Silencio de las violencias

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Eduardo Jorge González Yáñez

 

Al encierro todavía le falta. A pesar de que se ha dicho que alcanzaríamos el punto máximo de la curva de contagios en estos días, el país apenas entra en la fase de mayor propagación y el número de personas enfermas aumenta vertiginosamente. La pandemia va para largo, ha dicho Ignacio Ramonet en su majestuosa investigación, publicada en el diario La Jornada, e incluso habla de la posibilidad de que el virus regrese el próximo invierno. El piso que algunos creían firme se mueve debajo de nosotros y nos deja puras incertidumbres y la impostergable necesidad de transformarnos.

Pero el machismo no está en cuarentena. Incluso, se manifiesta con más fuerza que antes de la pandemia: las condiciones de hacinamiento en las que vive el encierro casi 40 por ciento de las y los mexicanos, junto con la presión económica que enfrentan millones de familias en medio de la crisis, se han convertido en un espinoso detonante de la violencia género en el entorno doméstico. Durante el mes de marzo, en el que arrancó la Jornada Nacional de Sana Distancia, hubo 115 mil 614 llamadas al 911 para reportar incidentes de violencia familiar, de pareja, violación, acoso sexual y abusos. Las cifras no tienen precedente. El número de reportes recibidos en marzo es 28 por ciento superior al de enero y 22 por ciento superior al de febrero. Las entidades federativas que encabezan este cuadro de horror son Baja California, con 10 mil 991 llamadas; Nuevo León, con 6 mil 366, y Jalisco (no se puede quedar atrás), con 5 mil 729 (Ibid).

La situación es muy oscura y peor de lo que parece. Comprenderla merece tres párrafos: en Jalisco, 431 mil 300 personas viven en situación de hacinamiento, en una casa donde hay más de 2.5 ocupantes por habitación.  Y de regulación gubernamental ni hablemos. Entre 2009 y 2020, en Jalisco se construyeron 231 mil 660 casas económicas, de las cuales 220 mil 233 tienen una superficie menor a 60 metros cuadrados (Ibid). En español, esos se llaman huevitos y son un hervidero de violencia.

Por otro lado, resulta fundamental comprender algunos elementos cruciales en la generación de violencia a manos de varones, cuya psique es incapaz de adaptarse a las condiciones del confinamiento. A saber, ¿cómo opera la frase quédate en casa en aquellos hombres para quienes la configuración de lo masculino está necesariamente asociada con el espacio público?, y ¿cómo se traduce en violencia el estrés generado por la escasez económica, en un hombre del que se espera que sea el proveedor del hogar?

A la par se encuentra el factor de la desproporcionada cantidad de horas que dedican las mujeres, en relación con los hombres, al cuidado de otras personas en el espacio doméstico. Según el Coneval, en México las mujeres dedican, en promedio, 28 horas (no remuneradas) a la semana sólo al cuidado de terceros, además de 22 horas a tareas del hogar (La Jornada, 07/marzo/2020). En tiempos de pandemia y confinamiento obligatorio, la tensión acumulada por la sobrecarga de estas tareas es inimaginable.

Entender el ambiente que se genera en las casas, y cómo eso se convierte en violencia, no es justificar. La situación es inaceptable y ni siquiera es la escena completa. Es decir, no toda la violencia son golpes o abusos sexuales y no todos los casos se reportan, de tal manera que con los datos anteriores sobre las llamadas de auxilio, es impreciso concluir que 155 mujeres son violentadas cada hora en México. No todas las mujeres tienen la posibilidad de llamar y no todas las llamadas son atendidas. La violencia en razón de género se reinventa todos los días y rastrearla, en sus formas más imperceptibles, es una tarea titánica pero inaplazable.

Muchas activistas denuncian la misoginia en las instituciones, y tienen razón, pero con o sin misoginia, ¡las instituciones son insuficientes! (Que se vayan al diablo con esas instituciones caducas que no sirven para nada, dijo en su momento López Obrador). La burocratización del Estado ha hecho de los servicios públicos de emergencia una basura. Si el o la operadora determina que la situación que se reporta no es suficientemente grave, entonces no es atendida. Sólo falta que las víctimas llamen en su lecho de muerte, a ver si son escuchadas. Pero el caso es que, por una u otra razón, muchas mujeres ni siquiera llegan al punto en el que les niegan la atención. Ese es el meollo de asunto.

La doctora Erika Loyo Beristáin, expresidenta del Instituto Jalisciense de las Mujeres (cuando todavía existía), lo dejó muy claro durante su intervención en un foro reciente: se piensa que la violencia siempre es ruidosa, pero no necesariamente es así. El 911 es simplemente insuficiente. Lo reactivo e inmediato son las llamadas de auxilio, pero hay mucho más que no vemos y, por ello, es urgente habilitar nuevas redes de apoyo comunitario, apoyar liderazgos femeninos y poner el cuidado al centro. Hay que visibilizar la violencia contra las mujeres en todas sus formas y para eso se necesita solidaridad y creatividad política, formar comunidad para escuchar los silencios de las violencias.

La antropóloga feminista argentina Laura Rita Segato habla de que no se puede apostar todo al Estado. Sí, hay que crear nuevas estructuras institucionales porque las existentes, evidentemente, no sirven, pero, más importante, hay que reconstruir lazos, reforzar vínculos y, en palabras de Segato, mostrar otras formas de felicidad que también valen la pena.

Además, Rita Segato propone una distinción fundamental: las violencias contra las mujeres deben redefinirse porque, tal como se etiquetan ahora, se asocian a lo privado cuando en realidad, nada tienen de privado. De tal manera que la violencia es doméstica, sí, pero también política: violencia doméstica que es, al mismo tiempo, política. “La violencia no debe ser minorizada —dice la antropóloga—, es un tema plenamente político y debe ser considerada como tal”.

Que una emergencia no tape la otra. Se deben fortalecer el tejido social y las lógicas de organización comunitarias frente a la vigente sociedad de consumo, y desarrollar nuevas formas de integración social alejadas del inviable pensamiento neoliberal. Sin duda, el confinamiento obstaculiza la construcción de la organización social de la que hablo. Sin embargo, ¿qué ocurrirá cuando la cuarentena termine? ¿Qué podemos aprender del inédito aislamiento social y cómo responderemos a ello?

El tema del cuidado es esencial: ¿quién hace la sopa?, ¿quién tiende la cama?, ¿quién cuida a los enfermos y a las personas adultas mayores? Son preguntas esenciales para evidenciar quién cuida y reproduce la vida en esta pandemia y cimentar una sociedad verdaderamente regenerativa, basada en la reparación. No podemos pecar de inocentes. Un virus no detiene el machismo, pero tampoco la revolución. Ahora más que nunca deberemos seguir luchando para asegurar, a todos y a todas, una vida libre de discriminación y violencia.

 

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