Partidiario
Criterios
Bajo el encabezado: “El Vaticano abre la puerta a la ordenación de hombres casados en zonas aisladas”, el periódico español El País da pie al inicio de un nuevo debate sobre un tema que cada vez es menos tabú aun dentro de la misma Iglesia católica.
El tema ha sido cada día más recurrente desde que en 1992 The Boston Globe diera a conocer que un sacerdote pederasta de la arquidiócesis de esa capital norteamericana había abusado de cien niños. Pero el escándalo fue mayor cuando el mismo diario documentó, en 2002, que no fue uno sino 400 sacerdotes de la misma jurisdicción eclesiástica que habían cometido tales abusos y que, para acallar el escándalo, el entonces titular de esa jurisdicción eclesiástica, el cardenal Bernard F. Law, hubo de pagar 400 millones de dólares a las víctimas.
Tampoco la Conferencia episcopal del país había tomado la importancia que tenía un extenso informe interno que presentó el padre Thomas P. Doyle al episcopado estadunidense, en el que daba cuenta de cientos de sacerdotes pederastas y que luego escandalizó a medio mundo.
Posteriormente, otros grandes diarios norteamericanos le dieron seguimiento al asunto y The New York Times publica un año después que hay más de 4 mil 200 víctimas de sacerdotes pederastas en el país y más de mil 200 acusados, pese a que los obispos de Estados Unidos habían sido convocados antes a Roma para rendir cuentas, y se habían fijado reglas para resolver el grave problema que luego se fue conociendo a nivel internacional.
A raíz de estos lamentables hechos fue que voces, principalmente ajenas a la Iglesia, sin faltar las internas, incluidos ministros que han colgado la sotana para casarse, que invocaron reformas que permitieran haber curas casados y evitar esos y otros escándalos, pese a saberse que el asunto es más grave todavía y que el celibato no es el origen en sí, sino cuestiones psicológicas y atávicas profundas.
En su libro Celibato Sacerdotal, el historiador francomexicano Jean Meyer dice que el especialista Garry Wills y el periodista que dio seguimiento al asunto en The Boston Globe, Jason Berry, le informaron que no es el celibato el que causa la pedofilia; “el celibato ha engendrado una cultura del secreto en la cual cualquier conducta sexual debe disimularse. En tal contexto, la actividad homosexual es algo vergonzoso. En las enseñanzas católicas es un pecado (…) La pedofilia no sólo es un pecado, es un crimen”.
Dice Berry que los obispos que han tolerado la pederastia en sus diócesis, como sucedió con el cardenal Law, no han sido capaces “de darse cuenta del desarrollo de una compleja cultura de sacerdotes gays”, y que la mayoría de los católicos liberales teme que cualquier debate en torno “a la cultura gay sea denunciado como homofobia. Pero el problema es la hipocresía, no la homofobia (…) Los católicos conservadores deberían de reconocer el fracaso del celibato, práctica y moralmente la homofobia es inmoral”. Unos y otros deben reconocer “que el secreto sexual está destruyendo a la Iglesia y que una manera de salvarla sería volviendo al celibato opcional”.
Agrega que Berry le dijo que “la crisis de vocaciones en Estados Unidos ha aumentado la proporción de sacerdotes gay.
Cuando les preguntaba a éstos por qué no renunciaban al sacerdocio, le contestaban que se consideraban a sí mismos la vanguardia que llevaría a la Iglesia a cambiar sus reglas y enseñanzas sobre la sexualidad, homosexualidad, celibato y ordenación de mujeres”.
Como quiera, el caso del fin del celibato obligatorio para los ministros de culto católico vuelve a ponerse sobre la mesa, toda vez que en octubre se celebrará en Roma un sínodo especial de obispos que tendrá lugar en octubre próximo, para tratar la posibilidad de que hombres ya casados puedan acceder a la ordenación sacerdotal en zonas muy aisladas, particularmente en el caso de toda la región del Amazonas, que comprende cerca de una decena de países que van desde Brasil, pasando por Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam, Perú, Ecuador, Bolivia y Guyana Francesa.
Ya en los años 70, el arzobispo de Oaxaca Bartolomé Carrasco, y el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, habían propuesto el celibato opcional y la ordenación de diáconos casados para las regiones indígenas del país y de América Latina, pero el sínodo de 1971 rechazó tal iniciativa, recuerda el autor de La Cristiada.
Ahora tocará al papa Francisco definir qué hacer, aunque la nota de El País recuerda que a su regreso de Panamá el pontífice declaró: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato”.
Localmente, en la Arquidiócesis de Guadalajara hay al menos un párroco que ha dicho a sus feligreses: “Debemos prepararnos, llegará el día en que haya sacerdotes casados”.
Su fundamento, como el de la corriente general de la Iglesia, es que no se trata de un mandato divino, sino de una disposición eclesiástica que se instituyó en el Concilio de Cartago en el año 390 que ordenó la “continencia total para quienes tocan los sacramentos” y puedan estar más dispuestos a servir a Dios y a los demás.