Cerrojo de año viejo

Cerrojo de año viejo

Juan M. Negrete

 

Ya casi arribamos a la conclusión de una página más del calendario con el que marcamos nuestro transcurrir presente. Para simplificar el fenómeno de la medición del tiempo que vamos transitando, hemos inventado la figura de las anualidades y con ella hacemos referencia a los trozos de nuestra existencia y de nuestro tránsito en el planeta. Es de sobra conocido que basamos o tomamos más bien como unidad de medición la vuelta entera que le da nuestro globo terráqueo al sol. Así pues, estamos concluyendo una etapa, dispuestos a empezar a contar otra nueva. Arrojaremos los viejos calendarios al cesto de la basura y los sustituiremos por otros nuevos.

Tenemos muchas maneras de predicación de este fenómeno, que consiste en la medición de los días que transcurren. Le decimos calendario, pero también almanaques y más ocurrencias parecidas. Las sabemos de sobra. Para ello tomamos como unidades de medida dos hechos fácticos concretos, cuya regularidad nos permite establecer parámetros comunes y fáciles de detectar. Uno es el giro de rotación que hace nuestro planeta sobre su propio eje. A la duración completa de este movimiento le llamamos día. Lo subdividimos en 24 fracciones, a las que designamos como horas. El otro movimiento es el de la traslación alrededor del sol, al que nombramos como año. Se compone éste de 365 giros del planeta sobre su propio eje. Son nuestras dos varas de medir más populares y a ellas nos atenemos.

Muchos de nuestros sabios antiguos fueron desflorando la margarita de estas mediciones. Nosotros, los contemporáneos, heredamos sus sesudas elucubraciones y nos las apropiamos. En muchos casos ni siquiera sabemos los nombres de estos sabios antiguos, menos los parámetros con que elaboraron tales trabajos y concluyeron el regalito que nos obsequiaron. Medimos nuestro transcurrir del tiempo tomando el día de referencia y proyectando su cuantificación hacia un más o un menos, según hayamos de referir los datos.

Hacia las minucias de los días, vamos cortando y recortando con horas, bajamos a los minutos y a los segundos y, de quererlo, referimos a cantidades temporales aún más diminutas, hasta remitirnos a trozos ínfimos, que topen con el infinito como barrera inimaginable. Lo mismo nos pasa en nuestras proyeciónes tiran al más. Con los días elaboramos semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos, milenios y paremos de contar, la no terminaríamos. Los límites pues para nuestros más o menos tienden a llevarnos de las orejas hasta el infinito.

Pero no le busquemos más pies al gato, sabiendo que tiene cuatro. En unos días más iniciaría el conteo del nuevo año en ciernes, al que ennumeramos como el 2025 y ya no mentaremos, como transcurriendo, los días del 2024 sino para datos y hechos engavetados en la historia. La historia, vista como el reino del pasado. Para la ubicación temporal de tales acontecimientos ya ocurridos nos siguen siendo útiles estos referentes de medidas, pero ya no más para el transcurrir presente.

Una costumbre inveterada, también extendida junto con estos patrones de medición, es el catálogo de pretensiones de conducta personal o colectiva, y sus promesas. Nos decimos, para nuestros dentros, que vamos a corregir tal o cual renglón en el que nos hallamos deficiencias. Son propósitos nobles que, a veces, nos duran la víspera. Como dejar de beber licor en exceso, o ahorrar dineros y recursos no renovables, o cambiar nuestros hábitos incómodos como los desprecios o la ausencia de calidad humana en nuestros actos cotidianos. ¡Qué sé yo! Cada quien sabe donde le aprieta el zapato y por ahí enfoca sus prevenciones. Si se nos olvidan pronto o tarde estos propósitos, es parte de nuestras rutinas. Pero de que hay que meterle el hombro a la tarea, ni quien lo dude.

Así que desde esta columna incorregible, la que elaboramos cada fin de semana para nuestros cuatro lectores que nos siguen, y también para más de alguno despistado que pose su vista sobre estas parrafadas, van nuestros mejores deseos para que el año nuevo les venga positivo en todo y que les aleje, en lo posible, las malas vibras que luego nos descomponen el cuadro.

De los ajustes y desarreglos individules, cada uno sabe su cuento. Pero hay muchas tareas y procesos que nos son comunes. Participamos en tareas y entretenimientos colectivas y a muchos de ellos no los podemos eludir. Van pues por esta pista también nuestros alientos y esperanzas, para que a todos nos vaya lo mejor posible. Dígase de tareas claramente políticas, por ejemplo. Pero hay muchas de ellas que no suben a tal palestra de discusión interminable. Pensemos, por decir una, en la obtención de buenos rendimientos escolares. Si hay como treinta millones de mexicanos metidos en las escuelas, es de pensarse que los buenos deseos para que nos funcionen estos tinglados son de atención prioritaria. Y como este renglón, muchos otros.

Ya no divaguemos más. Démonos el abrazo colectivo acostumbrado para esta fecha de estreno de calendario y pongámonos las pilas para que en todo nos vaya mejor. Que obtengamos los mejores resultados de nuestros esfuerzos colectivos y personales. Y que no se nos borre pronto la sonrisa común de la actitud positiva con que enfrentemos nuestras tareas.

Esta es la tónica con la que querremos arrancar el nuevo año que ya se nos vino encima y al que habrá que torear con nuestros mejores recursos. Ah, y que las inocentadas, con las que nos bromeamos todos en este día veintiocho de diciembre, simplemente que no se pasen de la raya. Nos vemos por aquí entonces, en los días que vienen, con el mejor talante y con la ilusión de que a todos nos vaya bien, lo mejor posible desde luego. Un abrazo solidario a tirios y a troyanos y le seguimos.

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