Sor Benedicta de Juana de Arco (monólogo)
Gabriel Michel Padilla
– Frene por favor, señor taxista. Frene. Yo sé que viene cansado de conducir desde Cuernavaca, pero tenga un poco de paciencia con esta pobre monja jubilada. Ya descansará un poco aquí en el pueblo. Eso que mira allá abajo es Ejutla, pero quiero verlo de nuevo como lo vi hace 50 años cuando salí corriendo perseguida y lo vi por última vez hasta esta tarde en que tengo la ventura de volverlo a ver.
Y tengo que reconocer que la persecución no fue tan injusta. Pronto se dieron cuenta que yo a mis 20 años dirigía la Brigada Femenina Santa Juana de Arco. Nos anduvieron buscando por muchos pueblos, pero ni siquiera sospechaban que andábamos disfrazadas de hombres en distintas formas. A veces con bigote y barba, otras veces hasta de militares. Nuestra parte pectoral, que no era tan exuberante, la podíamos disimular con alguna vestimenta. En otras ocasiones tuvimos que disfrazarnos de mujeres de la calle para conjurar las sospechas de algún polizonte que andaba por pescarnos.
No nos dedicábamos precisamente a predicar ni a promover culto alguno. Nos dedicábamos a llevar parque de todos los calibres y carabinas de todos los tamaños a nuestros hermanos cristeros que se encontraban en el campo de batalla. Mi meta personal era llevar el armamento de la mejor calidad a los hermanos combatientes. En una ocasión me dijeron que en Volcanes había una ametralladora de las que Villa había usado en la toma de Torreón y que estaba en manos de un masón. Pronto me las agencié para que la regalara para la causa. Pero cuando me di cuenta de que era enemigo acérrimo de la causa de Cristo Rey, le mentí y le dije que precisamente la ametralladora iba a ser usada para combatir a esos mochos encarcavinados, autonombrados cristeros. Entonces con gusto accedió no sólo a obsequiármela, sino que de pilón sacó unos rollos como de tejocotes engarzados, pero en vez de tejocotes como los que venden los indios de Apango, eran unas carrilleras especiales para la misma máquina de combate que me acababa de regalar.
En otra ocasión viajé a La Yerbabuena, muy cerca de Tapalpa porque allí estaba un grupo de mujeres que habían aprendido a fabricar bombas de pólvora. La fábrica de guerra la dirigía un grupo de mujeres. A veces andábamos en carro, a veces en caballo o en burro. En una ocasión llevábamos parque para Juchitlán y de pronto descubrimos que adelante había militares, en plan de revisión y tuve que hacerme la embarazada a punto de dar a luz y echando unos pujidos para hacer creer a los guachos, después de ver mi fingida angustia se carcajeaban de risa y nomás decían ¿de qué se queja si ella se la buscó? Y nos dejaron ir.
Todo eso lo hacía porque mi conciencia me lo mandaba viendo la situación en que se encontraba mi patria gobernada por el tirano Calles a quien por cierto espero ver algún día en el Cielo, para poderle echar en cara su insensatez. Con todas las tonterías que hizo quiero que se vaya al Cielo de otra manera no podré verlo nunca más.
Pero ahora no vengo a pelear ni a llevar parque, ahora vengo a forjar la crónica de lo que pasó hace mucho tiempo porque me lo ha pedido mi superiora. Esto no debe quedar olvidado, ni lo bueno ni lo malo. Lo verdaderamente malo sería que se olvidara por nuestro descuido.
Pero se lo vuelvo a repetir, le suplico que por esa razón no vaya a escandalizarse, pido perdón, pues después de tantos años de que pasó, ahora comienzo a ver que lo que hice a lo mejor no estuvo muy bien o a los mejor nada bien. Ahora me pregunto: ¿A cuántos pobres soldados se les fueron a clavar tantas balas que yo trasporté a lomo de burro? Con toda la intención de que esas balas precisamente se les alojaran ya sea en el hígado, en los huesos de la columna o en las piernas para que quedaran inútiles para siempre. ¿Cuántos huerfanitos fabricaron esas armas que yo fui a entregar a la trinchera? ¿Y qué decir de las viudas que a causa de quedarse viudas por las balas que hicieron difuntos a sus esposos, y que a causa de la soledad tuvieron que dedicarse a ser mujeres malas o pordioseras? Fueron tiempos difíciles, desgraciadamente el gobierno callista no aceptó dialogar con su pueblo, era su pueblo, pero el gran defecto que le ponía a ese pueblo es que era católico. Y yo que era católica y que lo sigo siendo, no podía permitir que me pusieran “peros” nomás porque yo creía en el carpintero de Nazaret que con sus palabras llenas de verdad y hermosura había vencido al mismo César de Roma. Yo pensé que si nos ganaba el miedo, entonces iba ocurrir algo peor: México iba a volver a la Roma pagana y desalmada de Nerón.
En ese tiempo no pensé como ahora a mis casi 85 años lo que yo andaba haciendo iba a causar daño a tantos seres humanos que tampoco sabían lo que andaban haciendo. Muchos de ellos nomás se afiliaban al gobierno con la promesa de recibir tierras que todavía no les habían tocado. Por eso he venido, por eso he regresado. Pero hay muchos motivos más que me hicieron volver, y uno de ellos los puede ver usted desde aquí, ver aquella maravillosa estatua de Cristo Vencedor que con mucho amor y sacrificio levantó majestuosa el padre Edmundo o “Mundo” como se le conoce.
Ahí está, mire usted, como prueba de que es el Rey del universo, y como advertencia a todos los Nerones y a todos los Calles, de que con el reino de Dios nadie debe andar queriendo jugar, pues su reino es de paz, de bondad, de mansedumbre, pero es Reino. Pero vámonos ya, bajemos ya la cuesta, ya los nidos que cuelgan de las ramas dejaron de mecerse por el viento, ya se acerca la noche y de los altos cerros, sobre Ejutla, más grandes cada vez, bajan las sombras.