¿A dónde vamos?

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¿A dónde vamos cuando nos dicen, y nos repiten una y otra vez, y muchas veces: quédate en tu casa?  ¿Acaso no debemos tener ya, al menos, dos semanas de confinamiento para evitar una mayor propagación del virus del Covid-19 y, en cambio, en nos largamos en tropel al corazón de la ciudad, a las grandes tiendas y a centros de abastecimiento en apiñados medios de transporte, o bien, abordamos nuestro vehículo y nos largamos de vacaciones a playas u otros lugares turísticos a donde se dirige todo mundo y algunos -o muchos-, irán o volverán contagiados?

Lo seguro es que, dicen los expertos en la materia, que en cuestión de dos semanas vendrá la crisis y podremos tener una explosión de infectados por el coronavirus y, entonces, los hospitales públicos y privados y todos los servicios médicos empezarán a verse insuficientes, quizás desbordados y no muy lejanos al colapso.

Lejos estamos todavía de ver nuestras plazas, calles y comercios desiertos como en Italia, España o Nueva York, para no ir tan lejos.

De no seguir ese ejemplo, mucho lamentaremos, otros despotricarán, o despotricaremos, en contra del sistema cuando nosotros mismos reconozcamos que somos, o fuimos en mucho, origen de lo mismo que podemos sufrir porque no tuvimos un mínimo de disciplina, no se diga de sacrificio para aislarnos y quedarnos en el hogar, ya no tanto por obedecer peticiones -que no órdenes de gobierno que no ha dado como tales, pues no ha impuesto medidas restrictivas- sino por preservar nuestra salud y la de nuestra familia y semejantes.

Lo que sucede es que, pese a todo, aún hay muchas, incontables personas que no creen en este virus. Es más, ni a los mismos políticos les caía el veinte de lo que se veía venir desde que en Wuhan, China se supo de la peligrosidad de la transmisión. Acordémonos, aunque hoy se diga lo contrario y que “desde hace tres meses” están en alerta y preparados para lo que se veía venir, ¿acaso no invitaban a seguir saludándonos de mano, beso y abrazo durante casi todo enero? ¿En dónde el ejemplo, el liderazgo y tanto más cuanto hay tantos seguidores y, algunos, hasta la sumisión servil y la ignominia?

Todo “porque no tiene fuerza de contagio, sino fuerza moral” (Hugo López Gatel, dixit). Acaso, ¿un mesías?

Pero también la gran verdad es que un muy elevado porcentaje de la población estimada, al menos, en un 60 por ciento, no se ha recluido desde que se nos recomendó hacerlo por nuestro propio bien y el de los demás. La verdad es que únicamente lo hemos hecho alrededor del 40 por ciento del total nacional. También es verdad que en un país donde existe tan alto promedio de marginalidad, de pobreza extrema como aquellos que sobreviven con el día a día en el campo y en la ciudad –e incluyo por igual a los auténticos pordioseros que a gente de calle en general, o quienes, teniendo apenas un taller, si acaso con uno o varios trabajadores, y eso es muy comprensible, se ven obligados a seguir laborando hasta donde la cuerda alcance para sacar el mínimo.

No obstante, hay muchos otros que, sin esa necesidad, siguen del tingo al tango exponiendo y exponiéndose irresponsablemente a infectar o ser infectados y se van por miles a vacacionar como si nada sucediera. Y lo vimos descaradamente el pasado fin de semana en vísperas de Santa y Pascua. Y todavía, muchos automovilistas de salida, quejándose, a través de las redes sociales, del “trafical”, de las horas y horas a vuelta de rueda.

Pero quieren aprovechar doblemente: “las vacaciones” del coronavirus y los hijos no irán a la escuela en lo que resta del mes y, aprovechar también, el bajo precio de la gasolina. Así exclamaron: “Ahora o nunca”.

O es demasiada indolencia o es desinformación ─porque no quieren oír y menos leer─ o es tamaña temeridad e incredulidad a lo que se puede venir, y ya está aquí: la primera pandemia auténticamente universal que ya está en prácticamente todos los países de la tierra y es uno de los virus más fácilmente transmisibles que existen, y no tan sólo por la enorme movilidad existente a nivel mundial cuanto por falta de visión de varios jefes de Estado, incluidos los de países desarrollados como la propia China, Italia, España y ahora Estados Unidos, o por la displicencia de otros.

En última instancia, en donde debemos mirarnos en el espejo del próximo, el del martirizado Ecuador, por ejemplo. El de Guayaquil, concretamente. en donde a los muertos los tiran o los velan en las calles porque las cajas mortuorias no ajustan o porque las funerarias no se dan abasto y, si tienen suerte, los llevan en lo que sea y los entierran en cualquier baldío o tierra bruta. Panorama dantesco, casi apocalíptico.

Dios, La Guadalupana y también “la unión familiar, la solidaridad, el amor al prójimo” y la materia de nuestra raza, de la que desde Palacio Nacional nos repiten que estamos hechos los mexicanos nos libren de sufrir lo que en otras latitudes expuestas ampliamente todos los días y a cada rato en los medios de comunicación tradicionales y cibernéticos.

Yo sé que es difícil creer cuando desde arriba nos dicen algunas mentirillas o medias verdades como el que “estamos preparados” y tenemos 6 mil 425 camas de terapia intensiva equipadas con sus respectivos ventiladores y personal especializado, cuando sabemos que apenas están contratando personal que supla al 30 por ciento de trabajadores de la salud que tuvieron que alejarse por edad y riesgos y que los insumos no son suficientes. Apenas fue un avión de Aeroméxico por ellos.

La otra mentirilla: que la Línea 3 del Tren Eléctrico Urbano de Guadalajara ya está terminado y aún hay varias estaciones inconclusas y una serie de detalles por corregir.

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