¡Todos a la consulta!

¡Todos a la consulta!

Juan M. Negrete

Mañana, domingo 1° de agosto, buscaremos la mesa para emitir nuestro veredicto de si aprobamos o reprobamos a los pasados altos mandos del país. Es una auscultación simple a la que ya deberíamos estar acostumbrados. Auscultarnos en torno a las disposiciones centrales en la conducción del país, si tales acciones se apegaron a la voluntad popular. Nada más, pero tampoco nada menos. Como es ejercicio que nunca realizamos, pues se nota una grande desmovilización en torno a ella.

Por supuesto que hay una amplia masa ciudadana que se abstendrá de hacerlo. Podríamos decir que es normal, dado que se trata de ejercicios no comunes, que no es lo mismo a que los juzguemos como ajenos. Y aprovechando tal ausentismo visible, los negacionistas de siempre le sacan raja. Traen al retortero lemas como el de que las consultas populares no sirven para nada, o peor, que es muy cara. Se han sacado de la manga aparentes axiomas como plantear en su contra la cantilena de que la ley no se consulta y más verborrea insufrible en su torno.

Tendremos que lidiar con toros confusos. Por ejemplo, la redacción final de la pregunta central quedó así:

“¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.

 

¿Quién entiende semejantes esperpentos lingüísticos? Lo elaboraron los magistrados de la SCJN (suprema corte de justicia de la nación). ¿Podríamos creerlo? Pues así fue.

AMLO la propuso a los legisladores, con la idea clara de que los ciudadanos iniciemos ya con estos procesos de pasarle revista a los actos realizados por los mandones. En la propuesta original se leían los nombres de los cinco expresidentes: Carlos salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quezada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.

Era una pregunta concreta y clara, que tenía sentido. Los legisladores aprobaron la iniciativa, apoyada por una consulta popular previa en la que participamos dos y medio millones de firmantes. El senado la envió a la SCJN. Ésta le metió mano y la devolvieron así, indigerible, confusa y absurda. Es la redacción de la boleta que vamos a leer.

La ley fundamental con que se rige el país establece que somos una democracia del tipo de las representativas. Esto quiere decir que los ciudadanos les delegamos a ‘nuestros representantes’ la atribución de ejecutar las decisiones que tomamos entre todos. Y tienen que hacerlo, pues es nuestro mandato final. No se pueden escabullir. Pero lo más sensato en el mundo tiene que ser que los ejecutantes rindan cuenta de los actos de tal encargo. Es el ejercicio que se propone que ya arranque dentro de nuestras rutinas. Como antes no lo hemos hecho nunca, pareciera que es un despropósito.

Pero no lo es. De nuestras rutinas ancestrales proviene la idea y la práctica de que no tenemos ningún derecho a llamar a cuentas a nuestros progenitores. Ellos llevan los pantalones o enarbolan la chancleta y se acabó el corrido. A los demás no nos queda sino callar y obedecer.

De los atenienses antiguos las democracias modernas copiaron el modelito y han buscado ajustarse a él. Sería medio extenso pasar revista a todas sus figuras, pero hablemos un poco de ésa que tuvo que ver con la rendición de cuentas. Le llamaron graphé paranomon, que quiere decir algo así como ‘revisión de la ilegalidad’.

No se trataba de enjuiciar en paquete toda la personalidad del político puesto bajo reflectores, sino de enjuiciarle ciertos actos concretos, los derivados de sus responsabilidades más altas. Eso de tener parado a todo grillo ante los reflectores viene a resultar hasta medio inhumano o fuera de foco. Está bien que la gran mayoría de ellos padecen de un narcisismo insufrible y son incomprendidos si no les mantenemos trepados todo el día en el escenario. Pocos son los que aguantan vivir enfocados por las candilejas, como es insólito el caso de Obrador y sus mañaneras. Pero veamos lo de la figura de llamar a cuentas sobre sus políticos.

Se paraba ante el tinglado al político que era autor de una propuesta o iniciativa de la que se derivaban consecuencias o secuelas negativas o hasta perniciosas para la población. Su autor tenía que responder por ellas. Eso de que la medida hubiera alcanzado nivel de ley, por lo que se observaba y aplicaba, no era estorbo. Primero que nada se derogaba tal decreto o ley.  Y bien estudiada ya la estructura de tal mandato, por fuerza arrojaría si había sido motivada por fines aviesos u objetivos clandestinos. Eran motivos y efectos perniciosos, opuestos y nocivos a la salud del conglomerado y se le ponía fin. Así de simple y así de sencillo. El autor, por muy encumbrado que estuviera en el sistema imperante, tenía que sufrir un castigo consecuente.

No suena tan descabellada la medida. Nos falta buen trecho para llegar a tales praderas de ejercicio democrático, pero por algún piecito hay que arrancar. La consulta de mañana parece una buena propuesta para que iniciemos a transitar la senda de estas saludables costumbres. Nos vemos en las urnas entonces.