Represión antes que razón y consideración al pasajero

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Como no ocurría desde hace más de 15 años, cuando el panista Francisco Ramírez Acuña reprimió ─el 28 mayo de 2004─ a los altermundistas que se oponían a la Cumbre de la Unión Europea, Latinoamérica y el Caribe, el viernes 26 de julio los antimotines estatales reprimieron violentamente a quienes se manifestaban en el centro de Guadalajara en contra del exagerado aumento al precio del pasaje urbano.

El emecista Enrique Alfaro Ramírez, quien años atrás protestaba airadamente en contra del servicio urbano, el miércoles 25 de julio dio luz verde al aumento, de 7 a 9.50 pesos el boleto a partir del sábado siguiente, 27 de julio, para satisfacer las insaciables y desmedidas exigencias del sector transportista tapatío, en el que, invariablemente, se han mezclado o han incidido intereses económicos de políticos y gobernantes y que antaño explotaban y manipulaban algunos nefastos líderes sindicales de la CTM y CROC.

Alfaro Ramírez autorizó de sopetón el incremento del pasaje de, al menos, un 35 por ciento, de 2 pesos con 50 centavos, pero que en la práctica es de tres pesos porque raramente los conductores dan cambio y los aparatos están adaptados para no reintegrar los restantes 50 centavos, un extra redituable para los camioneros.  Así me sucedió la semana pasada, y luego vi a varios pasajeros más que les ocurrió lo mismo al depositar una moneda de diez pesos, en un trayecto de entre 15 y 20 minutos entre el Mercado de Abastos y las avenidas Enrique Díaz de León y La Paz.

A ver, ¿por qué carajos no hay “vueltos” ni en los camiones, ni el Tren ni en el Macrobús cuando se usa efectivo? ¿Quién o quiénes están haciendo su guardadito para aumentar sus riquezas… o para campañas políticas?

Ahora bien, si tomamos en cuenta que el que va, también viene; esto es, que invariablemente el pasajero usa el transporte de ida y vuelta, por lo tanto tiene que pagar mínimamente 19 pesos, pero frecuentemente  éstos se convierten en 20 pesos por dos boletos.

No obstante, un elevado porcentaje de usuarios tiene que utilizar dos unidades en un sentido para ir cotidianamente a trabajar o a estudiar, porque, absurdamente, la mayor parte del pasaje termina, o empieza, en el centro de la ciudad y sin transbordos automáticos.

Al dar a conocer el aumento, Alfaro, para tratar de aminorar el impacto del repudio social, expresó  que “no sólo salimos a dar la noticia y nos fuimos”. Habló de un acuerdo con dirigentes sindicales, empresariales y cámaras del sector privado para hacer un ejercicio inédito que se traducirá en un apoyo extraordinario de 10 pesos diarios  a sus trabajadores para ayudar a mitigar el impacto de lo que significarían cuatro viajes diarios con 2.50 pesos más en cada uno.

Después habló de reconstruir “todo el modelo de movilidad”, y que al final de todo esto se tendrá “un sistema de transporte integrado, moderno y con una tarjeta universal de pago electrónico con el que será posible hacer descuentos…”

En una palabra, el gobernador prometió, como ya tantas veces lo hemos escuchado a lo largo de los años de otros mandatarios desde que tengo memoria periodística, de que con el aumento al pasaje se va a mejorar todo, pero es lo mismo que vengo escuchando desde el siglo pasado y el transporte en la zona metropolitana de Guadalajara sigue siendo de tercer mundo y manejado, mal, por unos cuantos desde siempre, salvo muy honrosas excepciones, como puede ser el Tren Ligero que ha venido decayendo en su servicio por falta de mantenimiento, malhechuras inauditas en su construcción –así sean heredadas tanto de la parte estatal como de la federal– y retraso en la terminación de la Línea 3 cuando ya quieren arrancar con la cuatro.

¿Por qué primero no mejorar todo el sistema de transporte urbano y luego aumentar? ¿Por qué el antiguo Alfaro que antes reprochó un montón de defectos en el sistema de este servicio ahora se compadece y dice que los empresarios transportistas están perdiendo?

Si bien el transporte público y toda la cuestión de movilidad debe redituar en alguna medida para sobrevivir y mejorar, ¿por qué no exigir primero a quienes lo tienen o lo operan modernización y eficiencia y luego darles los razonables aumentos, pero sin ahogar al estudiante, al asalariado que apenas si tiene para sobrellevar la vida?

Son las promesas gubernamentales de siempre, de hace más de 40 años. En cambio, sí se reprime con golpes y detenciones cuando la gente se manifiesta inconforme por un aumento tan inmerecido como exorbitante.

No es en balde que la sociedad –así sea apenas una pequeña parte– se moleste y de alguna forma manifieste su inconformidad y hasta le llamen represor al mandatario, cuando lleva menos de ocho meses en el cargo y ya empiezan a pedir su renuncia.

El ver más por los que tienen recursos y poder, y ser indiferente, y en ocasiones dar paso a la arrogancia, a la prepotencia y al abuso de la fuerza, para nada son buenos consejeros. Y menos cuando no se es muy afín a quien preside el Poder Ejecutivo federal.

Vámonos con calma y prudencia y nos amanecemos.

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