Felipe Cobián Rosales
En el supuesto de que en el último debate presidencial haya habido algún ganador, de ninguna manera será determinante en los comicios del primero de julio próximo. Incluso, ni siquiera podrá mover significativamente las preferencias que, de hecho ya están definidas desde hace tiempo, de acuerdo con las diversas encuestas.
En lo personal, creo que no hubo triunfador en el tercer debate y que los competidores salieron más o menos tablas, fueron más propositivos y estuvieron mejor preparados que en los anteriores y, en honor a la verdad, a decir de muchos, fue también el mejor conducido y eso se debe a los periodistas Carlos Puig, Leonardo Curzio y Gabriela Warketin.
Por otra parte, algunos opinadores afirman lo contrario a lo que yo pienso. Cuestión de percepciones. La noche misma del debate, analistas de televisión expresaron que el ganador había sido José Antonio Meade. Sus seguidores, por supuesto, hicieron otro tanto. Distintos columnistas coincidieron hoy en lo mismo y se inclinaron también por el abanderado tricolor; y en menor medida, otros lo hicieron por Ricardo Anaya.
La única novedad –si es que lo fue–, que aportó el panista contra AMLO, fue recordarle que en su tiempo de jefe de gobierno del D.F. (2002-2005) le otorgó concesiones, sin concurso, a su amigo José Manuel Rioboó, por 170 millones de pesos para los segundos pisos y quien, al no tener parte del pastel en la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, arremetió contra la obra, según el mismo Anaya.
“No soy corrupto como tú”, reviró el aludido sin rechazar tajante la acusación que le podría quitar algunos puntos, pero no más. No aceptó ni rechazó los argumentos anayistas.
El grupo periodístico Reforma afirma en su edición de hoy (“martes 13, no te cases ni te embarques”), que el triunfador fue Anaya con ventaja de tres a uno (57%) y que, obviamente, fue el de las mejores propuestas (59%). Este resultado, de acuerdo con una encuesta interna realizada después del debate entre consejeros editoriales y “líderes ciudadanos”, quienes opinaron (52%) que el perdedor fue Andrés Manuel.
Por lo demás, el tercer debate o mesa redonda, como ya lo enuncié, de ningún modo cambiará sustancialmente la radiografía que las casas encuestadoras han hecho, hasta ahora, de la intención del voto en el poco tiempo que resta para la jornada del primer domingo de julio. Una ventaja tan amplia, de dos a uno, es casi imposible derrumbar.
Y es muy difícil porque el abanderado de Morena parece haber monopolizado toda la inconformidad acumulada particularmente en este sexenio de tanta corrupción; así sea con su populismo al estilo de quien, tal vez, sea su inspiración: Luis Echeverría, quien aún vive y cobra igual su pensión millonaria como los otros exmandatarios, pero al que curiosamente no alude AMLO.
Recuérdese a ese hombre del lema “Arriba y adelante” que también quiso ser uno émulo de Benito Juárez, de Lázaro Cárdenas, terminó siendo tragado por su propia demagogia y fue el origen de la más dramática crisis campesina, comercial y, consecuentemente, económica y financiera, junto con José López Portillo, su “hermano” –así se decían–, que conformaron la llamada “docena trágica”.
Concluyó Echeverría su mandato dándole el golpe más duro que haya sufrido la libertad de expresión en México al darle muerte al diario Excélsior, el de Julio Scherer García, del cual tuvimos que salir decenas de trabajadores de talleres y periodistas, casi todos cooperativistas que se fueron por la fuerza del gobierno; otros, los menos, lo hicimos solidariamente aquel 8 de julio de 1976.
Pero volviendo al asunto de las elecciones, lo que ahora está a discusión sobre la gran ventaja del fundador y presidente de Morena, es si ese porcentaje de indecisos que oscila entre el 20 y el 26% y del llamado voto últil de la ciudadanía, puede variar la decisión última ante las urnas. Casi imposible.
Twitter: @fcobian