Por qué AMLO ha caído hasta 17 puntos de aprobación

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Foto: Archivo

Partidiario

Criterios

 

Con un zócalo repleto de seguidores, aunque con algunos huecos –entre quienes había acarreados, según nota de la Agencia Apro–, Andrés Manuel López Obrador celebró apoteósicamente el 1 de julio pasado su triunfo electoral de hace un año y, durante 90 minutos, repitió lo que ya mucho ha dicho.

Dio cuentas políticas esencialmente de lo acontecido a lo largo de los últimos doce meses cuando empezó a tomar decisiones ejecutivas, como la de clausurar, de un manotazo (un remedo de votaciones), el aeropuerto de Texcoco, que llevaba un avance del 30 por ciento y en el que se habían invertido más de 100 mil millones de pesos. Y mandó al ostracismo a Enrique Peña Nieto. Las decisiones empezó a tomarlas el recién electo.

Aunque con una aprobación todavía elevada, AMLO, quien inició en diciembre con un 77 por ciento (encuesta de El Financiero, 1-7-2019) y la aumentó a 82 y 83 puntos en enero y febrero, respectivamente,  habiendo caído en junio al 66%; esto es, once puntos menos desde la asunción al poder y 17 menos desde que recibió la aprobación mayor cuatro meses atrás.

Su calificación más alta pudo deberse al combate al huachicol y sus resultados –pese al desabasto de gasolina–, al incremento del salario mínimo, pero principalmente debido al ánimo de la gente hacia el nuevo mandatario. Hasta entonces, un voto amplio de confianza por las grandes expectativas que tenían del combate a la corrupción, a la inseguridad y al narcotráfico.

En su acto del lunes pasado, Andrés Manuel ratificó lo que a diario repite en red nacional de lunes a viernes –y frecuentemente también los sábados y los domingos–: que todo va viento en popa. Dijo que “se sacará de raíz al régimen corrupto y se construirán las bases para la construcción política de México, y en caso del regreso del conservadurismo faccioso y corrupto” no podrán da marcha atrás. También que ha cumplido 78 de los cien compromisos que hizo al arranque del sexenio.

A pesar de ese optimismo, según su propia concepción y percepción de las cosas –con el “yo tengo otros datos”, que son los suyos, los que transmite a diario a la  masa–, difieren bastante, en ocasiones, de la visión que tiene la gente regularmente informada del país.

Pero ¿cuál es la causa de esa caída de su aprobación de 11 y 17 puntos porcentuales? Si bien está 16 puntos arriba del 50%, con los que tiene un amplio margen de maniobra, además del Poder Legislativo en sus manos.

Pueden ser muchas las razones, entre ellas que nuestro presidente no sabe escuchar a sus consejeros, en primer lugar a los de su gabinete, que más se acercan a meros gerentes que a secretarios con criterio propio. O bien, fueron escogidos a modo sólo para aprobar y aplaudir. Tampoco hace caso el presidente a lo que proponen o  pronostican los especialistas. Y menos escucha a sus críticos y a los analistas, cuando lo hacen con argumentaciones sustentadas.

Al contrario, la respuesta de AMLO ha sido la descalificación, las acusaciones, los calificativos, los epítetos hirientes que se salen de la seriedad mínima que debe tener una persona como él en ese puesto. Los declara sus enemigos “porque son conservadores y corruptos”. No hay, en ocasiones, un mínimo de seriedad, a la altura que debe tener un estadista de talla. Atacar a alguien sin fundamente desde la postura presidencial, demerita más a  quien lo hace que a quien lo recibe.

Otra de las razones es la polarización que hace de la sociedad, en la que sólo son buenos y no corruptos los que lo alaban. Para el presidente, quienes no están con él están contra él. Lo dice casi mesiánicamente. Con esto, más parece dividir para vencer en lugar de convencer. Esto se le puede revertir, y tanto más que a diario se está exponiendo. Quien quiere servir al pueblo, debe empezar por escucharlo, por aceptar los errores que se le señalen y enmendarlos. Ha sido regla general de nuestros gobernantes que entre más poder, más soberbia, aunque con el florido lenguaje que les caracteriza digan lo contrario. Le hacen caso sólo a su yo, y tanto más cuanto se conviertan en comparsas quienes deben acompañarlo con lo poco o mucho que sepan.

Una de las cuestiones más criticadas y criticables del primer mandatario es la de que está acabando con la corrupción porque él no es corrupto. No meter a la cárcel a los “corruptos”, por ejemplo, del aeropuerto cancelado, es corrupción. No hacer licitaciones abiertas es corrupción. Acusar sin fundamento es corrupción. Ésta no se acabará sólo con “amor y paz”, ni con el “yo no soy vengativo”. Hay que cumplir la ley, que hacer justicia no es venganza. También es corrupción “mandar al diablo las instituciones” y desaparecer contrapesos, comisiones y organismos que funcionan bien para imponer “mi ley”, “mi transformación”.

El día en que empiecen a caer presos corruptos y corruptores, comenzaremos a creer los descreídos de que la batalla ha ido en serio.

Bien por los aumentos salariales, bien las propuestas de primero los pobres, bien por los programas de bienestar, pero no se puede rescatar a la juventud, a los ninis, sólo dándoles becas si éstas no se supervisan y se les da seguimiento.

Tampoco es sano repartir dinero a diestra y siniestra, como lo hizo Luis Echeverría –tal vez el referente secreto de AMLO– con el “crédito a la palabra”.  Hubo miles que nunca pagaron. Se quedaron con la lana. Por “malas pagas”, por flojera o por falta de iniciativa, no pusieron el dinero a laborar. El camino más seguro para sacar de la pobreza a la gente es con apoyos directos a la producción concreta de bienes y/o servicios.

Justicia es luchar contra la delincuencia, organizada o desorganizada, contra la impunidad; crear oportunidades de empleo. Al hombre, sobre todo al más pobre de recursos y de mente, hay que enseñarle primero cómo hacer las cosas y, ante todo, a que sea responsable.

Eso no se está haciendo hasta ahora.

No hay que repartir por repartir dinero. Lo que se les brinde que no lo entierren, como el de la parábola que bien viene a cuento dada la recurrencia de López Obrador a la Biblia. El dinero del pueblo, que es de todos, hay que hacerlo producir al ciento por uno.

Bien dice la sabiduría china: “Si le das un pescado a un individuo, comerá una vez, pero si lo enseñas a pescar, comerá toda la vida”.