Amparo Reyes
Domingo 09 de abrir de 2023.- Es difícil hacer un ponderado balance de lo que Raúl Padilla López hizo en y desde la Universidad de Guadalajara porque siempre saltarán, por un lado, los beneficios que sin duda reportó a la población, la infraestructura cultural que creó y, por otro lado, la inescrupulosa manera en que se agenció los recursos públicos para lograrlo.
“Líder visionario”, “gran mecenas de la cultura” y otros epítetos grandilocuentes se le endilgan profusamente luego de su sorpresiva partida de este mundo. Sin embargo, no se ha tomado en cuenta la motivación profunda que tuvo para hacer lo que hizo.
¿Pensó primordialmente en el beneficio que tendría la gente cuando planeó y ejecutó cada uno de sus proyectos? Sí y no.
Es decir, quizá pensó en la gente, pero para que aplaudiera y aprobara sus iniciativas y con ello consolidar su creciente poder, pues sin el consenso mayoritario probablemente no habría afianzado su posición en el espectro político local y nacional.
Su ambición no tenía límite y le importaba, antes que otra cosa, satisfacerla. Por otra parte, se dice que supo aprovechar el vacío que en materia de cultura, dejaron los distintos gobiernos estatales, a quienes correspondería hacerse cargo; pero ya se sabe que en muchos aspectos que le toca atender al Estado no hay continuidad de un gobierno a otro, porque cada administración trae su propia “agenda”, y Padilla, como factótum inamovible de la estructura universitaria, aprovechó los recursos públicos que a nombre de la institución educativa gestionó, para realizar sus proyectos.
¿Invirtió su propio patrimonio?
Evidentemente no; por el contrario, lo acrecentó a partir de cada una de las presidencias de empresas parauniversitarias, festivales y otras instancias que creó y que le eran rentables económica y políticamente.
¿Desde siempre pensó que la cultura sería un buen negocio social y político?
Claro que no. Recuérdese que durante su rectorado tenía planeado convertir los terrenos de Los Belenes en un parque industrial, e incluso en la sala de juntas de la Rectoría había una maqueta que mostraba lo que presumiblemente sería ese complejo donde se instalarían fábricas de productos tecnológicos y electrónicos, pero para su fortuna, en ese tiempo algunas factorías de ese tipo empezaron a fracasar y se detuvo el proyecto, que ya había presentado a secretarios del gobierno de Salinas de Gortari.
Si se realizara una búsqueda hemerográfica detallada de todos los años en que fue el hombre fuerte de la UdeG, se localizarán proyectos fallidos o deliberadamente truculentos, como lo fue aquel sorteo universitario, a imitación del sorteo TEC, en el que todos los trabajadores universitarios estaban obligados a comprar boleto, bajo descuento de nómina, y en el que casualmente los grandes premios se los sacaban altos funcionarios de la administración.
O aquel proyecto de creación de un Conservatorio de Música –en desdoro y al margen de la legendaria Escuela de Música–, cuyas flamantes instalaciones eran nada más y nada menos que una casa dúplex por los rumbos de Chapalita en la que en cada cuarto habían instalado un piano. Fue, a todas luces, una tomadura de pelo porque nunca funcionó y ya no se supo más.
O la tienda universitaria, que operó si acaso un par de años, en la que los universitarios estaban obligados a comprar con los vales que se les daban. Las malas lenguas rumoraban que vendían productos robados, cosa que nunca nadie comprobó.
Raúl Padilla supo tejer una red de convenientes relaciones y al mismo tiempo una malla protectora por si algo fallaba, y fue cuidadosamente borrando las huellas de sus acciones no muy limpias.
En resumen, fue el benefactor cultural con sombrero ajeno y el hombre de luces y sombras, como muchos dicen, pero cuyas luces están teñidas de sospechas.