¡Todos a votar este domingo!
Juan M. Negrete
Nos habíamos comprometido en este espacio continuar analizando el serio problema que destapó la CNTE sobre la cuestión pensionaria en el país, problema laboral y de fondo. Es un lío acuciante, que nos afecta a todos. Pero como el día de mañana hay que dedicarlo a otro lío vivo y candente, como viene a ser la elección de una parte de nuestro poder judicial, pues vamos a hacer una pausa necesaria para atender este asunto. Volvemos luego con nuestro viejo lío magisterial.
En torno a la novedad de la elección popular del poder judicial se nos dicen muchas cosas raras. Una de ellas tiene que ver con el hecho de que tal poder debería de seguir siendo intocable, en el sentido de que no sea sometido a sufragios o manoseo popular. De ser así, dicen los apologistas, su presencia misma en los tribunales se politiza. Y lo que es peor, se judicializa. Estamos fritos.
Para empezar a deshojar la margarita o a poner los pies en la tierra, que no es lo mismo pero es igual, de lo que aprendimos desde niños en torno a lo que viene a ser una república, manejamos el constructo de una trilogía de poderes. Si nuestro edificio social, a nivel de cúpula o de espacios de mando, se compone por tres poderes y cada uno de ellos es o debe ser independiente del otro, ha de quedarnos bien clara la legitimidad de cada uno de ellos. A todos, no nada más a los perfumados señores teóricos y/o beneficiarios de tales partidas.
Son pues tres partidas. Ya tenemos muchas décadas eligiendo a dos instancias de esta terna. El poder ejecutivo en todas sus opciones es sometido al veredicto de las urnas y ya nos resulta pan de lo mismo su remoción intermitente, sea a nivel federal, estatal o municipal. Esto de la remoción estaba ya siendo dinamitada, cuando en legislaciones anteriores se autorizó la reelección para dichos puestos. Pero por fortuna parece que esa mala pichada conocerá su derogación.
Lo mismo nos pasa con el poder legislativo. Cada estado está fraccionado para este fin en una buena cantidad de distritos, para los que elegimos sus respectivos diputados, a los que designamos como locales. Con ellos se constituyen los congresos estatales. Pero tenemos un congreso federal y a ése habría que armarlo con sus respectivos trescientos diputados federales, pues territorialmente hablamos de ese número de distritos. Pero a la hora de los cocolazos, nos resultan quinientas plazas. Es un acuerdo que se repartan entonces doscientos más entre los partidos contendientes. Luego viene la composición de las curules de los senadores. Pero como todo esto es más que sabido, aquí lo dejamos.
Lo engañoso de las contracampañas presentes en torno a la naturaleza inmune del poder judicial al veredicto popular es absurdo. Si se trata de un poder constituido, actuante, palpable, fácticamente ubicable y pragmático en todos los rincones de nuestra vida diaria, nos tiene que quedar a todos bien claro el origen de su fuerza. Se la otorga una legitimidad universal que somos nosotros mismos.
Si decimos que la democracia hunde las raíces de su legitimidad en los pantanos del pueblo, pues aceptemos que todos, sin excepción, estamos imbricados en estas pústulas y no le hagamos más al payaso. Así como les reclamamos a los titulares de los otros dos poderes bien conocidos, que están ahí por decisiones mayoritarias, porque la voluntad popular les puso ahí, es criterio por extender ya entonces a los señores que tienen en sus manos los juicios y las sentencias de los litigios en que nos entreveramos todos los días. Faltaba más.
El poder judicial, por ser poder, tiene que estar politizado. Y depende de nuestra voluntad colectiva su prestancia, así resulte compleja la expresión concreta de esta voluntad y sea voluble y hasta equivocada. Como se oía decir antes en el argot militar: el mando no se equivoca; y si se equivoca, vuelve a mandar. Esta axiomática es la que debe regir la existencia misma de los poderes, a los que el pueblo pone para su servicio. Y si alguna vez se equivoca en sus nombramientos, tiene consagrado también el derecho para removerlos por otros que sí le sirvan.
Pues se nos llegó el día de acudir a las urnas y emitir nuestro sufragio en torno a los señores que han de ocupar los puestos de nuestros tribunales. No todos, ya lo sabemos. Ahora son la mitad y en una próxima jornada removeremos la otra mitad. No nos resulta tan simple y ordinaria esta elección, por la sencilla razón de que nunca lo habíamos hecho. Nos estamos estrenando y hemos de hacerlo lo mejor que podamos.
Por ahí se estuvo manejando la opción del modelo de los acordeones, que son formatos viejos con los que acudíamos en nuestros tiempos de estudiantes a resolver exámenes cardíacos. Lo haríamos todos o no, es lo de menos. A muchos les funcionaba el truco. A otros los cachaban y tenían que enfrentar las secuelas de la acción prohibida. Aparente o real, estaba en el renglón de la prohibición.
Pues el INE ya salió a la palestra a decirnos que no se autorizará el empleo de tales acordeones. Vamos a ver mañana cómo metemos a las urnas las boletas legitimadoras que nos está demandando el ejercicio válido para este poder judicial, al que por primera vez le vamos a poner sus necesarios grilletes. Después de eso veremos si aprenden a que no se mandan solos, que los ojos del soberano, que somos el pueblo, está atento a cada paso que vayan a dar. Y que sepan que habrá remoción.
Es pues una jornada positiva ésta y habrá que transitarla con toda la alegría y la confianza de que vamos por la senda correcta. Más adelante habrá que mejorar los gazapos que nos resulten de ésta, porque no olvidemos que echando a perder se aprende. Lo sabemos bien y nos regimos siempre por tales axiomas populares. Quedamos en lo dicho.