Eduardo González Velázquez
La historia no se detiene, aunque en ocasiones trompique. La historia incluye, pero otras tantas veces las sociedades arrinconan a sus integrantes, los confinan, les niegan el reconocimiento, la posibilidad de construir una comunidad amplia y profunda; diversa por definición. La historia como ironía del meneo pendular que termina por moverse hacia un extremo solamente.
Desde aquel lejano 1 de agosto de 1968 en Guadalajara, cuando Gustavo Díaz Ordaz disimuló con su perorata: “una mano está extendida…los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida”, para luego masacrar a estudiantes y profesores el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco; hemos luchado por alcanzar una sociedad más equitativa, más democrática, más justa, más incluyente.
El último medio siglo ha sido testigo de la movilización ciudadana desde la multiplicidad de trincheras que la diversidad mexicana impone. Unas luchas han sido armadas como las emprendidas por la Liga Comunista 23 de Septiembre, las guerrillas de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional; pacíficas otras muchas, como los Vikingos, el Comité ¡Eureka!, la sociedad civil organizada a partir del terremoto de 1985, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Todos y cada de los ajetreos sociales han sido acompañados codo a codo por las voces críticas del poder, y solidarias con la desesperanza sufrida por millones de ciudadanos. Son voces que no han dejado de sonar para señalar que otro México se puede levantar. Que otros caminos se pueden andar. Que otras realidades se pueden imaginar. Y que en esos “otros”, todos caben si pensamos en nuestros pares.
Sin embargo, el maridaje de la represión y la violencia del Estado; con la sinrazón y la descalificación de una parte de la sociedad, ayudaron a levantar los diques para cerrar el paso a la palabrería discordante, a los individuos diferentes que empujaban por apuntalar una República distinta. Las estrategias de la elite encumbrada en el poder cruzaban sistemáticamente por los fraudes electorales, las caídas del sistema, las campañas del terror ancladas en la amenaza de perder lo que se había conseguido; pero ¿qué habíamos conseguido? (esa pregunta aún sigue sin respuesta), aunque en el pasado la escucha del puro cuestionamiento hacía volar la imaginación de las buenas conciencias del país. Sin importar las consecuencias, era obligación maquillar las alternancias electorales, detener al neozapatismo, al neocardenismo y su corriente democrática, a los movimientos vecinales, a las rupturas partidistas, a la sociedad “casi” en su conjunto.
Este domingo 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, del Trabajo y Encuentro Social), obtuvo 53 por ciento de la preferencia electoral. Muy lejos quedaron Ricardo Anaya, de la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC), con 26.6 por ciento; José Antonio Meade de Todos por México (PRI-PVEM-Panal), con 15.3 por ciento, y el candidato independiente Jaime Rodríguez Calderón, con 6.3 por ciento. Con estos porcentajes, López Obrador alcanzará casi los 30 millones de votos. El mayor número de votos recibidos por algún candidato en la historia del país.
A querer o no, el triunfo del domingo es histórico. Retumba en los rincones del país. Brinca las trancas de la geografía nacional. En el camino para construir esta victoria quedaron miles de mujeres y hombres que yacen en los cimientos del triunfo; muchos anegados en charcos de sangre, abandonados en fosas envueltas de soledad, pero cubiertos de dignidad por su afán de democratizar nuestra sociedad; por su lucha para sepultar el clasismo y la discriminación de nuestra sociedad. En su incansable combate por tener un México para todos los mexicanos.
Hoy tengo la fortuna y el gozo de ver ganar la presidencia de la República al proyecto encabezado por Andrés Manuel López Obrador y respaldado por millones de ciudadanos. Un proyecto de nación en el que creo y confío, aunque no por eso renunciaré a mi actitud crítica ante los procesos que no funcionen. Estoy cierto de mi responsabilidad como académico, y desde este divisadero continuaré trabajando por construir un México mejor.
@contodoytriques