Cuando ardió el campo de Agrícola Cansino

CUANDO ARDIÓ EL CAMPO DE AGRÍCOLA CANSINO (Cuento)

Mel Toro

Agrícola Cansino se despertó fatigado todavía, a pesar de haber dormido a pierna suelta y de corrido más de diez horas. Después de llegar de avistar el maizal, se metió en su jacal oscuro y se tendió en los petates sin cenar. Pronto se quedó profundamente dormido, con placidez de santo. Había visto que muchos elotes estaban echando el segundo cabello y que, por tanto, podían ser comidos.

Me levantaré a primera hora, se dijo para sus adentros, y llevaré a los niños y a la vieja para darnos una buena hartada, hasta que se nos atragante el cogote. Pronto le invadió el cansancio y selló sus ilusiones con el dulce sueño de las tempranas noches otoñales, frescas y seductoras.

Rayando la mañana levantó a la familia entera y se fueron todos a la yunta a almorzar.  La chiquillada se metió al arroyo a buscar leña para la fogata y entre Agrícola y la mujer buscaron las mejores piezas de entre las milpas para dar cabo a su propósito inicial de atragantarse con ellas. En menos de diez minutos ardió la lumbre y los elotes se fueron poniendo para el doreo.

Cansino tendió la mirada al horizonte y recordó todo desde el principio. Mirando las venas de las hojas de las mazorcas niñas las comparó con sus venas azulosas a punto de estallar, cuando al final de cada tarde destrababa el arado, los balancines y las cadenas para descansar él y dejar descansar sus mulas bayas del tiro. Junto a él, en inacabables juegos, rodaban por el suelo los pequeños, como lo hizo él muchas veces espiando las iguanas, los tesmos, las ratas, las hormigas y los grillos en disputa sin fin por los maíces recién depositados para su germinación. Y sintió salada su sed, tanto o más que los productos químicos encarecidos, con que tiene que abonar para poder arrebatar su fruto avaro, por el través de las milpas, a la tierra.

Se acordó de las empapadas que tantos días le dio el temporal, los chapuzones y atascadas al cruzar el río embravecido por las crecientadas de la montaña, la nube de zancudos y jejenes, como piquetes de bayoneta de inseparables enemigos, al pie del surco. Revivió el inacabable combate contra las hierbas malas, las malpasadas, los reumas, las cortadas y sobre todo los sustos de los estampidos de los rayos, que caen a campo raso y de los que nunca se sabe cuál vendrá a ser el propio.

_ Se van a quemar los elotes. Sácalos ya. Ya han de estar buenos -, le dice su mujer en tono dulce. Pero Agrícola no la oye. Absorto en sus cavilaciones se inclina a las llamas que crepitan, coge sus leños y los arroja a la parcela.

_ ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?

–  Nada, mujer. Que arda la yunta. Vamos cociéndolos todos para comérnoslos nosotros. Vamos comiéndonos nosotros todos los elotes. Los demás zopilotes no los gozarán como nosotros. A ellos no les han costado. Anden, ayúdenme a quemar la parcela, como queman los cochos la caña. No se me queden ahí paradotes nomás viéndome.

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