Sobre nuestra conflictiva vecindad

Sobre nuestra conflictiva vecindad

Juan M. Negrete

Con nuestros vecinos gringos se da un tapete continuado de conflictos y enredos, a los que no se les halla fácilmente la punta. Esta situación debe parecerse a la de otros países vecinos. Dado que los seres humanos somos demasiado complejos, no tenemos entonces la exclusiva con estas dificultades. Pero tenemos que buscarle su lado a lo que aquí nos ocurre, porque no se puede vivir en sobresalto permanente.

La más reciente trastada se refiere a un impuesto extra del cinco por ciento que el congreso gringo acaba de ventilar por una iniciativa republicana. Se trata de una mochada, para ellos, de las remesas que nos envían a casa nuestros trabajadores emigrados. Como tenemos por allá a millones de desplazados nacionales, desempleados aquí, que se fueron a buscar fortuna con los gabachos y le hallaron la cuadratura al círculo, trabajan y mandan parte de las ganancias que obtienen a los familiares que  dejaron por acá.

Para buena fortuna de estos laboriosos migrantes nuestros, la iniciativa acaba de ser derrotada. Veintiún legisladores votaron en contra de tal medida, aunque dieciséis la votaron a favor. Vino a ser sorpresivo el resultado, del que se hablaba de una aceptación más cerrada. E incluso se manejó la opción aprobatoria, lo que hubiera ampliado el caudal de las inconformidades legales entre ambas comunas, la gringa y la nuestra. Nos dan entonces un respiro, por lo pronto.

El problema es que este asunto en particular viene a ser uno entre muchos. Apenas ayer estábamos escuchando otro trajín similar con el lío del gusano barrenador. Una plaga que deambula con el ganado, que viene del sur del continente y que tiene que pasar por nuestro territorio, pues por aquí transita el ganado que consumen los gringos. Por supuesto que al entrar el ganado en nuestros horizontes, si traen aparejada consigo la plaga, nuestros bovinos no son inmunes y también le entran a la danza del contagio. Para el gobierno gringo está a la mano siempre una solución draconiana: se cierra la frontera a los bovinos y punto.

Ya nos estuvo intruyendo la presidencia sobre los pasos dados con sus homólogos gringos para reducir y, si se puede, eliminar este daño. Son procesos estrictos, pues la salud de nuestras comunas no se ha de poner al filo de tales riesgos. Mas vemos que las autoridades gringas recurren a las medidas duras sin decirnos ‘agua va’. Por eso sorprenden al despistado o al ocupado en otros menesteres. Se parecen un poco estos arranques de los bolillos a la imprevisión que se la atribuía a Villa, cuando caía en manos de sus tropas un desconocido: fusílenlo y después viriguan. Como que no están tan lejos de este modus operandi.

Hace un mes apenas, el tema sobre la mesa iba en el mismo tono del cerrojo de fronteras, aplicado al jitomate. Y si le seguimos, no paramos. Así han procedido antes con los aguacates que les exportamos, con los limones, con los mariscos y con cuanto comestible buscan gravar. Será porque busquen emparejar las cuentas para los productores de casa o para equilibrarse en la báscula de costo-beneficio, que es materia antigua y siempre puesta al tapete de las discusiones.

Mas todas estas veleidades del mundo mercantil palidecen cuando pasamos revista al trato que le dispensan al tráfico de seres humanos, que también somos materia de manejo oscuro y depredador. Era este redactor apenas un adolescente cuando escuchaba de labios de nuestros mojados, cuando se descolgaban a visitar a sus familiares por acá, que el costo que les exigían los coyotes por ayudarles a brincar la línea era de doscientos dólares. A todos los escuchas se nos hacía entonces una suma cara. Pero así eran las tasas antiguas.

Para el mismo recurso, o la misma mercancía si hemos de hablar con propiedad, se habla ahora de doce y hasta de quince mil dólares de mochada al coyote, para que les facilite a nuestros mojarras el salto ilegal en la frontera. Éstos sí son números que acalambran. Hacerse de una cantidad tan desorbitada amerita sopesar mejor el trasunto y buscarle una inversión local a este capitalito, que no es tan escaso. Con dos o trescientos mil billetitos nuestros bien se puede echar a andar una empresita que genere recursos y no trajinar la aventura gringa.

Aunque también en el renglón del tráfico de personas se cuecen las habas. Corre la especie de que los familiares más cercanos de a quien le dicen el Chapo Guzmán, vía por uno de sus hijos de nombre Ovidio, las autoridades gringas les abrieron las puertas con toda la cortesía del mundo, para que puedan abandonar nuestro país y fijen por allá su residencia. La distancia entre el trato a un hijo de vecino común y al de una familia vinculada al narco es muy notoria.

Lo primero que se le ocurre a cualquiera, que le busque tres pies al gato a este asunto, tiene que ir por la vía de las posibles conveniencias políticas. Si ya tiene rato el gobierno gringo hablando y tasando a los cárteles mexicanos de terroristas, no está claro que a una de estas familias les autoricen el paso por la frontera sin complicación alguna. Es cierto que no van a irse a vivir a algún coto privado, sino a alguna de las cárceles de allá, porque trasciende la nota de que confesarán sus malas artes y se declararán culpables. Van pues a cantar.

Pero se sepan la tonada o no, a leguas se nota de un trato preferencial y prefabricado. ¿A quiénes inculparán en sus confesiones? ¿Cuál será el contenido de su delación? ¿Cuál será el costo de estas revelaciones, aunque no tenga que ser por fuerza en numerario? ¿Será una jugada del ajedrez político de las altas esferas ejecutivas gringas para posicionarse en respuesta a la negativa del gobierno de nuestra presidencia, por no autorizarles la intervención armada en nuestros territorios? Vaya que se nos puso complejo el panorama. Y habrá que dilucidarlo.