Felipe Cobián Rosales
Si bien, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador con el 53% de los votos emitidos, le da un amplio margen de maniobra para hacer los cambios que demandan los tiempos, su sistema de nombrar coordinadores generales en los estados, que puede o no tener fundamento legal, en la práctica se convertirán en cogobernadores e, incluso, en supragobernadores por los elevados recursos que administrarán.
Si bien, la determinación de AMLO es buena en principio porque, por un lado, se ahorrarán recursos al evitar delegados por cada dependencia, por el otro, pretende corruptelas de gobernadores quienes, afirma, reciben entre el 10 y el 20% de comisión o “mochada” por contrato, en los hechos, será una jugada maestra para ejercer un mayor control sobre ellos, y no sólo en lo económico, sino también en lo político. Y más temprano que tarde, le redituará doblemente al presidente electo.
El dilema para cada entidad será ante quién acudir: ante el ejecutivo o ante el representante presidencial. En los municipios se replicará la misma situación: los presidentes y aun las organizaciones civiles o los particulares deberán decidir entre recurrir a la autoridad inmediata o ante el subdelegado distrital. Se decantarán por quien tenga más poder económico e influencia política.
Por lo planteado hasta ahora, el coordinador será absoluto en cada entidad; tanto más cuanto más dependa un estado de los recursos federales. De esta forma, en los hechos, no solo los munícipes, también los gobernadores quedarán nulificados.
El coordinador tendrá todo el poder: realizará censos, repartirá prerrogativas y dinero a quien juzgue convenientes y en la cantidad que desee. Igual la obra pública, la educación y la asistencia. Esto le redituará un invaluable capital político… y hasta en sus finanzas personales si no es un tanto escrupuloso.
Frágiles humanos son muchos de ellos que tuvieron la suerte, o la virtud, de estar en el lugar y el momento correctos al lado del electo.
Visto desde la perspectiva capitalina, no pocas veces discriminatoria con que nos han calificado a los de acá, a los del “resto del país”, sobre todo en los gobiernos “revolucionarios”, de Luis Echeverría y López Portillo, de que “fuera de la Capital todo es Cuautitlán”, la concepción republicana que tiene ahora AMLO, parece más centralizadora y, obviamente, contraria al pacto federal.
No pocos pensamos que el nombramiento de coordinadores, se acerca mucho a formas virreinales que, al emplear mecanismos como el de becas a tabla rasa para estudiantes –estudien o no– y ayudas asistencialistas, la gente se volverán más dependientes, más flojas, sin iniciativa, porque han preferido darle un pez que enseñarle pescar.
Se propiciará, sobre todo –pareciera ser el propósito final–, un sistema clientelar con miras partidistas a corto y largo plazo que, quiérase o no, es una forma de trasplantar mañas tricolores.
Y tanto más van sobre seguro López Obrador y sus 32 coordinadores que todos son miembros de Morena, sin importar perfiles, preparación, cualidades. Lo importante, los afectos de aquél.
En el caso local, Enrique Alfaro –ya lo escribimos aquí hace más de dos semanas—, ha mostrado su rechazo al representante de AMLO, Carlos Lomelí e insiste en que él quiere trato directo con el presidente y que no va a permitir se invada al Jalisco libre y soberano.
Extraña pues que el presidente, que procede de la famosa “provincia” y ha recorrido, doble y triplemente el país, implante un centralismo absolutista.