Felipe Cobián R.
El miércoles 16 de mayo, la candidata independiente Margarita Zavala derrumbó su incipiente castillo de arena para empezar otro quizás, después de las próximas elecciones, pero sobre cimientos firmes que surgirán de las mismas arenas, de los escombros, y que de hecho ya inició cuando, con arrojo y determinación renunció a sus inalcanzables sueños de convertirse en presidenta del país.
Si el hilvanado discurso, entereza, convicción y madurez que mostró en la entrevista que le hicieron sus siete interlocutores en el programa de televisión, Tercer Grado, hubiera mostrado la candidata a lo largo de su campaña y, en particular, durante el primer debate, otro gallo le hubiera cantado a sus oídos y no el lastrado porcentaje de la intención del voto que mostraron las últimas encuestas de apenas un 3%.
En el primer debate, y único para ella, todos la vimos nerviosa, desubicada y a ratos con cierta incoherencia sobre sus planteamientos y réplicas, como pensando más en los reclamos que le podría hacer su marido Felipe Calderón, que en la contienda por la Presidencia misma.
En cambio ahora, ya liberada de ese fardo, durante el programa Tercer Grado, la excandidata que fuera víctima de la ambición avariciosamente desmesurada –válgaseme la redundancia– de Ricardo Anaya como presidente del PAN por tal de convertirse en candidato, mostró una desenvoltura y un conocimiento de la política y de buena parte de la problemática nacional, que no se le conocía.
Fue tan inesperada la renuncia (no porque se creyera que repuntaría, sino por su terquedad de estar en la boleta electoral) que al conocerse la noticia muy anticipadamente a la transmisión del programa, que tuve la tentación de no verlo al creer que sería sumamente aburrido.
No obstante, la inquietud periodística me llevó a plantarme ante el televisor en donde vimos a unos periodistas igualmente desconcertados que, salvo alguna o dos excepciones, se montaron en su quehacer y entablaron una conversación interesante que se extendió más allá del límite sumando cerca de 80 minutos.
Lástima pues, Margarita, que todo esto haya sido a destiempo. O en el mejor tiempo para surgir de las cenizas más pronto que tarde, pues su ADN es la política, ni quién lo dude.
Pero lo mejor de esa renuncia en la que también influyeron factores como el piso tan disparejo impuesto por los partidos en el INE para los independientes, la falta de una segunda vuelta y la creciente polarización de las campañas, es que no declinó ni por José Antonio Meade ni por el odiado Anaya que ya le han hecho guiños.
Margarita deja en libertad a sus seguidores de “votar en conciencia” por cualquiera de los aspirantes, por lo cual cabe la posibilidad de que sus tres o cinco puntitos los cachen el priista o el panista. Cabe la posibilidad también de que alguno de sus distraídos seguidores, lo haga por El Bronco y hasta por Andrés Manuel.
Como quiera que ocurra, la baja de Margarita de la contienda propiciará un reacomodo en la intención del voto, aunque se conocerá hasta la próxima semana, a más tardar.
Por ahora, la excandidata se ubica como una persona coherente y con mayor autoridad moral para opinar que ya está mirando más hacia el futuro que al presente, como la revisión del abultadísimo financiamiento a los partidos políticos que ha corrompido a sus dirigentes, el fortalecimiento de las candidaturas independientes y la urgencia de implantar la segunda vuelta electoral.
Al menos, esa es la primera impresión que causa. Ya veremos.