Primo Levi y el campo de concentración
Pseudo Longino
Este 31 de julio de 2024 se cumplirán 105 años del nacimiento de Primo Levi, escritor italiano de familia judía. Ya en esa descripción hay señales de lo que fue su vida. Para empezar, no pensaba ser escritor, él era químico. Se había graduado a los 22 años en 1941, con Francia ya ocupada, el Reino Unido luchando solo contra Alemania, Estados Unidos sin entrar en la guerra y con Hitler a punto de traicionar el pacto defensivo que tenía con Stalin.
En tiempos de fascismo, se unió al movimiento antifascista, era su lugar. Su grupo, que operaba en el campo, en las zonas serranas, fue traicionado. Y él terminó siendo trasladado, por pertenecer a una familia de tradición judía, al complejo de campos de trabajo, de concentración y de exterminio que tenía como centro el Lager Auschwitz II – Birkenau.
Eso representó un giro completo en su trayectoria vital. No ejerció la química, se vio obligado a escribir lo que vivió. En tres obras expuso su experiencia concentracionaria: Si esto es un hombre (1947), La tregua (1962) y Los hundidos y los salvados (1986), que forman lo que se conoce como “Trilogía de Auschwitz”.
Un pasaje famoso de Si esto es un hombre nos muestra a Levi intentando tomar un trozo de hielo a través de una ventana para calmar la sed. Inmediatamente, un guardia se lo arrebata. Y viene un diálogo estrujante:
- Warum? [¿por qué] – le pregunté en mi pobre alemán
- Hier ist keine warum (aquí no hay ningún porqué) – me ha contestado, echándome dentro de un empujón.
En el Lager no había porqué, no había razón ni sentido. Como todo en el Holocausto y en el nazismo, se había eliminado esa parte. Sólo había odio, represión, exterminio, guerra.
El tercer libro de la “Trilogía de Auschwitz” lleva el título de un capítulo de Si esto es un hombre: “Los salvados y los hundidos”, que alude a una clasificación que propone Primo Levi entre los hombres que habitaban en el campo de Buna-Monowitz.
Los salvados son los que logran resistir. Los hundidos son los que, como un barco, han naufragado, han sido aniquilados en vida y sólo esperan la muerte, abatidos, caídos, sin capacidad de resistencia. Por un motivo desconocido, a los hundidos los apodaban “musulmanes”. Y eran como apestados. Si se quería sobrevivir era mejor alejarse de ellos:
(…) a los “musulmanes”, a los hombres que se desmoronan, no vale la pena dirigirles la palabra, porque ya se sabe que se lamentarán y contarán lo que comían en su casa. Vale menos aún la pena hacerse amigo suyo, porque no tienen el campo amistades ilustres, no comen nunca raciones extras, no trabajan en los Kommandos ventajosos y no conocen ningún modo secreto de organizarse. Y, finalmente, se sabe que están aquí de paso y que dentro de unas semanas no quedarán de ellos más que un puñado de cenizas en cualquier campo no lejano y, en un registro, un número de matrícula vencido.
En La tregua, el segundo de los libros de la trilogía, se presenta el laberíntico trayecto de regreso a casa. Eran días caóticos, la Alemania Nazi caía, Polonia se veía liberada, pero todo estaba fuera de quicio. En lugar de irse acercando a Italia, su patria, Levi salió de Polonia hacia Ucrania, después a Bielorrusia, de regreso a Ucrania, para ir a Moldavia, Rumania, Hungría, Eslovaquia, Austria después de varios meses para llegar finalmente a Turín, su ciudad, que no había visto en casi dos años desde su captura y deportación.
El 11 de abril de 1987, a los 67 años, Primo Levi cayó por el hueco de las escaleras de su casa. Hasta ahora no se sabe si se trató de un accidente o si se quitó la vida. Si fue esto último, tendría que anotarse como una muerte más en la cuenta casi infinita de Auschwitz.