Josefina Reyes Quintanar
Imágenes por todos lados, y la facilidad de una pantalla para acceder a todo. Vivimos en la “Caverna de Platón” en la que confundimos las sombras proyectadas con la realidad.
Guy Debord, autor de “La sociedad del espectáculo” que fue publicado en 1967, retoma algunas ideas básicas de Karl Marx como las del fetichismo de las mercancías y la enajenación y las aplica a la época actual de la mercadotecnia y las redes sociales, aunque Debord ni siquiera las concebía por los años en lo escribió.
En estos días la relación social entre personas es mediada por imágenes. Anteriormente, lo que determinaba las relaciones humanas eran conceptos como la familia, la religión, la comunidad etc. En nuestra sociedad del consumo todo esta basado en imágenes, en el internet o la televisión, lo visual. Estamos ante una dominación de la economía sobre la vida social, una evidente degradación del ser en tener, la humanidad ya no se identifica con lo que uno es sino con lo que uno tiene. Y lo que es peor, ya no es sólo el tener sino el parecer, donde todo “tener” debe hacerse notar, extraer su prestigio inmediato y su función última. Del ser, al tener, al parecer.
Es muy común actualmente que las personas ya no disfrutan un concierto en vivo, lo visualizan a través de la pantalla de su celular, con el fin de grabarlo. Y no van por la experiencia de la música, sino por la utilidad que su representación les da en la mirada del otro. El fin es publicarlo en redes sociales, para que otros lo vean y envidien o aplaudan la asistencia a dicho concierto.
La imagen publicitaria ya no está enfocada en el objeto, sino en relaciones sociales. Venden un producto donde se muestra a futuro el resultado de tu propio yo con el uso de ese objeto y ser la envidia de otros. No se trata del tener, sino del parecer. Lo que queremos es ser felices, y lo que provee esa felicidad no es el objeto o la mercancía en sí, sino el juicio que su obtención provoca en otros. Juegan con la autoestima de las personas. La paradoja de las redes sociales, las que en lugar de volvernos más sociables nos convierten en seres aislados y depresivos, dependiendo de la aprobación del otro.
Anteriormente, Marx les dio dos valores a los objetos: valor de uso y valor económico o valor de cambio, es decir, la utilidad del objeto y el precio o valor qué se le da. En 1972 Jean Braudillard asignó otros dos valores más a los objetos, basándose en su teoría de la sociedad de consumo: el simbólico y el de signo. El típico ejemplo del reloj nos sirve para definir estos valores. Su valor de uso es la hora que nos da, su valor económico es el precio que tiene en el mercado, si es un reloj que me regaló mi padre, tendrá entonces un valor simbólico y si a todo esto nos referimos a un rolex con diamantes tenemos un valor de signo que representa un estatus social. El énfasis en Braudillard en el valor está en lo social, por lo tanto, en el consumo. Actualmente nuestro consumo de objetos es primordialmente social, no material, los objetos ya no satisfacen necesidades, sino que son para crear un estatus.
Toda esa cosmovisión del mundo de apariencias en que vivimos se ha materializado de manera tal que ya es parte de nuestra calidad de vida, el comprar y tener representa una buena vida. El consumismo llegó, no de una forma violenta, sino a través de medios culturales en los que propaga su ideología. Ahí tienen a los influencers que presentan una ilusión de vida que todos sus seguidores creen real y aspiran a ella. Guy Debord muere en 1994, viendo la creciente integración del espectáculo al mundo real. Debió morir pesimista, y eso que se libró de lo que ahora es la humanidad.