Amistad y capitalismo

Amistad y capitalismo

Pseudo Longino

Hemos normalizado el individualismo y el aislamiento relativo al que nos somete la dinámica de la sociedad capitalista. El esquema de la familia tradicional, nuclear, monogámica y heteroparental genera inercias que tienden a enfocarnos en un pequeño grupo de personas. Cuando “formamos nuestra propia familia”, reproducimos el esquema, con una pareja e hijos como base de nuestros vínculos.

Lo normal es que, al crecer, irremediablemente nos alejemos de amigos y aun de familiares como nuestros padres y hermanos, porque “hacemos nuestra propia vida”, lo que se traduce en tener un empleo y dedicarnos a nuestra manutención y la de las personas más cercanas. Para “ganarnos la vida” tenemos que irnos aislando poco a poco, por el trabajo y los ritmos de producción y consumo. Nos queda realmente muy poco tiempo libre para los amigos que, si acaso, se convierten en un pretexto también para pautas de consumo.

Los sociólogos han señalado que las sociedades modernas rompieron los esquemas de vinculación entre los individuos y grupos. Durkheim, por ejemplo, en una clásica diferenciación, habló de la “solidaridad mecánica”, en la que la poca división del trabajo en sociedades premodernas permite una unión más cercana entre los miembros del grupo. En cambio, la “solidaridad orgánica” establece más bien interdependencia por la división del trabajo.

En “La gran transformación”, Polanyi apuntó que nunca antes como en la sociedad capitalista se hizo posible que las crisis o las bonanzas afectaran no necesariamente a todos los miembros de un grupo. En una tribu, si hay hambre todos la padecen. No es concebible la muerte por inanición de uno solo de los miembros o de unos pocos, mientras los otros siguen como si nada. En la sociedad moderna ésa es más bien la norma. En una ciudad como la nuestra, miles pueden estar pasando hambre y no lo sabemos y realmente no nos importa.

Es más, miembros de nuestra propia familia pueden estar pasando por una crisis así y nos encogemos de hombros. Si quizá nos preocupa mucho un hermano o nuestros padres (y a veces ni eso), más fácilmente ignoramos a un primo o un pariente más lejano.

Las relaciones humanas han sido subsumidas, en términos marxistas, por las relaciones capitalistas. Entendemos nuestro trato entre los demás como transacciones. Pensamos en qué ganamos o perdemos, qué obtenemos y qué damos. Incluso las relaciones amorosas, que serían las más íntimas, suelen caer en esa dinámica.

Hemos pensado la amistad en sí misma, pero es evidente que los vínculos humanos tienen un contexto que los determina. En el caso del capitalismo y el liberalismo, el eje es el individuo, la libertad y la felicidad se entienden en términos individuales. Es una ficción hecha realidad, porque realmente el sistema capitalista se basa en relaciones entre clases contrapuestas, entre grupos con intereses encontrados, en sectores que atraviesan fronteras y en luchas de alcance mundial. Sin embargo, nos comportamos como si fuésemos átomos “libres”, es decir, aislados unos de otros.

Contra esto, existen grupos que reivindican la solidaridad. Los “hippies” en su momento intentaron formar comunas. Los anarquistas han intentado fincar comunidades en espacios ocupados. Los zapatistas tienen sus municipios autónomos y sus caracoles, donde se supone que están vigentes otras formas de vincularse. Persiste, sin embargo, la duda de si es posible crear áreas de autonomía en medio o dentro del sistema capitalista global. Desde otro enfoque, hay quienes defienden las comunidades que al parecer todavía no son completamente integradas a ese sistema, como podría ser el caso de los grupos indígenas.

Para Hegel, tendríamos una dialéctica. Luego de la unidad primigenia, estaríamos en una etapa de atomización que tendría que llegar al extremo, agotar su vigencia. Entonces recuperaríamos la unidad, aunque enriquecida por la diferencia. Si el esquema es optimista, es porque tiene de fondo la idea de progreso.

Para Marx, el desarrollo de la sociedad capitalista, aunque imponga el individualismo, está fundando también las bases de una solidaridad más amplia. Al destruir las fronteras y globalizarse, el capitalismo estaría poniendo las bases de la vinculación mundial de los sectores explotados, lo que sería el primer paso para una revolución internacional. De nuevo, aquí está el optimismo progresista.

¿Qué lugar puede haber para la amistad o qué tipo de amistad podríamos tener en este mundo, donde la escasez artificial (o real) nos orilla a que cada uno “se rasque con sus uñas”? Destruidas las raíces de la solidaridad mecánica, nos hemos quedado solos, para producir, consumir y reproducir las pautas sociales.

¿Qué política puede hacerse, en un sistema en el que inmediatamente se forman cúpulas separadas de las bases y en los que sólo unos pocos de élite acceden a los puestos de poder? Eso no es sólo una característica de los partidos sino también de los colectivos y los movimientos.

El capitalismo apela a los individuos, la competencia entre ellos, la “libertad” de consumo, la felicidad como meta individual, la salud mental como algo igualmente individualizado. Es una mistificación, por supuesto, pero a la vez es algo real.