Aquí se postuló la tesis de que en ‘el pueblo’ reside la fuente esencial y originaria de la soberanía. El amplio menosprecio que sufre su aplicación nos demuestra que no es convicción política universal. Así operamos. De eso habría que hacer todavía muchos discursos y nunca terminaríamos. Pero habrá que seguir adelante.
Algunos lectores generosos, con quienes este redactor mantiene comunicación, hicieron llegar a la mesa de la redacción posturas críticas en torno a la disertación sostenida en el análisis. Entre algunas de sus objeciones postulan el dato de lo indefinido que viene a resultarnos ya el mero concepto de ‘pueblo’, así, solo, sin más aditamentos. Hemos de conceder la razón a dicha observación. Da pie, arguyen otros, a proporcionar material objetivo a muchas de las burlas hechas a la gente encumbrada de la 4T, cuando invoca a instancia tan vaporosa para racionalizar malas trazas. Al designarla, aparte como ‘buena y sabia’, da pie a cuadros de burla y desdén, orientadas a la descalificación de lo que va emprendiendo el gobierno actual.
Como lo citado en el análisis pasado se finca en el mero enunciado del texto constitucional del artículo 39°, cuanta objeción se eleve en contra de dicho axioma debe dirigirse al constituyente permanente, o en todo caso a la suprema corte, que está aplicada (o debería) a definir, traducir y esclarecer cuanta sombra o confusión nos genere nuestra carta magna. También ha de dar el fallo final a cuanto litigio genere su aplicación. Pero quedémonos en el polisémico concepto. ¿Qué entender por esa instancia vagarosa de ‘pueblo’, a la que los burlescos le agregan lo de ‘bueno y sabio’?
Una asociación prima nos remitiría a la mera masa poblacional, a quienes nos venga el saco particular de ser designados como mexicanos, sea por nacimiento o por naturalización. Habría que puntualizar algunos puntos finos en torno a que no se hace referencia a la masa poblacional en abstracto, sino a la característica particular de ella, para quienes se pueda acreditar el distintivo de ciudadanía. Es un detalle nimio u obvio, dirá más de alguno. Pero no está de más señalarlo, para evitar equívocos. Por ejemplificar nada más, para que resulte más claro todavía, de los millones de paisanos nacidos en nuestro suelo, quienes aún no han cumplido los dieciocho años, aún no están reconocidos para ejercer sus derechos de ciudadanía plena. ¿Pueden ser englobados ya o todavía no en el amplio y vago concepto de pueblo?
Pero hay puntos de real conflicto, que merecen ser revisados y sobre los que hay que pronunciarse con mucha más claridad. Corresponde hacerlo, ya lo dijimos, a las instancias políticas para ello establecidas. Veamos.
Reza nuestro artículo 4° constitucional: La nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. ¿Qué quiere decir eso? Muchos discursos sólo complican la plana. Hablan a veces de la patria. Luego le aparejan los conceptos de pueblo, raza, nación, país, sociedad, república, el gobierno, el estado. En sus definiciones, sus opuestos también entran al quite. Se hace referencia en concreto a la antipatria, a la negación de la raza, de la nación, del destino de nuestros pueblos, que no está en la tierra sino en el cielo. Sería una tarea ímproba detenerse en semejante pantano.
La alusión al pueblo o a los pueblos, remite al asunto de la soberanía, nuestro polo de atención. ¿Cómo conciliar el artículo 4°, que habla de pueblos, con el 39°, cuyo sujeto central es ‘el pueblo’? ¿Qué clase de masa amorfa es esta instancia? ¿A quién se refiere tal entidad? El pueblo, los pueblos. En el territorio actual contamos con 62 pueblos indígenas originarios. Todos ellos componen apenas el 15% de la población total. ¿Son ellos el pueblo, dejando fuera al restante 85%? Si ampliamos esta discordancia a nivel mundial, en el planeta, frente a los 200 estados nacionales reconocidos, se contabilizan 5000 pueblos perfectamente identificados. ¿Cómo equilibrar ambas instancias, para poder saber con quién identificar al referente?
De los 200 estados nacionales en el mundo, algunos son demasiado pequeños para seguir siendo reconocidos como ‘estados’. Poseen vida artificial. Estamos ante un dilema de difícil solución. La sobrevivencia del estado nacional implica, la extinción de los pueblos que lo componen. Si permanece vigente y actuante su modelo actual, la sobrevivencia de las 5000 minorías corre serio peligro. Lo más probable es que a la larga desaparezcan engullidas en su estado nacional anfitrión. Pareciera existir cierta aceptación tácita sobre el desarrollo de esta expectativa a futuro, aunque haya profetas recalcitrantes que lo advierten como una destrucción de lesa humanidad.
Hay otro escenario probable. Tal vez no sean los estados nacionales más grandes los que engullan a los 5000 pueblos ocultos, sino que, con el triunfo arrollador del modelo neoliberal sobre la faz de la tierra, aún el propio estado nacional desaparezca. En su lugar se pondrá uno solo o les sustituirán las grandes corporaciones, centralizadoras de recursos y de personal humanos.
¿No sería encomiable ir construyendo ya un modelo mundial de convivencia, de fundamental carácter anarquista, que supere el variopinto cuadro geopolítico actual, que nos permita avizorar la sobrevivencia tanto de pueblos, como de estructuras de estado nacional que demuestren funcionalidad positiva? ¿O para dónde será bueno irle dando? Como se ve, hay mucha tela de donde cortar.