POR PEDRO MELLADO
Es el epílogo cruel, triste y vergonzoso de un sexenio de desgracias, de incuria y de menosprecio por la vida y la muerte de quienes han sucumbido entre la tragedia y el abandono, entre la desesperación y la angustia, de los que nunca se quedarán extraviaron en el olvido, ni aún en los aciagos tiempos de la más extrema oscuridad, porque siempre habrá quien clame por ellos.
Es la herencia maldita de gobiernos insensibles, groseramente desdeñosos de su responsabilidad y de su compromiso, ajenos a la vergüenza honrada y al pudor decente.
En el camino, entre el lodo y la tierra, quedaron grabadas las huellas de los despreciados, de los abandonados, de los miles que, pese a todo, nunca han sido olvidados, porque habitan en el dolor profundo de quienes los buscan con desesperación.
Integran la martirizada legión de los seres sin rostro y sin rastro, de quienes no existe un registro confiable, ni de sus almas ni de sus cuerpos, cuya memoria triste perdura en el afanoso amor con el que son buscados por quienes no se resignan a su ausencia y al olvido.
El diario Mural dijo el pasado jueves 20 de septiembre que 273 cuerpos peregrinaron por la zona metropolitana de Guadalajara, amontonados en la caja refrigerada de un tráiler, en busca de un destino y de reposo.
Otros 49 permanecieron -dentro de otro refrigerador rodante- en los patios del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. En suma, 444 cuerpos cuya dignidad fue confiada a esa institución padecieron los agravios del desprecio.
En los seis años del gobierno del priista Jorge Aristóteles Sandoval Díaz nunca se procuró un espacio en el que pudiera reposar su póstuma dignidad, por lo menos mientras se integraran los expedientes con los argumentos periciales que pudieran propiciar su identificación.
El lunes 1 de octubre la plataforma digital Animal Político amplió la dimensión de la tragedia: “Entre enero de 2007 y marzo de 2018, los servicios forenses de Jalisco preservaron al menos 760 cuerpos sin identificar”. Al menos “413 cadáveres, acumulados entre 2007 y 2009 fueron incinerados”.
Agrega: “A los 413 cuerpos no identificados incinerados por las autoridades, habría que sumar otros 480 cuerpos que se perdieron tras ser donados a escuelas de medicina para la realización de prácticas estudiantiles”.
El pasado 29 de septiembre El Informador precisó: “De acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), de las 36 mil 265 desapariciones documentadas en el país, 17 mil 522 (48%) son de personas que tienen menos de 30 años. En la Entidad, tres de cada 10 son de menores de 25 años”.
Hay una cifra negra de desapariciones que nunca son denunciadas. Lo que poco varía es la infamante clasificación de la desgracia: hasta el 31 de octubre de 2017 el RNPED ubicaba en el primer lugar nacional en personas desaparecidas a Tamaulipas, con 5 mil 991 casos; en el segundo lugar aparecía el Estado de México, con 4 mil 217 personas a las cuales se les ha perdido todo rastro y en tercer estaba Jalisco, con 2 mil 971 desaparecidos.
POR PEDRO MELLADO
Es el epílogo cruel, triste y vergonzoso de un sexenio de desgracias, de incuria y de menosprecio por la vida y la muerte de quienes han sucumbido entre la tragedia y el abandono, entre la desesperación y la angustia, de los que nunca se quedarán extraviaron en el olvido, ni aún en los aciagos tiempos de la más extrema oscuridad, porque siempre habrá quien clame por ellos.
Es la herencia maldita de gobiernos insensibles, groseramente desdeñosos de su responsabilidad y de su compromiso, ajenos a la vergüenza honrada y al pudor decente.
En el camino, entre el lodo y la tierra, quedaron grabadas las huellas de los despreciados, de los abandonados, de los miles que, pese a todo, nunca han sido olvidados, porque habitan en el dolor profundo de quienes los buscan con desesperación.
Integran la martirizada legión de los seres sin rostro y sin rastro, de quienes no existe un registro confiable, ni de sus almas ni de sus cuerpos, cuya memoria triste perdura en el afanoso amor con el que son buscados por quienes no se resignan a su ausencia y al olvido.
El diario Mural dijo el pasado jueves 20 de septiembre que 273 cuerpos peregrinaron por la zona metropolitana de Guadalajara, amontonados en la caja refrigerada de un tráiler, en busca de un destino y de reposo.
Otros 49 permanecieron -dentro de otro refrigerador rodante- en los patios del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. En suma, 444 cuerpos cuya dignidad fue confiada a esa institución padecieron los agravios del desprecio.
En los seis años del gobierno del priista Jorge Aristóteles Sandoval Díaz nunca se procuró un espacio en el que pudiera reposar su póstuma dignidad, por lo menos mientras se integraran los expedientes con los argumentos periciales que pudieran propiciar su identificación.
El lunes 1 de octubre la plataforma digital Animal Político amplió la dimensión de la tragedia: “Entre enero de 2007 y marzo de 2018, los servicios forenses de Jalisco preservaron al menos 760 cuerpos sin identificar”. Al menos “413 cadáveres, acumulados entre 2007 y 2009 fueron incinerados”.
Agrega: “A los 413 cuerpos no identificados incinerados por las autoridades, habría que sumar otros 480 cuerpos que se perdieron tras ser donados a escuelas de medicina para la realización de prácticas estudiantiles”.
El pasado 29 de septiembre El Informador precisó: “De acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), de las 36 mil 265 desapariciones documentadas en el país, 17 mil 522 (48%) son de personas que tienen menos de 30 años. En la Entidad, tres de cada 10 son de menores de 25 años”.
Hay una cifra negra de desapariciones que nunca son denunciadas. Lo que poco varía es la infamante clasificación de la desgracia: hasta el 31 de octubre de 2017 el RNPED ubicaba en el primer lugar nacional en personas desaparecidas a Tamaulipas, con 5 mil 991 casos; en el segundo lugar aparecía el Estado de México, con 4 mil 217 personas a las cuales se les ha perdido todo rastro y en tercer estaba Jalisco, con 2 mil 971 desaparecidos.
Pese a la gravedad del problema, en nuestro país no hay piedad para el dolor de los pobres y desvalidos.
Pese a la gravedad del problema, en nuestro país no hay piedad para el dolor de los pobres y desvalidos.