Rara víspera navideña
Juan M. Negrete
Esta vez le pondremos un adjetivo al dato rutinario de esta fecha. Estamos en las vísperas de la navidad, lo cual no es novedad alguna. Cada año nos pasa lo mismo, como ocurre con todas las fechas de interés, particular o general. Los onomásticos, las bodas, las fiestas públicas, los aniversarios. En fin. En el caso concreto de la fiesta pascual de la navidad, a todos nos trae o nos revive los gratos recuerdos de la infancia. Y esto de revivir momentos de alegría real de nuestra vida es un obsequio fino. Pero hoy afirmamos que se trata de un lapso de espera que resulta raro y hay que especificarlo.
Normalmente, a los momentos de espera de acontecimientos positivos les buscamos que no estén nimbados de nubes o empañados de sombras. Esperamos luminosa su llegada. Y es que nos esplende o nos llena de más contento saborear tales instantes vitales de alegría sin el espantajo de los males, a los que no podemos eludir, pues parecen ser pareja siempre obligada de todas nuestras peripecias. Pero si logramos retirarlos tantito, mejor que mejor. Aunque suponer que lograremos sepultarlos definitivamente y para siempre sea más una quimera que una posibilidad.
A nivel global, las fiestas del año pasado tenían sólo como nube ensombrecedora la terrible conflagración que se desató entre Rusia y Ucrania. Como que no le hallábamos bien a bien las hebras para su explicación. Pero, aunque nos la pudiéramos haber explicado, sus hechos tortuosos cotidianos, la aniquilación de seres humanos, la expulsión en términos migratorios de miles o millones de habitantes antes confortablemente instalados en sus hogares, componían un cuadro desastrado. No invitaba a extender las explosiones de júbilo y de festividad, con las que nos tatuamos el cuerpo y el alma por estos días, incitando a todo mundo a sumarse a nuestro gozo.
Ya era mal recuadro éste, pero lo veíamos más o menos limitado. En otras festividades suele acontecer que coincidan escenarios similares, aunque no sean deseables. Pero ese malhadado cuadro ucraniano no se difuminó para la festividad que este año vamos a celebrar, sino que se duplicó con el genocidio que ha desatado el gobierno nazi de Israel en contra del pueblo palestino y que nos resulta igual o más cruel que lo que ocurre en Ucrania.
¡Cuánta contradicción se encierra en estos cuadros! No es mera ocurrencia el calificativo de nazi, dado aquí a la destrucción punitiva que realiza el ejército israelí en la franja de Gaza. Pero es una contradicción que nadie hubiera dado por posible. Porque los horrores vividos en los años previos y luego ya en la segunda guerra mundial en los campos de concentración regenteados por los nazis alemanes en contra de los cautivos judíos, a los que terminaron convirtiendo en jabón, nos harían pensar que estos señores no serían capaces de repetir semejante barbaridad contra otro pueblo.
Los judíos, o al menos ellos pues, ya podrían haber asumido la lección que vivieron en carne propia y no replicarla contra otras etnias o grupos humanos. Pero es justamente lo que están realizando ahora con los palestinos. Ahora son ellos los nazis y los palestinos sus víctimas perseguidas.
Y pensar que el niño mítico, del que se celebra su nacimiento en todo el mundo para esta festividad, venía a ser precisamente un niño palestino al que se le buscaba impedir que naciera en territorio israelí… En fin. Está muy claro que no hemos aprendido nada y tal vez así seguiremos de ciegos, así pasen otros veinte siglos y trotemos anhelantes en seguimiento de tantas falsas ilusiones como lo hemos hecho los congéneres humanos hasta el día de hoy.
Positivo fuera positivo este diagnóstico negativo, si pudiéramos reducirlo solamente a estos dos conflictos, suficientes para llenarnos la plana de negritud. Son más que suficientes para borronearnos la plana de la esperanza de alegría derramada para esta festividad. Pero si bajamos a casa, también vamos a registrar nubes negras ya muy domésticas. Y no hemos de referirnos tan sólo a la triste experiencia que están viviendo nuestros hermanos argentinos con su pesadilla, la que les está resultando el tal Javier Milei. Igual les pasó hace un año a nuestros hermanos peruanos que tuvieron que apechugar con el golpe de estado que les propinó su derecha, encarcelando a su presidente electo democráticamente, el maestro Pedro Castillo.
Otra vez volvemos a lo mismo. Son avatares que nos ocurren con tal frecuencia y recurrencia, que ya los vivimos como de rutina. Pero luego venimos a casa y casi casi dan ganas de apagar los fuegos fatuos de la iluminación de la alegría, que queremos prender. O si no, cómo interpretar la dureza de las leyes migratorias que ha decidido aplicar el vecino y a las que la voluntad del gobierno nuestro les sirve de comparsa. Hoy se nos habla de unos ahogados por ensayar a cruzar la frontera por donde hay arenas movedizas. Antes se habló de alambradas tendidas a medio río, también puestas para impedir el cruce de migrantes. La inventiva criminal no para. Y no se detiene ni con víctimas mortales. Y aquí no se habla de genocidio.
Si nos quedamos sentaditos en casa, sin voltear a mirar por la ventana a los vecinos, también tenemos que reportar masacres cotidianas propias, domésticas, que no paran. Sea en Guanajuato, se diga de Zacatecas, Guerrero, Michoacán, Jalisco… para donde volteemos. Rara navidad es poco. ¿O no?