¿Sexo en la calle? ¡Tiene permiso!

Felipe Cobián Rosales
Errare humanum est. Es propio del hombre equivocarse.
Sin dejar pasar errores no graves que se cometieron durante el tiempo que estuvo al frente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Jalisco, Lupita Morfín Otero no sólo tuvo una actuación destacada con importantes recomendaciones, sino que, además, fue valiente al enfrentarse a complicidades entre autoridades federales y un presidente de la misma CNDH.
Después, como comisionada contra femenicidios en Ciudad Juárez, hizo lo que pudo y hasta donde pudo investigó y rindió su informe.
Sin embargo ahora, como regidora de Guadalajara (MC), se equivocó. O tal vez fueron sus asesores, para lucirse y no pasar inéditos, quienes la llevaron al error de modificar el Reglamento de Policía y Buen Gobierno (Artículo 14, Fracción III) y, en la práctica, permitir actos sexuales en lugares públicos contraponiéndose al Código Penal estatal (Art. 135) que impone prisión de tres meses a dos años en casos de “ultrajes a la moral y a las buenas costumbres e incitación a la prostitución”.
La modificación, como para sentirnos ultramodernos y en primerísimo mundo, consiste en atar de manos a policías para que no actúen en flagrancia –“porque extorsionan a las parejas”, han dicho–, salvo denuncia en contra de quienes sostengan “relaciones sexuales o (realicen) actos de exhibicionismo de índole sexual en la vía pública, terrenos baldíos, centros de espectáculos, interiores de vehículos (…) con vista al público”…
Cuando hoy nada se enseña sobre las obligaciones de las personas y sí se habla tanto de derechos, Morfín Otero, abogada y con experiencia en derechos humanos, argumenta que la modificación al reglamento se hizo con “el enfoque de protección a personas o grupos vulnerables o vulneralizables: niños, personas de la tercera edad, con un enfoque de paz, de solidaridad, de convivencia digna”…
En otras palabras, evaden el problema de la corrupción policiaca y legitiman el libertinaje, aunque en el papel sigan siendo faltas. Solo falta que, al rato, los uniformados tengan que pedir permiso para actuar ante robos, asaltos o una flagrante violación que es lo que puede suceder.
Pregunto: ¿Desde cuándo la fornicación en público –entre parejas hetero u homosexuales– y el exhibicionismo son un derecho humano? Más que necesidad callejera es una necedad, o locura. Para eso hay lugares y moteles. O hasta shows en algunas latitudes.
Ni en los más remotos tiempos y lugares del planeta –salvo en Sodoma (el Génesis no lo aclara, pero se intuye) y en las orgías de la decadencia romana–, con credo o sin credo, paganos o creyentes, se han permitido tales aberraciones públicas.
Por otra parte, no se entiende cómo es que se va a “proteger” –¿y de quién?– a personas, grupos vulnerables y menores que ahora tendrán espectáculos con permiso en calles, parques, etcétera, sin importar traumatizarlos o escandalizarlos al decodificar el mensaje que se les dará y heredarán con este estado de cosas pudiendo ellos ser víctimas, como ha habido tantos y tan lamentabilísimos casos en todas partes aun de judas con sotana.
Signo de los tiempos. Ahí está la sentencia: “¡Ay de aquellos que hagan tropezar o caer a estos pequeños (…) más les vale atarse una piedra de molino al cuello y echarse al mar!”…
Tampoco entiendo de cuál paz, solidaridad y convivencia se habla si al aprobar la iniciativa, más avanzada que el último grito de la moda, no se pensó que el “derecho” que pocos reclaman se convierte en atropello para el de enfrente, para la mayoría. Su “derecho” termina donde empieza el del otro. O sea, ¿en dónde su obligación de respeto mínimo.
Luego nos asustamos de cuanto sucede a nuestro alrededor si como autoridad o como simple sociedad somos generadores de la disfuncionalidad con nuestra indiferencia o con nuestro activismo así sea solo para decir que estamos in, hacer acto de presencia, o hasta para atraer reflectores.
Por eso no hay que olvidarnos de la tierra que pisamos y menos de nuestros alcances y limitaciones. Tanta más responsabilidad tiene quien sabe más.
Todos los humanos fallamos. Pero como Lupita Morfín, al fin poeta, dice: “En tiempo nublado también amanece”.

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