Alfaro, coloso con pies de barro

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Filosofando

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Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes, decían nuestros viejos en su florido refranero. No tiene desperdicio de letras, de fecha ni de imagen. Justo el lunes pasado la final de la liga beisbolera del pacífico se escenificó en el estadio de Zapopan. Disputaban el cetro del campeonato los yaquis de Ciudad Obregón, la antigua Cajeme, y los charros de Jalisco. El encuentro fue trepidante hasta la primera mitad. En la segunda parte se desfondaron los visitantes, creciendo los locales. Los charros pusieron una ventaja de once carreras contra una, que vino a ser el escore definitivo. Ya no hubo necesidad de séptimo juego. Los charros se coronaron y festinaron su triunfo.

Como ritual obligado, invitaron a un personaje importante para que pusiera en manos de los ganadores el trofeo disputado. La mejor figura que idearon fue la del gobernador, Enrique Alfaro Ramírez. Mal fue anunciado su nombre cuando del pleno de las tribunas se desató una sonora rechifla, con mentadas de madre y toda la cosa. Fue una reacción espontánea del público presente, por la euforia o por ganas de joder, como dicen los gachupines. Se le puede buscar la motivación al gusto. Pero de que fue sonora y festiva, ni quien lo niegue.

Han salido defensores de Alfaro a decir que ese tipo de reacciones se estila siempre en la localidad. Por ahí alguno dijo que le fue peor en su turno a Aristóteles, también gobernador en turno. Será el sereno, pero se registra como una reacción inesperada. No tiene sentido entablar comparación alguna. Decir que uno era gobernador ya de salida ¿en qué atenúa al equipararlo con un gobernador de entrada? O decir que el público beisbolero le rechifla tanto al giro como al colorado, ¿qué explica del presente desplante? No hay respuesta airosa, cuando se escurre el bulto. Fue así y ya.

Si ahí hubiera parado, podría darse como una puntada desbarajustada, proveniente de un público poco atento. Pero unos minutos después unos periodistas rodearon al gobernador, ya fuera de tribunas donde se consumen bebidas y fritangas, para obtener una entrevista. Cuando el público descubrió el circulito de la entrevista, otra vez, de la misma forma festiva y despreocupada soltó el coro tan conocido de: ‘es un honor estar con Obrador’. ¿Por qué se lo machacan a cada paso? Tampoco aquí sirve de mucho decir que los coristas son feligreses de Morena o pejebots. Por joder o con conocimiento de causa, la descalificación es la lección que se deriva de estos hechos.

Alfaro debió registrarla como una mala semana para su bitácora, con la intención de superarla rápido y dar vuelta de hoja. Pero no pudo hacerlo. A media semana se vino la anunciada desaparición del instituto jalisciense de la mujer, una medida desacertada. Podía haberla pospuesto o aún cancelado, como mensaje para las dueñas que andan agitando el pandero en el estado con el fin de tener presente al género femenino en todos los foros. Pero se impuso la insensibilidad política y otra vez vino la rechifla. Ahora no fue en un espacio deportivo, sino en el congreso mismo y en todos los foros en los que las dueñas han venido abriendo y desplegando sus banderas. Un leve paseo por las redes sociales puede dar constancia viva de lo aquí afirmado.

Para colmo, el periódico local El Informador cabeceó ayer con otro traspié del titular del ejecutivo estatal. Curándose en salud, refiere que a él le condenan lo que a Obrador le aplauden. O sea que nuestro público mide los actos de gobierno con dos raseros: Es obsecuente para el federal, pero se muestra intolerante para el estatal. Se tiró a matar, pero sin medirse. Se ha vuelto enfermiza su confrontación con Obrador y le tira parado o en vuelo. Pero seguramente nadie de su equipo le ha hecho ver que, por el amomento, dada la alta popularidad de que goza Obrador, todo lo que haga en contra del favorito se le revertirá.

A lo que se ve, a Alfaro le incomodan los políticos en activo. No es enfermedad exclusiva suya. Todos los políticos la sufren, aunque normalmente la externan sólo los más lerdos. Se dice que el arte de la política es justamente eso: tragar sapos y no reventar. De forma más majadera: tragar mierda sin hacer gestos. Los que incursionan en la política saben de estos tragos amargos y su frecuencia. Para andar en tales fatigas se debe tener el hígado curtido. Y quien no sepa tolerar tales excesos, mejor que ni se meta.

Enfrentar opositores con guante blanco y con la diplomacia por delante, es arte política de la buena. Pero crear opositores, generar escaramuzas aún al interior de los propios seguidores, es indicio de que no hay dominio seguro en este ejercicio. Aunque ya estábamos avisados. Hace seis años contendió del codo con Obrador. La connotación de su figura se decantó de izquierda. Los sufragantes los alinearon en dicha vertiente. En la elección reciente viró, se vino del codo del panista Anaya y, lo que es peor, en contubernio con Raúl Padilla. ¿Alguna duda sobre su volubilidad?

En campaña se esforzaron algunos en tapar estos síntomas ominosos. Pero ya concluida la contienda, tales tapaderas dejaron de funcionar. Alianzas afinadas con alfileres dan en tierra. El tropel de mujeres que ahora abjura de Alfaro y sus mentiras brotó incontenible. Hay también deserción de sus cuadros más conocidos. Alberto Uribe se le alejó yéndose a Morena. Esteban Garaiz no le da más bola, habiendo sido uno de sus mentores predilectos. Lupita Morfín no tarda en decir adiós. ¿Parará pronto la danza o terminará quedándose completamente solo el ‘simpático peloncito’ de la contienda electoral?

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