Venezuela: la permanente guerra civil
Juan M. Negrete
Si un país del hemisferio occidental busca la fórmula de que la paz y armonía no impere entre sus ciudadanos, bastará con que le pare los tacos a los gringos para no acabársela. Eso hizo Cuba y luego le siguió el ejemplo Venezuela. Es fenómeno que tenemos más que conocido los latinoamericanos.
El primero de los países sometidos de nuestra área latinoamericana fue el nuestro. Pareciera que tal hecho proditorio poco a poco se difumina de nuestra memoria. Pero hemos de tenerlo presente. El sur del país gringo, que se extiende desde California hasta Texas, fue parte del territorio novohispano primero y, ya cuando fuimos república independiente, territorio mexicano. Nos lo arrebataron. Fue agresión con malas artes y con la truculencia que implementan piratas y bandidos para hacerse de lo que no es suyo. Pero de esto habrá que ocuparnos con más calma y sosiego en otro momento. Ahora revisemos, por ver si le hallamos la tesitura, a lo que está pasando con nuestros hermanos venezolanos, que no la tienen nada fácil.
La bronca actual no proviene de ayer, sino que ya les dura tres décadas. Allá por 1992 hubo una revuelta de coroneles, encabezados por Hugo Chávez, en la que se proponían tomar el poder a partir de una insurrección popular, que no prendió. Se coaligaron en una conjura varios mandos militares y quisieron seguir el ejemplo de Castro en Cuba, de Velazco en Perú y de otros militares latinos con sensibilidad social para sacudirse la tutela imperialista yanki, de la que no nos ha derivado nunca nada positivo, ni en el fundamental renglón económico, ni mucho menos en los aspectos políticos de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos.
Dicho en plata pura, eso de depender de los dictados del imperio, del que sea, pero en nuestros lares es el gringo desde hace unos doscientos años, nos mantiene en calidad de colonias y no salimos de eso. Por mamilas que somos, en todos nuestros países latinos festejamos con bombo y platillos nuestra fiesta de independencia nacional. Dizque rememoramos el hecho histórico de habernos constituido en repúblicas y habernos liberado del yugo imperial español. Como que no entendemos el renglón.
¿Cómo está eso de que nos constituimos en una república independiente, si las decisiones importantes, económicas y políticas, se siguen dictando en otro centro que no está ubicado en nuestro propio país? Los poderes que determinan nuestras decisiones fundamentales no son paisanos y compatriotas nuestros, sino miembros de las agencias que el imperio designó para que nos manipulen. Eso es lo que hicieron desde España y desde el Vaticano en los tres siglos que designamos históricamente como “la colonia”. Es lo que se sigue haciendo con nuestras cosas fundamentales. Sólo que ahora los mandatos no nos vienen desde Roma o desde Madrid, sino desde Washington. O sea que, como reza una conseja popular, el burro cambió de albarda, pero no de dueño. Y nos quedamos tan campantes.
Hace unos sesenta y cinco años, el comandante Fidel Castro encabezó una revuelta popular para sacudirse a un títere de los gabachos, llamado Fulgencio Batista. Los gringos supusieron que era una revuelta más, de las muchas que se habían vivido en nuestro subcontinente, para quitar al que estaba y ponerse ellos. Pero no contaban conque Fidel traía un plan de verdadera independencia y la implantó en la isla de sus amores. Cuando los magnates gringos vieron que perdían la isla, a la que tenían convertida en su gran casino y burdel, montaron en rabia y buscaron recuperarla, por todos los medios habidos y por haber, aunque siempre sin éxito. Y ahí sigue el pleito.
Siguiendo el ejemplo de Cuba, treinta años después se ensayó Hugo Chávez en Venezuela a repetir la hazaña de Fidel. Su asonada fracasó y hasta cayó al bote por su intentona. Pero como era un personaje tan popular y bien visto por sus paisanos, no duró mucho encerrado. Algunos años después, en 1998, intentó de nuevo alcanzar los puestos del gobierno, pero ya no con las armas en la mano, sino por la vía tan conocida de los procesos electorales y les ganó la partida a sus contrincantes. Cuatro años después ensayó la oligarquía de por allá a destituirlo y a ponerlo patitas en la calle. Pero les salió el tiro por la culata, pues lo que consiguieron fue que masivamente se volcara en su apoyo la gran mayoría del pueblo hermano de Venezuela.
Después de muchos años de convulsión, en la que este sufrido pueblo ha pasado hasta las de Caín para resistir a los embates y las malas mañas del imperio, la semana pasada volvió a ser convocado a las urnas. Acudió masivamente. El resultado oficial le da el triunfo a Maduro, que gana con un 52% de los sufragios. Su opositor, un tal Edmundo González Ureña, de quien se dice la lindeza que no es más que la botarga de Corina Machado, es decir polichinelas de los gringos pues, sacó el 43%. O sea que la derecha perdió. Pero como la derecha no sabe reconocer sus derrotas, ni aquí ni en China, ya andan en pie de guerra sosteniendo una campaña de resistencia, para la que cuentan con todo el apoyo del imperio gringo. Blinken ya declaró ganador al tal Edmundo. Igual hicieron hace seis años con un tal Guaidó, del que ni sus luces se avistan más. Ya veremos en qué concluye este nuevo sainete imperialista. Por lo pronto, el pueblo venezolano parece dispuesto a defender su nuevo triunfo hasta con las uñas. Estaremos pendientes de lo que venga.