Por el año 540 antes de Cristo, Esopo relató en su fabulario que, después de toda la vida de tranquilidad absoluta, aquellos montes que ni volcanes eran, empezaron a hacer ruidos cada día más grandes y espantosos hasta que tembló muy fuerte la tierra y el que pudo huyó despavorido. Luego del más tremendo estremecimiento y ruido insoportable, que bien pudieron imaginar una gran explosión, una erupción y hasta el fin del mundo, nada pasó. Una pequeña grieta se abrió y apareció un ratón. La calma volvió. Desde entonces los aldeanos le llamaron, y le llamamos hasta hoy, “parto de los montes” a todo lo que se anuncia con enorme despliegue y resulta una desilusión, un fiasco. consulta
Eso ocurrió con la tan traída y llevada “consulta popular” de la 4T, dizque para enjuiciar a los expresidentes que de corrupción y neoliberalismo descarnado están manchados, unos más que otros, de manera indeleble.
Para el analista de la televisora alemana Dolce Welle, Günther Maihold, la consulta “resultó ser un rotundo fracaso”.
Invertir, gastarse 500 millones de pesos en una caprichosa y enmarañada consulta popular ─aunque hoy sí constitucional─ que resultó fallida, fue casi como tirar esa cantidad a la basura en un país donde la mitad de su población vive en la pobreza y se debate entre la escasez de medicamentos y una pandemia interminable.
Y aunque el presidente diga que el ejercicio fue un triunfo, y lo mismo repiten sus seguidores menguados ─por aquello de que a los centros de recepción acudió algo más de las cuarta parte (7%) de los 30 millones que lo eligieron─, la verdad es que ante las muy obvias evidencias, el ejercicio de este domingo de agosto, parece más bien un fracaso ante los ojos de los muchísimos.
No obstante, la cuestión aquí es saber si lo “positivo” de la consulta para Andrés Manuel es que, de los votantes ─el 98% de los pocos más de 7 millones, de un padrón electoral de alrededor de 94 millones que acudieron a los centros de recepción─ están por el SÍ de juicio a las fechorías de los exmandatarios sobrevivientes, pues el otrora populista, Luis Echeverría Álvarez, quien habría sido la inspiración de López Obrador, se cuece muy aparte y no ha sido tocado por él ni con el polen de una palabra en las mañaneras.
Otro aspecto positivo que estaría mirando el presidente populista de hoy, podría ser precisamente la escasa concurrencia por culpa del Instituto Nacional Electoral por alguna o muchas razones, entre ellas la supuesta escasa promoción que hizo el INE. Esto, de acuerdo con Morena, asunto del que ha venido hablando desde el domingo temprano, y se trata de una estratagema para preparar de un vuelco a la reforma electoral que pondría en el banquillo de los acusados a sus principales consejeros.
Por cierto, una reforma que sería necesaria para abatir los enormes costos que tiene este aparato, y no tan solo por los elevados sueldos que devengan, sino, sobre todo y ante todo, por las millonadas de pesos que se van a los partidos políticos para su financiación; partidos entre los que están un buen número de parásitos junto con sus dirigentes.
Pero una reforma para recortar sustancialmente las subvenciones a esos parásitos que viven del dinero público, pareciera no estar contemplada o, al menos, no se ha hablado porque afectaría a todos los partidos, incluido el del gobernante en turno.
Tampoco está contemplada en una presunta reforma algo esencial que hay en muchas de las democracias del mundo: la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, precisamente para evitar dudosos triunfos, empates y hasta fraudes. Si esto, que pudiera ser algo sine qua non, un parteaguas, si no se pone sobre la mesa, de muy poco o de nada serviría cualquier reforma.
Nunca he escuchado que López Obrador, ya presidente, hable de este asunto aun cuando ha repetido hasta el cansancio que fue víctima de un fraude en la elección de 2006 frente a su acérrimo enemigo Felipe Calderón.
De vuelta a lo de la consulta popular, diremos que anticipadamente algunos malpensados, aseguraban que cualquiera que fuera el resultado, le vendría “como anillo al dedo” al Presidente, quien bien sabe el arte de hacer malabarismo políticos que es su especialidad.
Entre ese arte está, no cabe duda, el hecho mismo de la consulta. Para que no se le atribuya o se culpe algún día a AMLO que ordenó o, al menos, dio el visto bueno para juzgar a sus predecesores, en particular a los más próximos a su mandato, Enrique Peña Nieto y, en especial, a Calderón, la consulta le lava las manos.
Al menos es lo que se interpreta por aquello que dijo que él no participaría en la consulta, aunque finalmente expresó, el viernes pasado, que sí emitiría su opinión que y que sería por el NO porque no le gusta vengarse, sí por el perdón, no por el olvido. Ignoro si pudo finalmente acudir o no a un centro de recepción en su gira por Nayarit.
Entre tanto, la escasa concurrencia a la consulta podría ser, para los partidos políticos de oposición, todos descabezados, sin liderazgos, un presagio de lo que podría venir en marzo con la revocación de mandato, no sin el preámbulo de lo acontecido en las elecciones pasadas en que sonó fuerte la pérdida para Morena de la mitad de las delegaciones en la Ciudad de México.
Sin embargo, López Obrador sabe levantarse de los descalabros. Para eso trabaja. Es todo un animal político, ni duda cabe, así parezca que, como lo encabezó el diario El País, “llevar a las urnas un juicio al pasado”.
Lo que no sabemos es si esas ganas de juicio, se pueda convertir, tarde que temprano, en un boomerang contra él mismo. Las venganzas políticas son más recurrentes de lo que nos imaginamos.