Felipe Cobián Rosales
Y la Historia Patria contará:
“Hubo una vez un presidente que gobernó –como pudo y hasta donde pudo—un sexenio de sólo cinco años y siete meses.
“Su travesía por el Poder Ejecutivo fue de las más accidentadas, trágicas y repudiadas hasta llegar al hartazgo total. Sobre todo fue la administración más corrupta que se recuerde.
“Bregó entre el narcotráfico, desapariciones forzadas, ejecuciones y violencia generalizada, como si nada sucediera. Parecía que su medianía intelectual, y más que nada moral, no le dio para más. Por eso desapareció del mapa cinco meses antes de la formalidad de la entrega del mando.
“Desde aquel primero de julio de 2018, cuando “la plebe” se desbordó en las urnas, su mandato se desdibujó, desapareció y surgió su sucesor, apabullante, llenando todos los escenarios posibles de los medios de comunicación de entonces y de la opinión pública en general. Recaudó el 53% de los votos (30 millones de boletas) que representaron el 56% del total de los 90 millones de empadronados”.
Más adelante quedará escrito para la posteridad:
“En seguida el presidente en funciones desapareció por completo del escenario político nacional y muy poco se supo ya de su paradero.
“Algunos historiadores narran, basados en documentos, reportajes, notas y crónicas periodísticas de la época –testimonios videograbados difundidos por televisión y las redes sociales, ya medio borrosas, y grabaciones de radio e internet apenas audibles por el tiempo transcurrido, y en los raros testigos impresos que son ya incunables en las escasísimas bibliotecas-museos del país, y del planeta, que vino una especie de cataclismo como cuando desaparecieron los dinosaurios…
“Y junto con él, volvió a desaparecer de la faz de la tierra otra generación de dinosaurios. Del partido al que perteneció sólo los colores de la bandera, que siempre mal usó, quedan como testimonio de lo que fue”.
Proseguirá la historia:
“Aunque hay voces que afirman que aquel presidente, hechura, a imagen y semejanza de una televisora, sobrevivió como pudo y escapó del cautiverio gracias a la gracia del nuevo presidente, quien, aun siendo candidato le perdonó por anticipado sus corruptelas, no fue benévolo con quienes fueron los más cercanos colaboradores de aquel. Muchos acabaron sus días en la cárcel.
“Debido a esa absolución, es que el aquel presidente pudo gozar de sus riquezas acumuladas en la gubernatura del estado más poblado y luego en la Presidencia de la República. Pero no lo pudo hacerlo en el territorio nacional. Tuvo que irse allende las fronteras casi en calidad de exiliado. Aquí no podía ni a la calle salir porque la gente no lo quería. Era objeto constante de escarnio público.
“Dicen los decires de aquellas personas de la época, que trató de vivir en su enrome y flamantísima residencia lavada y blanqueada pero no pudo porque ya desocupado, sin pensión, como los demás expresidentes, el fantasma de su conciencia lo perseguía de día y de noche.
“Sus paisanos contaron que lo vieron con intenciones de quedarse en Atlacomulco, pero la tortura fue mayor: “pueblo chico, infierno grande”. Se fue –dicen que a Miami, donde se había hecho de departamentos de lujo que puso a nombre de su Ave querida. Pero ni la más envidiables vistas, tanto hacia el Golfo como hacia la inmensidad del Atlántico, calmaron sus remordimientos de conciencia. Vivieron a hurtadillas, con el temor de ser vistos por compatriotas”.
Contará la historia que a partir de aquella noche del uno de julio, cinco meses antes de asumir el poder, se apoderó de toda la agenda política.
“Todas las noticias daban cuenta sólo de aquel hombre iluminado, mesiánico, venido de Macuspana, decidido a terminar con la corrupción. Hasta la de varios de sus cercanos que llegaron lastrados”.