Alfaro, en la picota

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Tenía que ser. Tanto va el cántaro al agua, que un día se queda en el pozo, dice la vieja sabiduría popular. Desde que tomó posesión de gobernador, no pasa un día sin que pare el dedo señalándole errores al titular del poder ejecutivo federal, buscando la confrontación. Por fin se salió con la suya. AMLO volvió el rostro y le contestó. Ahora sí ya puede retozar tranquilo.

Se mira como obsesión suya eso de estarle rayando los cuadernos al Peje. Fuera porque anochecía o amanecía; porque llovía o estaba seco; por sí o por no. No trae Alfaro otro punto en su agenda que estarle parando los tacos al poder federal. Bueno, también endeudarnos. Pero vamos a lo de los reclamos. Si tenga o no razón en sus despropósitos, es lo que hay que registrar a lo largo de todo este año y medio a cargo de su gobierno (¿?). Un empacho que ya nos resulta cansino a los ciudadanos de Jalisco. Dejemos atrás pues todo lo montado en esta campaña señalante y centremos la atención en algunos detalles especiales de la pandemia presente, porque parece ser ya la gota que derramó el agua del vaso mal llenado.

Apenas brotó el conato nacional para hacerle frente al mal por venir, desde luego encabezando la iniciativa federal, y ya estaba listo nuestro góber, altavoces en mano, para dictar línea de acción. Al grito de ‘Nosotros sí sabemos lo que hacemos’, dio el grito de salida. Es la razón por la que el confinamiento arrancó en nuestro estado una semana antes, cinco días antes para ser precisos, que su aplicación a nivel nacional. Nos lo justificó Alfaro diciendo que con tal adelanto precautorio nos ahorraríamos la propagación del contagio y volveríamos a la normalidad sin incidentes de nota. Así llevamos transcurridos ya tres meses, con el desorden y la confusión presentes, que nos atosiga a todos, tirios y troyanos, para decirlo de forma clásica; o justos y pecadores, para recurrir a modelos tradicionales muy nuestros.

El 19 de abril arrancó la etapa tolerancia cero. Entre otras medidas, se estipuló el empleo obligatorio de mascarillas. Bancos, tiendas, oficinas, unidades de transporte… en todos lados. El día cuatro de mayo, en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos la policía detuvo a Giovanni López precisamente por no traer cubrebocas. Este muchacho, de oficio albañil, estaba frente a su casa y se disponía a recogerse en su hogar. Su hermano Christian interpeló a la policía por lo que pensaban hacer con el detenido, y si acaso pensaban devolverlo muerto. Fue grave su pronóstico, pero atinado.

Pasó un mes para enterarnos de que al día siguiente, el cadáver de Giovanni fue depositado en el hospital civil. En su cuerpo había signos de tortura y hasta un balazo en el muslo. Los elementos de esta policía no sólo no estaban detenidos, sino ni siquiera señalados por homicidio. La difusión de un video breve, donde se aprecia tan arbitraria detención, detonó la inconformidad pública. Los muchachos salieron a las calles tapatías a protestar por un acto más de brutalidad policíaca y el escándalo subió de tono.

Los manifestantes pintarrajearon las paredes del palacio, incendiaron dos patrullas en el costado del palacio de gobierno, por la calle de Morelos. Vale decir que el sitio se ubica frente a la plaza de la liberación, uno de nuestros lugares públicos más transcurridos. Más adelante un manifestante le vació alcohol en el lomo a un motociclista y le prendió fuego, llamarada apagada de inmediato. Esto ocurrió en la esquina de Colón y Juárez, otro de los espacios deambulatorios más concurridos de la ciudad. Tras este hecho se desató la violencia policiaca en contra de los manifestantes, con el saldo de al menos veintiséis detenidos. La soltura de brazos golpeadores y patadas lacerantes contra el público dio la nota. Como los videos ahora inundan las redes sociales, la prueba de tales hechos circuló profusamente, sin que haya posibilidad de negarlos.

Pero lo más ingrato de toda esta jornada ocurrió con la subida a la palestra de Enrique Alfaro, nuestro descompuesto gobernador. Dijo textualmente que en la tal marcha había habido infiltrados, enviados desde los oscuros sótanos del poder, desde la ciudad de México, azuzados por el partido Morena, que trabaja codo con codo, con el presidente de la república, para desestabilizar nuestro estado. Dijo más cosas inverosímiles, que no viene al caso registrar.

Pero recibió de inmediato una buena jabonada. AMLO le jaló las orejas. Le hizo ver que sus dichos no pueden salir del ronco pecho de una autoridad, como son ambos, ni siquiera si tuviera pruebas del caso. Y vino una dura reconvención: Ojalá se sostenga en su afirmación. Ojalá no se retracte. Lo que quiere decir pues que ya Obrador le tiene tomada la medida. Es papel de una autoridad conducirse en sus alocuciones con serenidad, responsabilidad y prudencia. No lo hace Alfaro, aunque AMLO no le conteste sus puyas.

Alfaro había de entender que desde el poder central, en el senado concretamente, existe la normativa que suele poner fin a los excesos execrables. Se le llama desaparición de poderes. Si tipificara su caso, quien se quedaría bailando con la más fea sería nuestro desangelado gobernador. Peor, se quedaría sin miel y sin jícara. Todos sus aspavientos por llamar la atención, para lucir en la boleta del relevo de Obrador dentro de cuatro años, se le irían tristemente al caño. Es lo único que explica el burdo recurso de haber metido reversa y retractarse de inmediato de su acelerada descalificación ominosa al poder central. No aprende Alfarito. ¿O será que el miedo no anda en burro?