Vargas Llosa, en vilo

Vargas Llosa, en vilo

Mario Vargas Llosa (foto: RAE)

Juan M. Negrete

Al conocido escritor Mario Vargas Llosa se le concluyó su carrera vital por los días que corren. Fue nota que conoció amplia difusión. Es obvio, si ocupó tantas veces cartelera  Tuvimos en varias ocasiones su presencia con nosotros, precisamente por el dato éste de la proyección de su estampa. Pero ya no nos visitará más. Es la ley de la vida.

Se nos volvió más que conocido por el hecho de pertenecer a un grupo latinoamericano de literatos que se propuso enarbolar las letras que se escriben entre nosotros para darlas a conocer en otros lares. Se le denominó a este esfuerzo de mediados del siglo pasado como el boom. La idea central del grupo consistió en incrustar la obra, sobre todo de nuestras novelas, al mercado mundial. Tuvieron éxito. Consiguieron hasta ganarse más adelante tres o cuatro premios Nobel de literatura, si es que no andamos mal informados.

Estas condecoraciones, signadas con el premio Nobel, al que se le considera la presea más rimbomante en dicho campo, fueron: Miguel Ángel Asturias, de Guatemala; Gabriel García Márquez, de Colombia; Octavio Paz, mexicano; y Mario Vargas Llosa, peruano. Si omitimos a alguno, pedimos comprensión por adelantado, por la pifia.

Con la noticia del deceso de Vargas Llosa se desataron de inmediato los comentarios en las redes y en los medios masivos. Como cada vez tenemos menos freno en estos campos, tuvimos acceso tanto a encendidos panegíricos como a lodosas descalificaciones. De éstas últimas, fue muy reiterativo el estigma endilgado de fascista que se le propinó. Quienes lo apostrofaron con esta desaprobación fueron señalados como detractores. Y más que inclinarse para inducir una invitacion masiva a la lectura de su obra, muchos comentaristas se engarzaron en la defensa del personaje. De muchos foristas, a favor o en contra, se podría sostener que no han leído los textos de tal autor. En la dinámica de descalificar a los comentaristas y de dejar a salvo la obra del impugnado o defendido, lo único que no se veía brotar por ninguna parte era el juicio sobre los contenidos de fondo de sus textos. Salvo honrosas excepciones, como siempre.

Esta columna no podía fingir demencia ante tanta boruca. Una, por tratarse de un autor más que conocido. Si Vargas Llosa era o no columna ideológica sólida de corrientes políticas en boga entrre nosotros y allende nuestras fronteras, algo habrá que decir en torno a sus expectoraciones políticas. Como decimos coloquialmente: el que se ríe, se lleva. Y en varias ocasiones vino por aquí a decirnos, como si no lo hubiéramos sabido, que la del PRI fue una dictadura perfecta. O bien que Obrador nos iba a empachar muy pronto y que al terminar su sexenio veríamos cómo se iba a apagar su influencia.

Si se metió a nuestra casa a parlotear de asuntos que no le competían, sacó boleto. Nosotros decimos que la ropa sucia se lava en casa. Pero Vargas agarró hilachas sucias no suyas, como carnal, como manito pues. Entonces fue natural que le lloviera también sobre su milpita, por andar de metiche. Podría ser que en el mundo de la farándula política internacional, en la que él se movía, los del PRI hubieran vendido la mercancía de que eran un partido hegemónico que triunfaba siempre en un país democrático. Si de puertas afuera se aceptaba tal engaño, es cosa que no dependía tanto de nosotros. Pero aquí dentro, los de casa, estábamos más que conscientes de las burdas maniobras que usó el poder para mantenerse en la cresta de la ola. Hasta que nos empachó.

Así que el profeta literato no nos vino a descubrir ningún hilo negro. Tampoco vino a darnos lecciones de alta política. Él se movía siempre en las bandadas de la derecha, tanto en su propio país, Perú, como en los ambientes hispánicos de nuestra América. Desde muy joven volteó bandera. Era moda o cometía el pecado de juventud en eso de aplaudir, en los inicios de su carrera literaria, a la revolución cubana y a sus logros. Pero poco le duró la calentura y ya en los años setenta, como muchos otros colegas de oficio, abandonó sus viejas convicciones juveniles. Y no paró hasta convertirse en un referente descollado de las tendencias de derecha, en Latinoamérica y en todo el mundo.

Por razón de definiciones, aludiré aquí a mi deferencia e indiferencia con este autor de marras. De jovencito, siendo universitario, tuve información de su obra. Me leí su Ciudad y los perros, La casa verde y algunas más. Era autor de mis preferencias, dentro de la lista de escogencia de autores latinos nuestros. Pero hubo un hecho lamentable en su vida por el cual marqué mi rayita y lo saqué de la lista de mis favoritos.

Me enteré, porque fue publicado sin muchas restricciones, que un día se llegó hasta Gabriel García Márquez y le propinó a la malagueña un puñetazo en el rostro. El Gabo azotó al suelo y el agresor se retiró tan campante, como si hubiera realizado una proeza. El Gabo era también autor de la preferencia de este redactor y siguió siéndolo. Al que borré de mi lista fue al tal Mario, peruano primero y luego español, y no le volvió  nunca más mi simpatía. A los maleros no les rindo la mínima consideracion. No la merecen. Y ahí se quedó

Ahora que murió volví a abrir el arcón de mi observatorio, forzando un tanto mi voluntad, porque la abundancia de parlantes de lo ajeno termina aturdiendo al respetable. Pero no aparecieron, o no vi, reportes que informaran sobre virajes o cambios positivos en su personalidad. Los elogios literarios están de más. Se tributan sin ton ni son. Pero apuntes que me invitaran a reconocer que mi actitud para con su línea política definida es correcta y que venga a demostrarme que mis convicciones están equivocadas, no las hallé en semejante avalancha. Entonces, cierro: todo queda igual a como estaba. Vargas Llosa y sus panegíricos al neoliberalismo se pueden ir con su música a otra parte. Gracias.