21 de junio, día internacional del yoga

Josefina Reyes Quintanar

Actualmente existe evidencia médica y científica, sustancial, que comprueba que la química cerebral puede ser cambiada con la práctica del yoga. Aunque desde la antigüedad ya lo sabían, simplemente por ser testigos de los cambios físicos en las personas. El yoga como sistema necesita mucho más involucramiento que cualquier otra forma de cosas que hacemos, que a final de cuentas son una expresión de lo que somos. Esta disciplina es capaz de transformar la vida de cualquiera que lo practique.

La práctica del yoga es una expresión, es un método, es un medio a través de la cual se puede cambiar tu forma de ser. Somos ese material genético que de alguna manera escogió un útero para desarrollarse, un ente físico que va llenándose de impresiones, de experiencias, pensamientos, emociones, relaciones, asociaciones que nos van forjando, nos van haciendo cierto tipo de persona. Tenemos una identidad, un modo muy característico de responder a los estímulos del exterior. Pero ¿estamos satisfechos con nuestro proceder, con nuestras respuestas a los demás?

Tenemos la oferta de trabajar físicamente nuestro cuerpo para estar en forma, pero a la vez podemos relajarnos al practicarlo y a final de cuentas terminas preguntándote por el sentido de la vida. Muchos somos los que buscamos una alternativa a sobrevivir al mundo tan vertiginoso del que somos parte, requerimos un poco de calma dentro del caos. Esta dualidad de entrenamiento físico junto con la práctica espiritual que ofrece el yoga crea un entorno donde se puede meditar sobre lo esencial. Utilizado como terapia en enfermedades originadas por el estrés (¿quién no lo padece en estos días?) es de enorme ayuda. Con la meditación que ofrece podemos poner un poco de orden en la mente y nos ayuda a encontrar un equilibrio. Auxiliar indiscutible en los dolores de espalda o indicios de burnout.

Aunque al llegar a Occidente el yoga se convirtió en una disciplina cuyo fin es la relajación física y mental su objetivo va más allá. El fin verdadero es controlar el cuerpo y la mente para llegar a un estado de paz interior y así lograr la liberación de las ataduras del alma. Se cree que el yoga nació antes de los Vedas, los textos sagrados del hinduismo, en el segundo milenio a.C. Para muchos el yoga no tiene origen, siempre ha existido. Su enseñanza es eterna y siempre ha estado en el inconsciente colectivo. Es en los Upanishad donde se encuentra por primera vez el término “yoga” en su acepción técnica, en el 700 a. C con el significado de unir la mente con lo divino siendo la meditación la principal herramienta que se describe para obtener un estado de conciencia.

Alrededor del año 200 a. C surgieron los yoga sutras del maestro Patanjali, con el fin de ordenar y sistematizar el Raja yoga o el yoga de la meditación a través de aforismos en los que se exponen los principios, las fases y los fines del yoga. Es en los yoga sutras donde se incluye por vez primera la referencia de contener en la práctica una postura de meditación y pranayamas. Y engloba también la explicación de las ocho etapas o caminos para una buena práctica, donde se introducen cuestiones más éticas y espirituales. De ahí se siguen una gran cantidad de textos, sabios y gurús que se encargaron de la enseñanza del yoga que ya incluye asanas (posturas), técnicas de respiración, mudras, actos de purificación, chakras, kundalini y concentración en el interior.

La Organización de las Naciones Unidas proclamó el 21 de junio como el día Internacional del Yoga desde hace diez años. El fin es el formar conciencia entre la población mundial sobre los beneficios de practicarlo. En 2016 la UNESCO lo declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Así que ya sea bikram, vinyasa, kundalini, ashtanga, hatha o cualquier tipo de yoga, se recomienda su práctica ampliamente y, sobre todo, no olvide aplicarlo fuera del tapete.

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