Chiste contado en un túnel / II

Armando Martínez Moya. Tionan

Parte dos. El hallazgo y la memoria.


Bueno, es ese mercado de la 74, encontré entre un bonche de papeles que tenía un vendedor en el piso, varios ejemplares del cancionero picot, que fue famoso en su época. Entre ellos había un cuadernillo llamado: “Campanadas”, editado en 1972, hace 52 años, es una edición publicitaria de la “Compañía medicinal La Campana S.A.”, -vieja pomada que algún día nuestras madres nos pusieron-, y que según reza en su editorial corresponde a los productos del Dr. Bell. Con ingenio y visualmente atractivo este folletito, contiene algunas recomendaciones publicitarias (jarabes y la famosísima pomada), pequeñas historias ilustradas como “Pepín ciclista”, letras de canciones de moda, poemas, recetas, anecdotario político y anécdotas y recomendaciones de la vida diaria. Realmente una revistita agradable, bien ilustrada y divertida que permite ver lo que en esos años eran parte de las representaciones culturales de las personas comunes y corrientes.

En la última hoja, en la sección “Ríase un poco” vienen algunos chistes cortos acompañados de una imagen alusiva cada uno. Y ahí, en la parte final de la página, el último chiste, ya en la colita de la revista, aparece un breve chiste que, al leerlo, inmediatamente vino a mi memoria un recuerdo. Fue un instante, rápido y efectivo que hizo desplegarse en mí, un acontecimiento infantil y acompañado de él, otras visiones de ese recuerdo.

Un dibujo muestra a dos personajes sentados en las gradas de una plaza de toros y al fondo se ve al torero y al toro en el ruedo. El chiste se enuncia así: La multitud: vuelta al ruedo…Uno de los individuos: ¡suave Paco! Ya se nos hizo. Si le dan la vuelta al ruedo, ¡quedaremos en sombra! Ese chascarrillo taurino lo conocía, lo recordaba y de inmediato recordé a mi tío Manuel diciéndonoslo en aquel túnel donde acostumbrábamos mis primos Memo y Pepe, y mi hermano Humberto, escuchar cuando nos contaba historias y chistes. Era realmente un túnel que estaba ubicado en la parte baja de la casa de dos pisos donde vivía con mi familia, enfrente estaba la casa grande, una construcción del siglo XVIII heredado a mi familia. Ahí vivían mis abuelos y tíos. Atrás de mi casa, que era una construcción mas reciente, estaba ese túnel que daba a la huerta, donde había arboles de pera, manzana, y otras frutas. Por la noche, en ocasiones mi tío Manuel nos contaba historias de misterio y cosas jocosas. Así que a veces nos asustábamos y otras nos reíamos. Nos sentábamos en un largo asiento de material que estaba pegado a una de las bardas del túnel. Ahí, en ese ambiente oscuro, silencioso, donde apenas llegaban las luces de la casa grande, era el lugar ideal para los relatos. Solo recuerdo uno: según mi tío, a veces aparecía por las noches un hombre fumando, vestido con un traje de charro negro. Mi tío nos contó que una vez su padre   (mi abuelo Humberto), lo sorprendió cuando recargado en la pared del túnel el charro fumaba. Armándose de valor mi abuelo Humberto le preguntó: ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?, entonces el hombre le dio una fumada al cigarro y soplo el humo a la cara de mi abuelo y cuando se disipó el humo, el hombre había desaparecido. Todos nosotros quedábamos asustados, pero siempre le pedíamos a mi tio que nos contara de nuevo esa historia. Tal vez por eso la recuerdo.

Deje de pensar en mi tío Manuel mucho tiempo, a pesar de que tengo otros recuerdos memorables de él. Mi primo pepe que vivía en la casa vieja era muy brusco y constantemente me hacía llorar, entonces mi tío Manuel lo regañaba y a mí me decía: “los hombres no lloran, “Aguántese!”  Pero cuando murió mi padre, yo tenía 9 años, el día de su muerte, a todos mis hermanos y a mi nos llevaron a dormir a la casa de mi prima Ana. Cerca de ahí; también a mis primos. Y al otro día, bañados y cambiados, nos llevaron a la casa grande donde velaban a mi padre en un féretro gris de metal. Yo intuía que mi padre estaba allí muerto, y junto a él, mi tío Manuel lloraba recostado en el féretro. Entonces le jalé el pantalón y al voltear a verme yo le dije: ¿no que los hombres no lloran? El solo me acaricio el pelo.

Los recuerdos son como peces en el mar, difíciles de ver y atrapar desde la superficie, pero cuando te sumerges en la memoria, los ves de colores y revoloteando. Un recuerdo te lleva a otro. Así es la vida memoriosa, y hoy que me pongo aquí a escribir sobre ese viejo chiste, el recuerdo ilumina por un instante momentos de mi vida infantil.