Martes 19 de septiembre de 2023.- En inédita carta pastoral sobre la paz, fechada en el día central de las fiestas patrias, el obispo de Campeche y ex auxiliar de la Arquidiócesis de Guadalajara, Francisco González González, afirma que México padece un baño de sangre salpica y hace correr ríos que bañan el territorio nacional por tantas vidas “que se esfuman en las mejores etapas del desarrollo humano. Muchas familias sufren por los graves efectos de la escalada de violencia. La violencia ha provocado más pobreza, abandono, inseguridad y muerte”.
“¿Qué región o qué espacio de nuestra geografía no ha sido asolada por la creciente violencia impune? Los asesinatos y desaparecidos se incrementan en la numeralia y en los comentarios populares. Las amenazas se extienden y las extorsiones abunda. Los menores de edad son constreñidos a colaborar y sumarse a la espiral de la violencia, so pena de perder la vida y la familia. Es imposible dar seguimiento y dictaminar medidas de justicia ante tantos eventos. Nos parte el alma constatar la escalada de asesinatos, secuestros, extorsiones que permanecen impunes. Se debilita el estado de Derecho y eso aumenta la corrupción y ahuyenta la paz”, clama el pastor campechano en su carta La Paz, don del cielo inestimable.
En dicha carta pastoral asegura que, para alcanzar la anhelada paz, es necesario ordenar lo desordenado que “requiere, además, un constante dominio de sí mismo y la vigilancia por parte de la autoridad legítima” y, particularmente, que los funcionarios públicos de todos los niveles, suelten “las esclavizantes y fundamentalistas ideologías que impiden favorecer el bien integral del ser humano” y que vean en los que piensan distinto no un problema, sino “una oportunidad de crecimiento mutuo a fin de mantener el apego a fin de mantener el respeto, el apego a la verdad, a la benevolencia, a la fraternidad, a la lealtad, en fin, a la humanidad”. Y cita la encíclica Pacem in terris, del papa Juan XXXIII, que dice: “…la paz no se puede establecer ni asegurar si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios”.
En otra parte del texto se pregunta: “¿La paz será un ideal fuera de nuestro alcance? ¿Tenemos que resignarnos a la violencia? ¿Ya no habrá paz? Por doquier hay guerras, conflictos, asesinatos, desaparecidos, golpeados, robos, extorsiones, etc. Los focos de discordia y de odio se atizan con frecuencia. Y, en contraparte, la búsqueda de la paz se hace con timidez, sin articulación, con desinterés”.
El problema central, es que “en la postmodernidad hemos dejado al margen la creencia en Dios, en la patria, en el partido, en paz, en la familia tradicional, en las instituciones políticas sociales y religiosas, aunque también, esta creencia es de baja intensidad, asegura el obispo González.
Más adelante asegura que la gran enfermedad de nuestro tiempo es la indiferencia. “Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles; una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia” y que ante esto, no podemos permanecer indiferentes cuando hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz.
Aparte de los miles de desaparecidos a lo largo y ancho del territorio nacional, pero sin hacer referencia a las alarmantes cifras de homicidios intencionales ocurridos en los últimos tres sexenios que suman ahora alrededor de 350 mil (80mil 700 con Felipe Calderón; 102mil 600 con Peña Nieto y más de 160mil en el actual gobierno, según datos oficiales), el prelado campechano hace énfasis en que tanta sangre derramada en el país ha provocado sufrimiento y pobreza. No hay futuro en la guerra y la violencia de las armas destruye la alegría de la vida (…) Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa, no la guerra”, dice y que “la no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes”, cual fueron los casos de Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr.
Subraya el obispo Francisco González que es necesario que las cosas de los hombres se traten con humanidad y no con violencia. Las tensiones, los conflictos deben ser arreglados con el diálogo, con diplomacia y no con la fuerza, pero para eso se debe empezar con niños y jóvenes desde los padres en el hogar y los educadores en las aulas, ayudándolos a hacer la experiencia de la paz en las miles de acciones diarias que están a su alcance en el juego, en la camaradería, el trabajo en equipo, la competencia deportiva, las múltiples conciliaciones y reconciliaciones necesarias”.
Los jóvenes son constructores de paz cuando resisten a las facilidades que les adormecen en la triste mediocridad y a las violencias estériles. El joven construye la paz cuando aprende a ser generoso, a vivir con alegría la vida, cuando sabe compartir, cuando ve, con solidaridad, por las causas de los más marginados. El joven debe seguir siendo una promesa de paz, sostiene el pastor católico de Campeche.
“La paz es alcanzable. La paz hunde sus raíces en el amor que es la fuerza extraordinaria que mueve a las personas a comprometerse, con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. (…) La paz, fruto de la justicia, y no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas… La paz es respetar a los demás en su dignidad. Para edificar la paz se requiere, ante todo, que se desarraiguen las causas de discordia entre unos y otros que son las que alimentan la violencia”, que no pocas veces vienen de las excesivas desigualdades económicas.
“No podemos hacer menos que para que haya paz debemos proponer con fuerza y vivir con coherencia la ética de la vida con la ética social. No puede tener bases sólidas una sociedad que, mientras afirma valores como la dignidad de la persona, los derechos humanos, la justicia y la paz, se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es del más débil o marginado. La “legalización” del aborto es una puerta ancha que se abre para otro tipo de violencia contra los marginados, los que no cuentan, los que no son socialmente importantes ni económicamente productivos”.
Precisa el obispo Francisco González que “el hambre causa, todavía, muchas víctimas entre tantos lázaros a los que no se les consciente en la mesa del rico epulón. Dar de comer al hambriento es un imperativo ético para todos. Es vivir la solidaridad y la capacidad de compartir. Eliminar el hambre es una meta para salvaguardar la paz y la estabilidad planetaria. El derecho a la alimentación y al agua tienen un papel importante para conseguir otros derechos comenzando por el derecho primario a la vida. La paz será más vecina cuando se venza la tiranía de los instintos de posesión, de consumo, de poder. Así se abrirán espacios inmensos a las posibilidades insospechadas de la paz.
Concluye: “Hay una “arquitectura“ de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos. Para avanzaren la pacificación hay que dar primacía a la razón sobre la venganza”.
(FCR)