Sopa de su propio chocolate

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A media semana fuimos sorprendidos con un espectáculo entre bufo e inesperado. La clase mandona del gobierno gringo tuvo que atragantarse con una sopita de su propio chocolate. Los medios masivos de comunicación dedicaron horas enteras la mañana del seis de enero al asalto del capitolio en Washington. Seguidores de Trump, instigados por él mismo, desbordaron las líneas de seguridad, rebasaron a los guardianes y se introdujeron a los espaciosos salones donde sesionaban los miembros del poder legislativo.

Fue un machetazo al caballo de espadas. El presidente saliente buscó hasta el último momento la forma de impedir que fuera consignada legalmente su derrota. Trump se postuló para ser reelegido y poder continuar ostentando el poder ejecutivo del país más rico y aún más poderoso del planeta, y perdió. Enfrentó al demócrata, Joe Biden, quien ya había sido vicepresidente haciendo dupla con Obama, quien resultó ganador.

La justa electoral tuvo lugar el día tres de noviembre pasado. Esta vez la emisión del voto conoció una variante especial, justificada por el problema de la expansión de la pandemia. Una muy alta cifra de norteamericanos prefirió utilizar la vía postal para votar, en lugar de presentarse personalmente a las urnas establecidas. Cuando vino el conteo, primero se registraron los resultados presenciales, en los que Trump apareció con cierta ventaja. Esos números lo hacían aparecer como posible ganador. Faltaba que se contaran los votos por correo. Al incorporarlos terminaron volteándole la tortilla al salvaje anfitrión de la Casa Blanca. Biden reportó una cantidad global superior a los siete millones de sufragios en su cuenta, con lo que a Trump no le quedaba otra respuesta civilizada sino la de reconocer su derrota.

No fue así. Desde antes de la jornada electoral hubo escaramuzas chapuceras por parte del perdedor. De los tres debates por disputar ante su contrincante Biden, en el primero lo interrumpió hasta el hartazgo. Fue imposible enterarse de propuesta alguna de ninguno de los dos pues el micrófono de Biden vivió una especie de secuestro. La segunda sesión por derecho se canceló. No había forma de hacer entender al berrinchudo de Trump que así no valen tales comparecencias o no le sirven para nada al público interesado. Hubo una tercera, intrascendente. El ambiente se caldeó. La ventaja de los sondeos, que favorecía a Biden al principio, se desplomó. Lo que permeó a los pronósticos vino a ser la campaña insidiosa de que los demócratas cocinaban un fraude electoral, para arrebatarle la victoria al güero desabrido. Aparición tras aparición, tuit tras tuit, Trump alertaba al público gringo con el sonsonete de que no fuera a permitir el fraude que se fraguaba en su contra.

El proceso del conteo de los votos de nuestros vecinos tiene que cruzar demasiados vericuetos. Los condados, que son como nuestros distritos, se rigen solos. Ellos ponen el personal responsable de las casillas, levantan las actas y luego emiten el resultado. Del condado pasan a cuenta de los estados. Como se trata de una federación, la autonomía estatal impone sus cánones de sanción. Tras esto viene el acopio federal, donde se supone que ya fueron liberados todos los filtros anteriores.

Aparte hay que decir que la elección del poder ejecutivo es indirecta. Lo que arroja el resultado final es el triunfo o la derrota de un colegio electoral. Éste viene a ser luego el responsable de ‘elegir’ o ‘designar’ al candidato ganador. Ya que se instala dicho colegio y emite su resultado, lo entrega al congreso, que sufrió un proceso más o menos similar al del presidente para su instalación. Instalado este poder, toma posesión de los cargos contendidos y, en su primera sesión plenaria, pasa a sancionar el triunfo del candidato que haya resultado electo y lo consagra como presidente.

Era ésta la sesión que se estaba celebrando, cuando el intemperante rubio, todavía anfitrión de la Casa Blanca, instigó a sus seguidores a que reventaran dicha asamblea, con el evidente propósito de que el poder legislativo ya instalado no declarara a su rival demócrata como triunfador. Se habla de una turba multitudinaria de varios miles de manifestantes. A quienes dieron seguimiento al evento les consta el arrebato de los invasores, quienes se apoderaron del edificio, de las tribunas, y obligaron a los representantes a esconderse para evitar desaguisados innecesarios. La alcaldesa de la ciudad ordenó el toque de queda que restableció cierto orden. Pudo reinstalarse la sesión, para que el congreso declarara triunfador de los comicios a Biden y le ordenara tomar posesión el próximo día veinte de enero.

A Trump lo arrejolaron ya todos los poderes constituidos, y los medios también, contra las cuerdas. Ya tuvo que declarar que está de acuerdo con la transferencia pacífica del poder, aunque no reconozca su derrota. En todos los países periféricos, en los que siempre nos han obligado a aceptar las disposiciones que nos atiza el rubio invasor, con títeres nuestros desde luego, basado en la lógica del gran garrote, nos sabe a estar viviendo una amarga receta en gaznate propio, una sopita pues de su propio chocolate. La fortaleza del ogro ya no pinta a estar viviendo sus mejores días. Como que ya estamos descubriendo que este coloso, otrora invicto, también tiene los pies de barro.

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