Diálogo entre los Tlamatinime aztecas y los franciscanos

Diálogo entre los Tlamatinime aztecas y los frailes franciscanos

Gabriel Michel Padilla

 

Segunda parte

 

-Oh señores, oh príncipes valiosos,

os habéis fatigado, habéis venido,

habéis aparecido en vuestras barcas,

a la orilla del agua de los dioses,

después de navegar el mar inmenso.                           120

Habéis así llegado a vuestra tierra,

aquí estamos en frente de vosotros,

nosotros, desvalidos, despreciables,

gente ignorante, cola, escalerilla.

Nuestro Dios permitió vuestra llegada                      125

habéis venido a gobernar aquí,

a vuestro reino, vuestro monte y agua.

¿Pero cómo llegaron vuestras naves?

¿Por qué ruta llegaron a nosotros,

de la tierra que habitan nuestros dioses,                    130

de en medio de la bruma, de la niebla,

del interior del mar, de la gran agua?

Vosotros sois los ojos, los oídos,

os habéis convertido en boca, en labios

del Dueño de la Tierra Tlalticpaque.                          135

¿Y ahora qué podemos responderos?

¿Qué palabras oirán vuestros oídos?

¿Qué podremos decir nosotros pobres

vendedores de yerbas, leñadores,

nosotros empolvados, enlodados,                                140

nosotros miserables, afligidos?

Porque el Señor, el Dueño de la tierra,

sólo en prenda nos ha dado la vara,

solamente la punta del bastón,

que representan el poder y el mando,                         145

la silla hecha de palma entretejida.

Con un labio tan sólo, quizás dos,

vamos a responder vuestro discurso,

el venerable aliento, la palabra,

del Dador de la Vida, nuestro Dios                            150

la de Ipal Nemohuani, El Verdadero.

Con esto hemos salido de su oído,

de ahí del interior de su cabeza.

Su palabra nos ha puesto en peligro,

a la orilla de un hondo precipicio,                     155

a punto de caer en vuestro enojo,

de forjar vuestra ira, nuestra muerte.

¿Procedimos acaso con pereza?

¿A dónde iremos pues, los desvalidos,

si solamente somos gente pobre?                        160

Aunque ya nuestros dioses perecieron,

por favor, oh señores, serenaos,

que permanezcan quietas vuestras almas.

Permitidnos abrir nuestro baúl,

el cofre que atesora y almacena                           165

la gran sabiduría de nuestro Dios.

Decís que nuestros dioses son espurios,

que no son verdaderos, que son falsos,

que al Verdadero Dios no conocemos

al que es Dueño del Cerca y es del Junto,              170

al que es dueño del cielo y de la tierra.

Nueva palabra es ésa, nobles príncipes,

nuevo discurso es éste que anunciáis.

Estamos perturbados del aserto,

perdimos la quietud, nuestra alegría,                     175

pues los amados viejos, los abuelos,

aquellos que pasaron por la tierra,

jamás parlamentaron de esa forma.

A nuestros dioses siempre veneraron,

los tuvieron por dioses verdaderos                         180

y nos dieron las reglas para el culto,

toda clase de formas y rituales:

la quema del copal, la incensación,

el sangrado ritual, los sacrificios.

Así nos enseñaron los ancestros,                            185

que por ellos vivimos, respiramos,

que vinimos al mundo por sus méritos.

¿Pero cuándo y en dónde aconteció?

Cuando había obscuridad, era de noche,                 190

nos dijeron que, a obra de los dioses,

fue que fuimos procreados y nacimos.

Somos alimentados y crecemos.

Ellos proveen bebida y alimento                         

que luego se convierte en nuestra carne:                195

el maíz, el frijol, la calabaza,

amaranto, camotes, tejocotes.

A ellos les pedimos agua, lluvia,

que hace crecer los árboles, las plantas.

A ellos les danzamos, les cantamos.                        200

¿Hemos acaso de abolir la regla,

la antigua guía de vida chichimeca,             

la norma trasmitida por toltecas,

por las tribus Colhúas y Tepanécas?

La regla está metida en nuestras almas,               205

aquí en el corazón, en nuestra entraña.

No dañéis a las gentes, oh señores,

no traigáis a los pueblos maldiciones.

Esta norma ejercieron los abuelos,

las viejas encorvadas, las abuelas.                       210

No vayan a enojarse nuestros dioses,

no sea que por su ira perezcamos,

que por esta razón se irrite el pueblo

si en medio del mercado proclamamos:

“ya dejen de invocar a nuestros dioses”                215

Tomadlo muy en cuenta, nobles príncipes,

considerad atentos nuestra angustia.

No aceptamos, señores vuestro aliento,

vuestra Nueva Palabra rechazamos,

aún si os ofendéis por esta causa.                          220

Aquí se encuentran los señores águilas,

los señores jaguares, nuestros jefes,

los que cargan el mundo en sus espaldas.

¿No es suficiente ya con su derrota,

con el destierro y los demás escarnios,                   225

que ya fueron privados de su mando,

privados de su silla, de su vara?

Sabemos que serán hechos cautivos

si nosotros porfiamos e insistimos

en mantener en pie nuestras creencias.                   230

Haced cuanto queráis, señores nuestros,

esta es nuestra respuesta, nuestro aliento,

muy gentiles personas, ¡oh señores!                        232