Victoria Esperanza

Victoria Esperanza Salazar fue asesinada el sábado 27 de marzo del 2021 a manos de agentes de la policía municipal de Tulum, en Quintana Roo. Victoria era una mujer refugiada, migrante salvadoreña, madre de dos hijas y fue víctima de brutalidad policiaca.

No podemos decir que el asesinato de Victoria se trató solo de un feminicidio cometido por agentes del Estado. A Victoria no la mataron sólo por ser mujer,  la mataron porque lo primero que vieron en ella es una corporalidad triplemente castigable: un cuerpo racializado, femenino, empobrecido. Sí, fue un feminicidio clasista, racista, en donde las opresiones encuentran el espacio propicio para la brutalidad policiaca.

Los modelos de seguridad y de proximidad policial están hechos para eso, para reprimir comunidades racializadas y empobrecidas (el caso de Giovanni López en Jalisco es un claro ejemplo).

La desproporcionada respuesta del Estado en el caso de Victoria es directamente proporcional a la idea de “salvaguardar” el orden público en un lugar en donde el turista es el bien jurídico máximo protegido, ese mismo turista que llega a consumir tierra, recursos, bienes y personas.

Victoria era pobre, migrante y racializada, por eso la desproporción en su contención, seguramente ese no es el trato que reciben los turistas alcoholizados que hacen de ese paraíso turístico un lugar propicio para sus desmanes y que cuentan con la complacencia de las autoridades. Sí, claro, su categoría de turistas les permite una respuesta estatal distinta.

En el caso de Victoria ya se presentaron cargos contra los elementos policiacos y quizá a la brevedad se obtenga una sentencia condenatoria “ejemplar” debido a la notoriedad del caso y para evitar repercusiones en el turismo. Sin embargo, eso no es suficiente. ya que el modelo policial persiste y la respuesta del Estado sigue siendo la misma: utilizar la represión como respuesta a lo que se considera problemático.

No es casualidad que los operativos contra migrantes y la represión contra las feministas se hayan intensificado en los últimos meses. El caso de Victoria no es un hecho aislado; atender y resolver las problemáticas sociales utilizando el aparato represivo, policial y militar ha sido la respuesta estatal  en nuestro país.

El caso de Victoria también es emblemático porque refleja las asimetrías del Estado. Tulum es un municipio en el que florecen los mega desarrollos turísticos para los más ricos y pudientes y es el mismo municipio en donde sobrevive una población precarizada en su  mayoría racializada y pobre.

La narrativa del gobierno ya la conocemos: en los próximos días anunciaran mayor capacitación y talleres de sensibilización en derechos humanos para todos los policías del municipio. Darán de baja al jefe policiaco (que después encontrará cabida en otro municipio) y a los elementos responsables los pondrán a disposición de las autoridades para que se defiendan como puedan.

Sin embargo, la reflexión y la acción debe ser mucho más profunda, es decir, hace falta replantear el modelo de seguridad que tenemos en nuestro país, los protocolos de respuesta policíaca y el papel de la policía municipal, alejando totalmente de la ciudadanía y del respeto a los derechos humanos.

La falta de protocolos, la incapacidad de los policías y la nula información acerca de actuaciones con perspectiva de género fueron evidentes en el caso de Victoria, asesinada frente a la mirada indolente de una ciudadanía impávida que acorde a nuestros tiempos, que se limita solo a grabar los últimos minutos de vida de una mujer sometida por la brutalidad policiaca y que se convierte, frente al espectador, en un cuerpo que no importa y que hasta el último momento es tratado como si no fuese una persona digna de respeto.

Victoria se suma en esta semana a las historias que describen al México profundo. Algo hemos hecho mal como sociedad para que esta semana en México las historias contadas sean las de unas niñas quinceañeras cargando el ataúd de su amiga asesinada y la historia de Victoria, como cuerpo inerte e inservible tirado en el fondo de un vehículo policial. Las niñas lo único que deben cargar en este país son sus sueños y sus esperanzas. Victoria tenía un segundo nombre, Esperanza, y esa, la esperanza, es la que nos debe seguir moviendo, porque otro mundo mejor es posible.

 

 

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Ilustración: Twitter/@Sirakiry

 

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