Rollos sobre el sentido crítico

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Los detractores constantes de la 4T le buscan en cada pliegue del vestuario cuantos defectos les sea posible, para descalificarla por supuesto. Mucha gente se molesta por verlos aplicados a dicha tarea, pero no hay razón para el denuesto. Es tarea que deberíamos sostener todos y en todos los frentes. Es cuestión nada más de precisar los distingos. El señor AMLO pone casi todos los días en la picota a muchos de estos críticos. En nuestro pasado reciente, en el período de esplendor de nuestro prianismo, ni la boca abrían para señalar lacras. Todo les parecía debidamente planchado, de manera que transitábamos, según sus ojos, por el mejor de los mundos posibles. Ahora andan desatados, enfurruñados en colgarle santitos hasta a la más mínima ocurrencia al poder ejecutivo actual.

La explicación de esta asimetría es que antes desfilaban modositos y callados.  Ahora despotrican hasta por quita allá estas pajas. El gran público sostiene que antes recibían carretilladas de dinero y que ahora les alzaron el zarzo. El embute, chayote, mochila, o como se les llame a las dádivas generosas para el soborno con que se compraban las plumas, fluía sin represas. Claro que remojaba y charpeaba no sólo por echarle porras al poder, sino para guardar silencios convenientes, si no salían bien las tretas a los titulares de los puestos de mando. No hay reglas escritas en estas rutinas, pero las conocemos.

Víctor Roura  (https://www.enlalupa.com/2020/09/09/el-caso-nexos-enconos-lealtades-enriquecimientos-corrupciones-argucias-lamentos-victor-roura/) denuncia, en un análisis extenso, distintos modos de acomodo utilizados por Héctor Aguilar Camín, para dar paso a abundantes emolumentos provenientes desde el poder, tanto para saber callar como para entrarle a justificar los actos del poderoso. Es la relación del intelectual con el príncipe, hubiera dicho Maquiavelo. Uno detenta el poder y el otro aplaude. Por supuesto esta mercancía tiene un precio y hay intelectuales que lo cobran.

Víctor Roura fue compañero de Camín en varios espacios. Le descubrió muchas tretas, con que éste disimulaba sus racionalizaciones. Como Roura no aprobaba tales contubernios, siempre tenía que salir del círculo de las simpatías de Camín. Es denuncia suya. Podemos darle el crédito que respalda la larga trayectoria de ambos en el hacer de las letras de nuestro medio. De los comentadores, unos dan razón a Camín. Pero la mayoría parece coincidir con el juicio sumario con que Roura encuera al director de la revista Nexos, centavera y vendida.

Uno de los puntos más complejos a observar, dentro de la convivencia civilizada, es justamente esta relación que ha de establecerse entre quienes detentan el poder y quienes cultivan el ejercicio intelectual, que se sustenta como pensamiento crítico o no es ejercicio intelectual. Pero hay que precisar un punto clave dentro de esta discusión, que no se suele aparecer siempre postulado o si aparece no se insiste en él lo suficiente. No habrá que ahorrarse melindres entonces para señalarlo ahora.

Casi todo mundo acude a los ejemplos históricos de los grandes intelectuales, que han puesto una valla infranqueable entre sí mismos y los hombres que detentan el poder. Se cita casi siempre al buen Sócrates, epítome de la crítica y de la congruencia en la democracia ateniense, que no se arrugó en aceptar la pena de muerte por sostener la validez de sus asertos ante la arbitrariedad de sus fiscales. Es historia muy trabajada en las aulas y en las consejas populares. Nos podemos ahorrar los detalles.

Lo mismo podemos decir de otros grandes intelectuales del pasado, como Giordano Bruno, que fue incinerado en la pira en el año de 1600, por oponerse a difundir la visión acartonada del universo que difundía el clero católico. Los calvinistas quemaron, por razones similares, al médico catalán Miguel Servet, porque andaba propagando que el corazón funcionaba como una bombita en el cuerpo humano para hacer circular la sangre.

¿Qué no decir del buen Marx, al que los poderosos le cerraron todas las puertas posibles, de universidades y de empleos, por andar propalando que nuestras economías funcionan a partir de la explotación humana, de los más picudos sobre los menos avisados? No sólo denunció tamaña injusticia ancestral, sino que proponía cómo ponerle fin. Su atrevimiento le costó que pasara toda su vida en la miseria, pues le cerraron cuanta puerta quiso abrir, para aliviar las penurias de su peculio particular concreto.

Podemos abundar en ejemplos, que sobran. Pero la deficiencia enorme que alcanzamos a avizorar reside en el hecho de que siempre se centra este debate en torno a santones, en torno a personajes destacados. Se da a entender que es tarea de sólo unos cuantos eso de buscarle la cuadratura al círculo, en el ejercicio de la crítica y el donaire de nuestros actos de congruencia. Tarea exclusiva de exquisitos. Cuando la pretensión atinada debería aplicar tal ejercicio al grueso de la comuna. Es un derecho que debe horizontalizarse. Hasta que lo practiquemos todos los ciudadanos, o una muy buena mayoría de nosotros, veremos que la carreta será echada a andar. En tanto no lo hagamos todos o la gran mayoría, seguiremos viendo nuestra carreta social atascada y detenida. Y no hemos de echarle la culpa a nadie, si no cogemos entre todos el toro por los cuernos. Alguna vez habrá que empezar.

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