Felipe Cobián R.
En la columna anterior hablábamos del ambiente preelectoral caldeado en la mayor parte del país y obviamente en Jalisco,
Se debe, en gran medida, a esa guerra interminable y sin cuartel entre policías y militares contra el narco y a la respuesta violenta de éste y a la lucha interna y entre cárteles con ajustes de cuentas de por medio con saldo de muertos y desaparecidos.
Desgraciadamente, los desaparecidos no han sido únicamente por culta de los malos, También los ha habido, aunque en menor medida, de parte de los persecutores del crimen organizado.
En no pocas ocasiones ha sido del dominio público que a las a las autoridades represoras se les ha pasado la mano con sus singulares “interrogatorios” en los que casi siempre está presente la tortura en contra de los detenidos, sean o no culpables.
La búsqueda infructuosa de los incontables desaparecidos –únicamente en el estado suman más de dos mil cualquiera de las causas— ha incitado a la gente cada vez más a manifestarse con marchas y denuncias en los medios de información.
No obstante, que yo tenga memoria, no se había registrado violencia en alguna de las anteriores manifestaciones estatales, sino hasta el lunes pasado en Ciudad Guzmán cuando varios elementos de la Secretaría de Marina fueron agredidos a pedradas, botellazos y palos, algunos por la espalda.
Además, los marinos cometieron un grave error: disparar sus armas largas así fuera al aire a la hora de las agresiones. Lo que se debe hacer en esos casos, es dispersarlos mediante métodos más civilizados de disuasión: altavoces de alerta, chorros de agua…
Empero, hay que aclarar que en el caso mencionado no fueron los familiares de quienes están sin aparecer, los que provocaron la trifulca, sino, a decir de muchos de los mismos manifestantes, gente infiltrada. Pero, ¿por quiénes?
Aunque aparte de dañar una de las unidades militares, los rijosos la pintarrajearon y escribieron el nombre del Cártel Jalisco Nueva Generación. ¿Puede ser así si lo que se supone lo que menos quieren es exhibirse? Pudiera ser, pero no había sido esa la tónica. Lo que menos querían –así parecía– es que les movieran el agua sin necesidad extrema. Claro, alguna vez tienen que equivocarse.
Es difícil saber si, en todo caso, los jovenzuelos lo hicieron motu proprio o si es la confirmación del nacimiento de otro cártel.
Sin embargo, también es cierto que en ciertas zonas hay alta inconformidad por el comportamiento de algunos integrantes de corporaciones policiacas o militares por abusos. Como cuando en diciembre pasado, unos marinos les robaron en efectivo 16 mil pesos en un retén, en el puente del Corcovado, a dos empleados de una abarrotera que regresaban a Autlán con mercancía.
Bastó salirse de la carretera, obligarlos a bajar del vehículo, revisarlos corporalmente y obligarlos a bajarse los pantalones –al menos a uno de ellos, y acusarlo de que el envoltorio en que traía el dinero que les sobró era droga para quedarse con 15 mil pesos del patrón y mil propios. (Esta información apareció en las páginas web de letrafría.com y reverso.mx.)