Una semana tormentosa para la 4T.
Juan M. Negrete
Como material de esta columna nos han entretenido las implicaciones de las decisiones políticas referidas a los avatares de nuestra cotidianidad. Afilamos el escalpelo para la disección de la creación de la guardia nacional. Nos detuvimos a buscar entenderle al conflicto magisterial. Eran gritos que clamaban al cielo. Tuvieron ambos que cernirse con cedazos de las dos cámaras legislativas. Aunque sean poderes independientes al ejecutivo, entre ellos se dan entendimientos de nota. En los dos casos tuvo que llegarse a un acuerdo cupular. Hasta los poderes fácticos deben haber metido su cuchara por ahí. Es lo obvio y no hay para qué asombrarse de que así sea.
Así es la política, ensayos civilizados de encuentros y desencuentros; las partes que dirimen negocian y se ponen de acuerdo. Lo único que no se tolera como resultado del ejercicio político es la parálisis institucional y menos la colectiva. Cuando aparece ésta hablamos de la presencia de las crisis. A ellas conduce la ceguera, el extremismo, la intolerancia, notas opuestas a lo que se entiende por política. Luego hay muchos graciosos que la califican como el arte de tragar sapos y no reventar; o peor, el arte de tragar mierda y ni hacer gestos. La ironía, el sarcasmo y la burla tienen presencia constante en nuestra vida diaria y no vamos a prescindir nunca de sus cuadros regocijados.
Hubo material inesperado. El incidente migratorio, disparado por el salvaje gringo, cayó a la rueda de nuestras canicas. No es asunto concluido todavía. La semana que viene se llegará su primer plazo señalado para dar a conocer su primera evaluación. Habrá un segundo lapso de gracia, otros 45 días. Al término de los noventa ya tendremos cierta claridad en torno a lo que se acordó, se negoció y se cumplió o no se cumplió. Aunque con el cambio constante de humor de Trump no se sabe nunca si se está pisando en terreno firme.
Siendo complicados los asuntos de nuestra seguridad interior, que generaron la creación de la guardia nacional; el lío magisterial que mantuvo resistencia a lo largo de todo el sexenio anterior; y el embate migratorio que se inauguró apenas; la semana reciente aparece como la más turbulenta de todas. Generó expectativas casi de la altura del ataque al huachicol. Fue semana de escándalos seguiditos, uno tras otro. Tiene sentido pasarle una somera revisión.
Los sainetes arrancaron con la renuncia del tesorero nacional, Carlos Urzúa. Dígase lo que sea de los tesoreros y califíquense los puestos de jerarquía dentro de un gobierno, el titular de la secretaría de la hacienda pública es siempre el segundo de a bordo. En la jerga castrense hay un refrán extendido que reza: ‘nunca te pelees ni con el cocinero, ni con el pagador’. Así que los mílites pueden soliviantar sus miras en contra de cualquier mando, que los castigará, les encarcelará, les hará insufrible la convivencia. Pero andar en malas trazas con el pagador, o con el cocinero es atentar contra toda tranquilidad.
La noticia fue un obús. Suele el tesorero vivir siempre a la sombra, plegado a los intersticios del poder, no dar la cara para nada. Pero todo mundo sabe de su influencia y poder en el mando nacional. Así que nos cayó como rayo en seco. Los que saben, y también los que especulan, dicen que ya se estaba cocinando tal movimiento. Será, pero no trascendía la molestia. Urzúa presentó su renuncia a hora temprana y se sintió bamboleo en los mercados. Obrador lo sustituyó una hora después con el segundo de a bordo en tal compartimento, Arturo Herrera. Así fue conjurada la turbulencia. Es lo que hubo.
Mas por la tarde de ese mismo día, en un restaurante de lujo fue detenido el abogado Juan Collado. Se entiende que es el abogado más influyente de la constelación de litigantes actuales del país. Sus clientes más conocidos son personajes que han ocupado la silla presidencial: Salinas, Peña, amigos y familiares. Desde luego que se trata de un pez gordo. De inmediato afirmaron los mal pensados, que siempre están a la caza de la pieza y le disparan a la primera que salga, que fue polvareda, cortina de humo necesaria para disipar los daños que hubiera generado la salida del tesorero del manejo de las arcas. Puede ser. No hay razón para descartar estos hilos inmediatistas. Aunque toda especulación debe llevar consigo una buena cantidad de datos firmes para conseguir la credibilidad, meta que perseguimos los comunicadores.
Ya tenía la atención pública en el tapete la iniciativa de prolongarle al próximo gobierno estatal de Baja California norte su período de gobierno. La votación fue para un lapso de dos años. El congreso, que está por salir, se sacó de la manga la gracia de ampliar el ejercicio a cinco años. De inmediato se acusaron unos y otros de haber pactado acuerdos sucios. Hubo uno, el del PRI, que dijo que la decisión fue producto de mucho dinero. Habló de al menos un millón de pesos por cada voto. Y luego, él mismo, como delator confiable, votó a favor. Lo más gracioso es que los diputados del PAN lo hayan aprobado. Todavía no concluye el caso. Vamos, ni siquiera la ha publicado Kiko, el gobernador saliente. Si no la publica, simplemente no entra en vigor. Esperemos.
De postre, se nos vino en casa ayer la renuncia del súper delegado Carlos Lomelí. Señaló que ya lo había ventilado antes con Gabriel García, el coordinador de los delegados federales, y con María Luisa Albores, secretaria del Bienestar. Obviamente, también lo consensó con sus amigos más cercanos y familiares. Todo esto dijo. Remató su pieza retórica afirmando que deja la plaza para no entorpecer las investigaciones y los trabajos que realiza la Función Pública, sobre los rumores que pesan de sus actividades pecuniarias que apuntan a conflictos de interés. Cerró jurando lealtad a su gran amigo AMLO, cabeza visible de la 4T, a la que seguirá alentando desde fuera del puesto que detentó hasta ayer. Más movimientos inesperados no se pueden pedir. Por eso decimos que acabamos de pasar por la semana más tormentosa del presente régimen.