Amigo de filósofos
Pseudo Longino
Para ser amigo de un filósofo, hay que tener valentía, pues los filósofos suelen meterse en problemas por su manera de pensar y expresarse.
Sócrates, por ejemplo, se ganó una condena a muerte por su actividad filosófica. Ciertamente ya era viejo cuando bebió la cicuta por determinación de un tribunal popular, pero eso no evitó que sus amigos lo lamentaran como una tremenda pérdida.
Es conocido que Platón, quien ha pasado como su más grande discípulo, no estuvo en el momento de su muerte. Se dice que la razón era una enfermedad. No es claro de qué mal se trataba, pero debió ser algo bastante grave, en todo caso, para que no acompañara a su maestro. Más de alguno podría dudar de esa versión y suponer que, a diferencia de otros, Platón simplemente fue cauto. A final de cuentas, algunos de sus parientes habían sido rabiosos antidemócratas, incluso golpistas. ¿No podría ser que a él también le tocara ser enjuiciado?
Es revelador que Platón no permaneció en Atenas luego de la muerte de Sócrates. Prácticamente huyó. Estuvo en Egipto, en Cirene (norte de África) y en Italia, antes de regresar, varios años después, para fundar la Academia.
¿Podríamos obviar el caso de Pedro, el discípulo de Jesús? Según los Evangelios, en las horas decisivas negó tres veces a su guía, quien ya lo había previsto. Aquí es más claro que se trató del temor la principal causa. Si su mentor estaba siendo procesado y condenado, Pedro no tuvo el arrojo suficiente para acompañarlo y reivindicarlo. La valentía le llegó después, mezclada con remordimiento. Cuando a él mismo lo crucificaron, luego de años de ministerio, pidió a sus verdugos que lo pusieran de cabeza, pues no se sentía merecedor de una muerte igual a la de su maestro.
No es fácil seguir a este tipo de personajes revolucionarios, por su pensamiento y por sus obras. Piden mucho. Se meten en líos y entonces sus amigos pasan por durísimas pruebas de fidelidad. Este rasgo los asemeja a los líderes de secta que, en casos extremos, exigen el máximo sacrificio a sus seguidores.
Es claro que muchos aceptarían los “beneficios” de juntarse con un filósofo (el aprendizaje, quizá el prestigio), pero muy pocos aceptan los riesgos.
Alguien podría preguntarse si los filósofos pueden realmente tener amigos o, más bien, sólo tienen seguidores o adeptos. Pienso en solitarios como Spinoza, a quien intentaron matar en una calle de Ámsterdam por sus ideas sobre el judaísmo y la religión en general. Lo expulsaron de la sinagoga y lo anatematizaron. Pasó sus días en un altillo, ganándose la vida puliendo lentes. Tuvo admiradores en toda Europa, pero no era nada sociable. Es famosa la visita que le hizo Leibniz, aunque poco quedó como testimonio.
Hablando de judíos, tenemos a Marx, quien, ciertamente se casó y tuvo muchos hijos. No obstante, ¿podemos ignorar que era un tipo “peligroso” para sí mismo y los que le rodeaban? Le cerraron varios diarios, lo expulsaron de varios países y terminó en la casi absoluta miseria. Perdió hijos y dependió de Engels, a quien él mismo consideraba su gran amigo. ¿No podemos, sin embargo, llegar al acuerdo de que sólo era el más avanzado de sus discípulos, el más fiel?
Un judío más, Walter Benjamin. Es conocida su torpeza para “acomodarse”. Cuando tuvo la oportunidad de hacer un trabajo académico que lo habilitaría como profesor, redactó algo ilegible y no lo logró, no porque la disertación no tuviera calidad, sino porque era demasiado oscura. Siendo judío y marxista en tiempos de los nazis, siempre requirió del apoyo de amigos, quienes intentaron aconsejarlo, sin mucho éxito. Salió a Francia, huyendo de Hitler. Le rogaron que se fuera a Estados Unidos. Y cuando París cayó ante la Wehrmacht, intentó cruzar hacia España. Justo en la frontera y, ante la amenaza de deportación, optó por suicidarse. Fue una víctima más del nazifascismo y un rebelde, excéntrico y solitario filósofo.