Ayotzinapa a la vista / I

Ayotzinapa a la vista / I

Juan M. Negrete

No hay plazo que no se cumpla. Hoy, sábado primero de diciembre, toma posesión el nuevo gobierno federal. Será día de ceremonias y rituales. De las muchas promesas por cumplir, asumidas por el nuevo titular del poder ejecutivo, resalta la que dijo iba a ser la primera: la investigación en serio de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, en Iguala, Guerrero, la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014.

Hoy estará el funcionarato moreno de manteles largos. Mañana es domingo, día feriado. Pero el lunes 3 se celebrará la entrevista de Obrador con los padres de los 43 muchachos infortunados, quienes no han plegado banderas. Será la señal de arranque. Por lo pronto el gobierno saliente ya dejó un polvorín encendido. De la misma forma desastrosa a como acudió Peña Nieto a Buenos Aires y condecoró a Jared Kushner con la presea del águila azteca; la CNDH, en voz de su titular para la oficina del caso Iguala, José Trinidad Larrieta, fijó una postura pública y oficiosa con la que van a tener que lidiar los nuevos.

Resulta inusitado que a estas alturas del partido aún se pretendan hacer valer los términos de la llamada ‘verdad histórica’, así sea a medias. Es el expediente con que el gobierno peñista buscó eludir la exigencia de investigar y esclarecer hechos, datos y objetivos de su absurdo proceder. Es el meollo del estigma que manchó al régimen. Es la densa niebla que oscurece el actuar mafioso del gobierno saliente. Es el punto más oscuro de las viejas tinieblas, contra las que apuntará su ramalazo de luz el nuevo régimen. El gobierno saliente se va dejando clavada su herrumbrosa pica de Flandes, con la supuesta gallardía de la institucionalidad y la razón inducida puesta a secar al sol.

Pero mientras los interesados en seguir los pasos de la nueva autoridad esperamos pistas para coger el asunto, valdrá ampliar más la información sobre esa tan famosa escuela normal rural. Ya le dedicamos en este espacio varias entregas al origen y a la vida de estas marginadas instituciones educativas. Dijimos que la de Ayotzinapa levanta el dedo entre todas. Veamos ahora algunos de sus conflictos más álgidos, que permitan entender mejor el capítulo de Iguala, el más doloroso de todos los que ha enfrentado.

Al maestro Raúl Isidro Burgos le dieron el día 2 de septiembre, 1930, una nueva tarea en su carrera magisterial. Era director de la escuela normal rural ‘Conrado Abúndez’ de Tixtla, Guerrero. La junta de beneficencia de Tixtla le concedió siete hectáreas de terreno de la exhacienda de Ayotzinapa, para que se llevara ahí la escuela. Su antecesor, Rodolfo Bonilla, había promovido la petición. Burgos recibió el cascajo de terreno, sin edificio y sin nada.

Tampoco le asignó la SEP recurso alguno para construir el edificio. Solicitó un préstamo personal a pensiones y lo donó. Luego, con la mística de apóstol que derramaba por todos los poros, entusiasmó a los maestros y a los alumnos, para que aportaran parte de sus sueldos y de sus becas. El 14 de marzo de 1932, Burgos trasladó su institución a su nuevo local. Campesinos, alumnos y académicos se dieron a la tarea de levantarla.

Para el 2 de abril de 1941 se registra el primer encontronazo con el gobierno. Luis Sánchez Pontón, secretario de educación con Ávila Camacho, le atizó el cargo de ‘faltas a la autoridad y ultrajes a la bandera nacional. Que ahí habían sustituido el lábaro patrio por la bandera rojinegra en una huelga estudiantil. Los alumnos cabecillas, acusados de asociación delictuosa, delitos contra la autoridad y ultrajes a la bandera, fueron detenidos. Hipólito Cárdenas, profesor estimado y respetado, fue cesado, acusado de agitador comunista.

Por aquellos años aún no había SNTE. Su antecesor, el STERM se doblegó y dejó sola a la normal, que sufrió la embestida. Ni siquiera la izquierda de Lombardo Toledano, oficialista, le dio apoyo alguno. Ya dimos cuenta del continuo golpeteo que sufrieron estas escuelas, destinadas a los marginados, en aquellas duras décadas. En el período de Díaz Ordaz se buscó su desaparición, sin conseguirlo del todo. Se intentó suprimirles el internado y sus becas. Convirtieron la mitad en “técnicas agropecuarias”, sin prestaciones.

La dureza del trato oficial en su contra nunca ha conocido merma. Sólo ha conocido momentos de agudización. Destacan tres nombres clave de maestros y dirigentes salidos de las aulas de dicha escuela, en cuya historia se puede rastrear el fondo de su radicalismo. Ya mentamos antes al profesor Hipólito Cárdenas. Los nombres de los otros dos son mucho más conocidos: Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos.

La lucha que encabezó Genaro Vázquez arrancó en 1962. Y fue justamente en Iguala, también lacrada con masacres, que encendieron la hoguera. De tales turbulencias, que sería muy largo reseñar, se derivó primero la caída del gobernador Caballero Aburto. El maestro Genaro, líder reconocido del movimiento, fue encarcelado. Algunos años después fue liberado por sus correligionarios y se trasladó a la montaña a encabezar un nuevo movimiento guerrillero. Uno más de los muchos que han sacudido a nuestro país. Una constante en la que la cerrazón de nuestras autoridades no deja sino esta salida desesperada a la exigencia de dignidad por parte de la ciudadana.

Los normalistas exigían al gobierno el cumplimiento de lo estatuido como normas escolares para poder funcionar. La respuesta del gobierno era darle largas a sus peticiones y mentirles. Darles pues ‘atole con el dedo’ y, al final, reprimirlos. Veremos de ir vaciando en las próximas entregas algunos de estos duros pasos de lucha siempre encabezada por Ayotzinapa.