Amores fatales

Amores Fatales

Diálogo entre Gilgamesh y la diosa Ishtar

Gabriel de la Asunción Michel Padilla

Después de realizar la increíble hazaña que dejó asombrados a los mismos dioses: eliminar al imponente monstruo llamado Humbaba, el guardián de los bosques de cedro, Gilgamesh retorna a la gran amurallada ciudad de Uruk donde reinaba. Se lavó su enmarañado pelo, se quitó la ensangrentada y sucia ropa, luego se puso una túnica de lana fina, una capa color púrpura, con estampados dorados, se ciñó con un ancho cinturón bordado y se puso su corona.

La diosa Ishtar desde su mansión, puso su mirada en él y quedó prendada de la belleza solemne y majestuosa del rey héroe, su carne quedó encendida de pasión. “Ven a mi lado Gilgamesh”, le dijo la diosa, “cásate conmigo, regálame tus frutos exquisitos, sé mi marido. Conviértete en el hombre de mis dulzuras. Te daré en copiosa abundancia, más allá de lo que tus sueños puedan alcanzar: mármol, alabastro, marfil y jade. Tendrás bellos esclavos de ojos verde-azules. Un carruaje de lapislázuli con ruedas de oro y con yugos terminados en cárabe y en ámbar, jalados por gigantescas mulas, réplicas de las bestias que estiran los carruajes de Adad, el dios de las tormentas que lucen espantables cabezas de león.

“Cuando entres a mi templo de fragancias de cedro, los sumos sacerdotes se postrarán y besarán tus pies. Reyes y príncipes se pondrán de rodilla ante ti, trayendo su tributo de oriente y de occidente”.

“Yo voy a bendecir todos tus bienes, tus cabras parirán lindas trillizas, tus ovejas concebirán gemelas, tus burras rebasarán veloces mulas, tus caballos de tiro resultarán invictos en cualquier carrera, tus bueyes se volverán la envidia en todo el mundo. Esto es lo menos que te puedo adelantar de los regalos. Ven a mi lado. Conviértete en varón de mis dulzuras”.

Responde Gilgamesh: “Alto es tu precio, son lejos de alcanzar tales riquezas, más allá, por supuesto de mi ingenio. Pero dime tú por favor, ¿cómo podré pagar lo que me brindas, aún cuando te ofrezca yo perfumes, y te obsequie joyas, y ropajes finos?” Y ¿qué sucederá con mi persona cuando tu corazón se vuelva a otro y tu pasión se extinga como el fuego?”

“Porqué me volvería yo amante de una estufa que falla en el invierno helado, una liviana puerta que abre el viento, un palacio que cae sobre sus firmes defensores. Un ratón que carcome las fibras de su débil refugio, chapopote que mancha las manos del obrero, cantimplora con muchos agujeros que gotea a quien lo porta, una piedra caliza que socaba y trasmina un muro de sólidas piedras, un carnero que azota con sus cuernos los muros de una ciudad aliada. Un zapato que aplasta los pies de quien los lleva.

¿A cuál de tus maridos amaste para siempre? ¿Cuál pudo satisfacer tu insaciable pasión? Déjame recordar cuánto sufrieron, cómo fue el amargo final de cada uno. Recuerdas a Tammuz, el bello mozo que amaste mientras ambos fueron jóvenes, luego le despachaste al inframundo, lo condenaste luego a gemir eternamente. Amaste también al Pájaro Moteado, luego cambiaste de amorío y le cortaste las alas, ahora sentado sobre un tronco, clama lastimero un “ay de mí”. Amaste al león, simpar e inigualable en fuerza, luego cambiaste y cavaste siete pozos para atraparlo, y luego que cayó dejaste que muriera. Te enamoraste luego del garañón sangre caliente, audaz para la guerra y luego lo condenaste al látigo y espuela en un galope sin final con un trozo en la boca y así ensuciara de lodo el agua que bebía cuando abrevaba en los charcos. Amaste al pastor que llenaba tu mesa con dátiles y fresca cacería, luego en tu insano delirio lo convertiste en lobo. Ahora sus propios perros intentan morder su velloso muslo. Amaste a Ishullanú, el jardinero, primero lo deseabas con lujuria, le decías, déjame lamer tu caña, toca mi joya [mi vagina].  Pero él frunció el ceño y respondió: ¿por qué tendré que comer yo de tu inmunda comida, de tu pan que sólo trae deshonor, y vergüenza tu cerveza, de tus ligeras cañas cuando el viento sopla? Sin embargo, tu labia lisonjera finalmente lo sedujo y cuando ya te hartaste de él, lo convertiste en sapo condenado a deambular por su devastado jardín.

¿Por qué habré de creer que mi destino sería de otra manera? Si yo me convirtiera en tu galán, en tu efímero amante, de seguro que la misma crueldad me tocaría. *

El humanismo se asombra ante esta historia, escrita en tablas de arcilla hace 5000 años, de la sabiduría del protagonista que rechazó la compra de algo tan sagrado como es el amor y el sexo. Quizás podría marcar un derrotero a tantos hombres y mujeres empoderados del siglo 21 ya del ámbito político, económico y de las mafias que intentan lo mismo que la diosa Ishtar, pero no vislumbran las consecuencias de mezclar el amor con el poder.

* Hasta aquí el texto. Versión de Gabriel Michel