Filosofando: De la soberanía alimentaria

Juan M.  Negrete

14 de mayo de 2022.- Es un asunto prioritario. Ni debería conocer discusión. Es renglón de la alimentación de todos, fundamental en las tareas de la reproducción y la conservación, de los individuos y de la especie misma. Descuidar semejantes tareas es similar a cometer un suicidio. Dicen los que saben que una de las manifestaciones más severas de quienes sufren depresiones es el descuido severo en la alimentación o de plano la abstención de la ingesta. La muerte, por suicidio o no, es el siguiente e ineluctable paso.

De antiguo, se nos abrían bien los ojos sobre esta materia. Cuando fuimos a la escuela nos hacían entender el asunto de las tareas comunes. Se nos insistía lo suficiente en la lección de que nuestros abuelos se habían confrontado en una revuelta que diezmó al país; que al final de aquellos azarosos años a los que les daban el nombre de la revolución, se habían puesto en paz y signado un pacto social, fijando la atención en varios puntos centrales. Si los observaban ellos y los inculcaban a sus retoños, nos íbamos a ahorrar esas revueltas.

Con tales libretos, se nos hacía entender que la tierra no era ninguna mercancía; la educación tampoco; la salud, mucho menos. Y así sucesivamente. Después supimos que don Lázaro Cárdenas, al que apodaron con el mote cariñoso de ‘el tata’, expropió el petróleo para que los energéticos pasaran también a formar parte del patrimonio colectivo. Lo mismo se hizo con los ferrocarriles, con la industria eléctrica y más y más recursos, a los que se les calificó de estratégicos. Por eso pasaban a ser propiedad de la nación, es decir de todos nosotros, los humildes habitantes de este estado-nación al que de cariño aún identificamos como México.

Todos los mexicanos nos la estuvimos creyendo y así fuimos desarrollando y cubriendo los años que nos han ido tocando de vivir. Decíamos y asumíamos que no había que andar haciendo negocios con las medicinas, porque se trata de un bien fundamental inembargable, intransferible. Es la salud. Y lo mismo con las escuelas. Nos hicieron entender que cuanta tarea educativa se emprendiera iba a ser gratuita y que el estado velaría porque se atendieran como debe ser: un bien universal, gratuito y laico además, que no le viene nada mal esta precisión.

Nos enseñaron y lo aprendimos bien, que estas normas colectivas estaban asentadas en la constitución, que venía a ser el libro suscrito por aquellos mexicanos clave que nos dieron el reglamento de observancia colectiva y generosa. Por eso le llamamos Ley Fundamental y también Carta Magna, y cuanto apodo se nos ocurra, para significarla como la pista que nos lleva directitos, si es que se nos ocurriera olvidarlo o ignorarlo, a la esencia del pacto social celebrado entre nuestros abuelos, para evitar nuevos baños de sangre y que se desatara la ira entre nosotros, para lo que decían que éramos muy dados y parece ser cierto.

Con los años vinimos a darnos cuenta de que en muchos, por no decir que en casi todos, estas reglas escritas y asumidas, eran violentadas hasta con lujo de prepotencia por algunos, con apoyo abierto de las autoridades, que viene siendo lo peor. Aparecieron escuelas de paga, en todos los niveles y rincones del país. Se expandió una fiebre de clínicas y casas de salud, en las que los médicos y cuanto curandero se meta a estos negocios hacen su agosto. Reprivatizaron el petróleo, la electricidad, las carreteras… Vendieron las siderúrgicas, las minas… Bueno, volvieron letra muerta todo lo establecido en nuestra Ley Fundamental. La volvieron rollo de baño público.

La tierra se repartió entre los campesinos allá por los años veinte y treinta del siglo pasado. Se les entregó su posesión a los labriegos, porque es fundamental para la manutención de tales familias trabajadoras, jornaleras, de la antigua peonada. La pichada llevaba doble llave. Por un lado se resolvía la manutención de todo este conglomerado humano, que para los años iniciales del siglo XX ocupaba el porcentaje demográfico más alto, arriba del 80% de la población del país. Por el otro, al ocuparse de lleno y con suficiencia en las tareas de la producción de alimentos, el resto de paisanos no dedicados a la agricultura y a la ganadería, también resolvían el guion indispensable de la consecución de insumos y nutrientes, para poder seguir vivos.

Con el paso de los años, supimos que no sólo se trató, con estas correcciones a nuestro antiguo estado injusto de cosas, de medidas acertadas sino que nuestros renglones agropecuarios nos volvieron autosuficientes y hasta nos convertimos en exportadores de tales materias. Íbamos en caballo de hacienda. Pero fue un sueño maravilloso que no nos duró mucho. Desde el propio gobierno, con Salinas a la cabeza, vino la firma de un malhadado Tratado de Libre Comercio, en el que el renglón agropecuario no sólo se nos tornó en mercancía, en lo que nunca debió convertirse, sino que se les abrió de par en par la puerta para que los productores extranjeros lo invadieran.

Pasó lo obvio. No sólo se metieron hasta la cocina, sino que se apoderaron de nuestro mercado interno y nos pusieron de rodillas. Ahora les compramos a ellos, lo que antes hasta aventábamos para arriba, pues producíamos para dar y prestar. Llevamos así cuatro décadas y ya hizo crisis esta jugadita. Parece que también ya les cayó el veinte a los de la 4T y se anuncia que iremos, por fin, al rescate de la soberanía alimentaria, que es el fondo de todo este brete. Ya le clavaremos bien a bien el diente a estas medidas. Y felicidades a los maestros.