Sobre la Salvación de los mortales.
Alfonszo Rubio Delgado
Es muy conocido en los círculos religiosos el formulismo obligado para ir al cielo. En él se destacan los mandamientos y todos aquellos límites marcados por la deidad. De todo ello se desprende una conclusión: llegar al cielo, llegar a la gloria. Ciertamente, después de haber cubierto el requisito que significa obediencia ciega e incuestionable. Esto, conociendo los límites, filias, fobias debilidades y demás vicios humanos.
Ante esto, se han impuesto topes, tarifas y muchos elementos de tortura. Al parecer, con el fin de mercantilizar nuestras deficiencias. Dejando de lado la consolidación y despliegue de los potenciales humanos. Todo dentro de una cultura del miedo, la desesperación y el crujir de dientes. Existen feligresías retrasadas en mente y tiempo. Por el manejo de ese extraño fenómeno en fondo, se niegan a aceptar ese manifiesto engaño. Cuál si, una vez desatado aquel despliegue, perdiese sabor el hecho de vivir. Tragar de sopetón verdades suficientes nos impide entender al absoluto. Con ello le perdemos sabor a la existencia.
El cielo prometido es lo “bueno”. Si nos “portamos bien” iremos a parar allá. Legendarios santos han existido. Con extensos tratados y forzada racionalidad, han demostrado la certeza de las promesas de aquella divinidad. Todo en un plano ajeno a la realidad verificable. Pero con refuerzos de inquisiciones, índices discursos sobre grandiosidades. Aparatosas torturas en las que cualquiera se ve empequeñecido.
Aunque, por otro lado aparecen exabruptos como los de Rodrigo Borja, el Papa. Estos destruyen en la mente colectiva, lo que aquellos cimentaron. La perversidad de los torturadores queda expuesta por la no menos fatal desviación sexual de los altos jerarcas eclesiales. Quedando con ello una gran deuda a nuestras almas.
Dice Agustín de Hipona, en su sermón 169 11 13, Dios “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti”. Salta a la vista, el asunto de la “salvación”. Cosa incuestionable. Es decir, está totalmente aceptado. Significa esto que, dada su característica es obligado. Todo mundo necesita ser salvado. ¿Por qué? Porque ser salvado es lo mejor y ser condenado lo peor. ¿Por qué? Porque si te condenas te vas al infierno a sufrir el castigo eterno. Si te salvas, te irás a la gloria a disfrutar el gozo eterno. ¿Por qué? Porque has cumplido con los mandamientos de Dios y la santa madre.
Ahora bien, andando en los placeres humanos, llegado el momento, uno se satura. Ello en mi experiencia personal. Luego, ya no quiero participar más de aquel placer. La naturaleza humana tiene límites. Cuando estos son vulnerados, ocurre la crisis. En contraparte, los sufrimientos acumulados también saturan. Lo hacen al grado de obligar a los individuos a buscar equilibrar la situación. De esta forma, se recurre a estimulantes que atraigan euforia. Después de una serie de desafortunados sucesos.
De esta forma, si me voy al cielo ¿No me voy a saturar con el gozo absoluto? ¿No será, el disfrute total, nocivo para mí individualidad? Obviamente, el sufrimiento total por el infierno prometido es nocivo. Luego, ¿esto significa la nocividad de ambos extremos? ¿Aquí, en nuestro cuerpo terráqueo, podemos encontrar el equilibrio? Es decir que si hay demasiado sufrimiento ¿Puedo alcanzar el equilibrio con un estimulante como el deporte, o una bebida espirituosa etc. etc.? O bien ¿andando en los placeres, cortar con ellos por estar saturado? No puedo integrarme a la divinidad por haber sido creado sin mí. Luego ¿La gloria me es nociva? Esto, por ser creado por una divinidad, sí, pero ajeno a ella. ¿El sufrimiento eterno es nocivo? Sí, por haber sido creado sin mí como individuo. Ajeno a la divinidad y creado por ella. Sin representatividad ni signo ni sello divinos. No le causo ninguna inquietud a mi creador. Al contrario, puede que hasta se complazca en mi castigo. Un dios muy cuestionable.
A todo esto, por lo aquí expuesto, en relación a los equilibrios ¿El cielo es la tierra? O al revés ¿La tierra es el cielo?
¡Saludos amig@s!