Análisis a fondo: cristianismo sí, comunismo no

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  • La experiencia tridentina del panismo católico
  • Ahora, se dicen traicionados por la ultraderecha

 

Los panistas nacieron bajo la influencia de los clásicos católicos de misa y olla de la época de oro del papismo tridentino, que devinieron de la Cristiada de 1926-1929, en contra del presidente Plutarco Elías Calles, guerra antirreligiosa que fue empollando la reacción contra el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río en 1939 por buscar la instauración del socialismo en México.

Indudablemente que Cárdenas del Río era un peligro para México. Era impulsor del socialismo y, por supuesto, los fundadores del PAN, encabezados por Don Manuel Gómez Morín, no dudaron ni un segundo en constituirse en una defensa de la religión y del estado de cosas católico conservador, de los obispos y de los intereses de las clases empresariales. La lucha de clases era, para los primeros panistas, un mandato demoniaco.

Desde su inicio como partido político, fueron una reacción a la política revolucionaria asumida por el general Cárdenas del Río, y a sus continuos choques con los grupos empresariales y eclesiásticos, y a la transformación del Partido Nacional Revolucionario en Partido de la Revolución Mexicana, cuyos principios reconocían la lucha de clases y cuyos objetivos comprendían “la preparación del pueblo para la implantación de una democracia de los trabajadores para llegar al régimen socialista”.

Los panistas de esa época sentían pavor por la posible continuidad del cardenismo, mediante la probable candidatura presidencial del radical, general Francisco J. Mújica, para las elecciones de 1940.

Ahí, en esas fechas y en esas condiciones, surgieron los defensores del fascismo, aunque no lo quieran aceptar que así fue. Siempre admiradores de Roma, de la Santa Roma, sede del papado; de los emperadores romanos, particularmente Constantino, a quien se atribuye la consolidación del cristianismo en la vetusta Roma. Defensores de todo lo que fuera pax romana en México

Los primeros panistas, a su decir de ellos, no pretendían el poder político, ningún puesto en el gobierno, sino mantener el equilibrio. Ser vigilantes del gobierno cardenista, a quien temían delirantemente por sus propósitos de instaurar el socialismo.

Pero fueron rebasados por los próceres, los llamados Bárbaros del Norte, que llegaron posteriormente, en la época moderna, a apoderarse del partido para afianzar su lucha electoral por puestos de elección, que los llevó, sin que ellos lo creyeran, a la presidencia de la república, con Vicente Fox a la cabeza, un personaje inculto políticamente, empresario refresquero, que se aprovechó de la bandera albiceleste para lograr su objetivo personalísimo: “Sacar al PRI a patadas de Los Pinos”, la residencia oficial de los presidentes emanados del PRI, hasta ese momento, “la dictadura (sexenal) perfecta”.

Desde Fox los panistas se creyeron los iluminados, los designados por la Divina Providencia para hacerse de Los Pinos y Palacio Nacional, para consolidar el capitalismo en las relaciones de producción. Instaurar un régimen paternalista, antifeminista, antiabortista, inspirado en los imperios defensores del status quo ahora fondomonetarista, impulsor de la democracia cristiana de Alemania, de quien recibían o reciben financiamiento para instaurar “la democracia” en México.

Casi lo logran Vicente Fox y Felipe Calderón, y los gobiernos neoliberales-propanistas (pripanistas, les apodan) del PRI, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y, el colmo de la corrupción, Enrique Peña.

Han sido los albicelestes, históricamente, admiradores de los gobiernos de la ultra derecha alemana, italiana, española, con el Fürer Adolf Hitler, Benito Mussolini (curiosamente bautizado Benito en honor del prócer Benito Juárez) y el sargento venido en general, el pequeño Francisco Franco, de quien ahora se han enamorado en la persona de Santiago Abascal del partido de la ultraderecha española, llamado Vox, y que exaltó recientemente a los aventureros de Hernán Cortés que logró la caída de la Gran Tenochtitlán, liberándola del “régimen sanguinario y de terror de los aztecas”.

Con esas cartas vino a México el aprendiz de Franco Bahamonte, Santiago Abascal, curiosamente del mismo apellido de los Abascal Salmerón, otrora ideólogos fascistas del panismo y del papismo tradicional.

Una historia reiterativa desde 1939 y que ahora pareciera tomar fuerza por el fenómeno cardenista del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que intenta darle a las grandes masas de trabajadores un lugar en la historia moderna de México, simplemente, sin el intento del general Cárdenas de instaurar el socialismo en México. La verdad es que es imposible esa tarea en una sociedad donde lo que impera es el egoísmo, el individualismo, como filosofías de vida. Y son individualistas los ricos en su riqueza y los pobres en su pobreza.

Sin embargo, los panistas quieren más. No se han conformado con el hecho de que los electores prácticamente los borraron del mapa en las elecciones de junio de 2018.

Pero no se han dado cuenta de que ya perdieron. Que Vox y Abascal los dividieron, aunque sea de dientes para afuera. Los electores no son tontos. Toman decisiones y no las cambian tan fácilmente, a pesar de la andanada propagandística de los lirones de la ultraderecha, ahora bajo la batuta de Abascal

Afortunadamente, la mayoría tiene conciencia de que Abascal es una marca de la ultraderecha mexicana. Recuerde al obispo Emilio Abascal y Salmerón, auxiliar de otro obispo, Octaviano Márquez y Toriz, de la más rancia aristocracia preconciliar, en el estado de Veracruz.

Ellos, los cuadros de la dirigencia, se dicen democráticos. Pero esta definición es solamente producto de su fariseísmo. Siguen añorando las sotanas rojas y moradas de un imperio religioso medieval. Si esto no es así, a qué fueron Felipe Calderón y Margarita Zavala a España, presuntamente a una reunión de dirigentes católicos.

Son descendientes de los desparecidos anticomunistas de misa y olla, que defendían el “cristianismo” del “comunismo”, el “coco” de la pérfida conciencia que los denigra. Y en el sumun de la hipocresía, se dicen traicionados por los senadores de su mismo chiquero. Esos legisladores que firmaron el compromiso de luchar contra el “comunismo” de Andrés Manuel, planteado por Vox.

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