegaron a la llaga? Facilito. Un error involuntario lo delató. Se le pasó apagar el micrófono. Así que tras una intervención comedida, como suelen ser casi todas las suyas, ponderada y dirigida siempre en buenos términos, soltó lo que ya es del dominio público: “¡Chinguen a su madre. Qué manera de legislar!

¿Se le pasaría realmente, por descuido, apagar el micrófono o querría, muy en su fuero interno, que se dieran cuenta que la molestia ya le había llegado a los aparejos? Era demasiado estarse llevando de a madre. Ya le habían copeteado el plato. Tan fue claro que le picaban el hígado, que mejor declinó en su propósito de ser reelecto, puso en paz al rebaño de Morena para modificar el reglamento y que se le autorizara ‘legalmente’ seguir de jefe y, pues, doña Gloria Rojas, la panista, vino a ocupar la presidencia disputada.

El espectáculo, tan irrisorio como vergonzante, lo dieron las dos bancadas. Los de Morena buscando adecuar el reglamento al contentillo. Legislar al antojo, según lo vaya dictando la oportunidad. Y apurar todo el trago de la ignominia si el caso lo requiera. Los panistas, por su lado, vociferando improperios y denuestos en contra de la antidemocracia rampante. Pero en cuanto les favoreció el cuadro, devolver insultos por elogios, voltear la tortilla de la injuria por la del halago obsequioso y cortesano. Éstas son las dos mayorías que cuidan y elaboran nuestras leyes ¿Esa clase de cáfila merecemos de legisladores, como pueblo? ¿Irá a haber más volutas circenses como ésta? Ya lo veremos. Por lo pronto ya les dijo Porfirio a dónde acudir.

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