Felipe Cobián Rosales
Como ya se esperaba, Enrique Alfaro regresó de vacaciones con la espada desenvainada en contra de Carlos Lomelí quien será, más que intermediario, un cogobernador de hecho –no de derecho–, al ser designado por Andrés Manuel López Obrador, coordinador estatal en lugar de un delegado por dependencia federal.
Este representante personal o delegado de desarrollo del nuevo presidente tendrá la facultad de asignar partidas presupuestales de la federación en la entidad y, obviamente –ya lo habíamos apuntado aquí–, su influencia política puede ser tanta como la del gobernador. Sería la sombra que le oscurezca el camino en sus actuales y futuros proyectos.
Pues bien, el temperamental Alfaro Ramírez ha vuelto sobre sus andadas, y no sé si midiendo o no sus palabras, afirmó en tuits y en declaraciones a medios informativos, su rechazo a no entablar una comunicación directa con López Obrador:
“No es ánimo ni de pleito ni de confrontación; al contrario, es dejar claro de una vez, cómo tienen que ser las cosas. No estamos planteando nada nuevo. No conozco ningún gobernador que necesite intermediarios para platicar con el presidente de la República.”
Con similar claridad, y como enseñando el bulto de sus armas al “enemigo”, entre el querer pelear y no pelear, cuando el 1 de julio dio la bienvenida al triunfo lopezobradorista y externó deseos de “diálogo y respeto, sin odios ni rencores; de cooperación sin confrontaciones y sin ánimos encontrados”.
Ahora el asunto está en que Lomelí se le adelantó a Alfaro –es la tendencia ahora de las futuras autoridades nacionales– a hablar de hablar anticipadamente de lo que piensan o van a hacer, como las inversiones en el Tren Eléctrico.
Además, lo retó a que hablara directamente con el futuro presidente, “a ver si lo recibe”, dijo.
Es por eso que Alfaro dijo que su relación debe ser directa con el presidente (…) No habrá en Jalisco autoridades intermedias simplemente porque eso vulnera principios constitucionales básicos y lastima el espíritu del pacto federal”.
La designación de un coordinador único por parte de la Presidencia, ha sido calificada, allende la Ciudad de México, como una especie de virreinato que quiere verlo todo, controlarlo todo y cerrarse, en los hechos, a la soberanía. Se le ve como un ánimo de concentración administrativa y, por ende, de poder.
Ahora, el problema mayor que aquí se vislumbra es la falta de puentes entre dos entes –en este caso, entre personas –Alfaro y Lomelí-Andrés Manuel- tan similares en sus pensamientos, acciones y reacciones y tan celosas de lo que es la autoridad a nivel estatal y nacional; tan susceptibles a la crítica y a creer que quienes no piensan o actúan como ellas, están contra como si una y otra parte tuvieran la verdad absoluta.
Así, nada fácil será procurar un acercamiento y entablar diálogos constructivos por el bien de todos.
Cada cual de los elegidos parece amacharse en sus posturas o supuestos. Una parte, tal vez la de mayor autoridad en toda la extensión de la palabra, debe invitar a la otra a platicar sin interferencias; después ya se verán los distintos y expeditos canales de comunicación que hay en la vida.
El diálogo debe ser antes de que sea tarde y los ánimos se polaricen más. Estamos a buen tiempo que la hebra se rompe por lo más delgado.