Debacle de los partidos grandes

Debacle de los partidos grandes

Juan M. Negrete

Nos estuvimos ocupando de la extinción del PRD, que vino a ser, en sus momentos más intensos, la organización partidista que nucleó a todas las tendencias afines a la izquierda en el país. No referimos los detalles de tantos y cuantos errores vinieron finalmente a dar al traste con él. Es deuda que saldaremos más adelante. Su caída no fue en estas elecciones del 2 de junio. Esta jornada le expidió su acta de defunción oficial, para borrarlo ya de las listas de participantes en activo. El error más serio que lo tocó de muerte fue la elección federal del 2018, en la que trabó alianza con el PAN, apoyando la candidatura de Anaya. Ambos perdieron ante el tsunami que significó la llegada de AMLO al poder.

En aquella elección, el PRD quedó disuelto. Entró a un estado de agonía, de la que ya no se levantó. Pero para ir un poco más a fondo, revisemos el espectro completo de la oposición por estos días. Habría que decir que los otros dos partidos de la alianza en que danzó el PRD, y que son el PRI y el PAN, también quedaron tocados de muerte. Este dato tiene que ser revisado con detenimiento, para nuestro mejor y leal saber y entender.

El hecho mismo de que ambas instancias tan antiguas fueran juntitas y cogidas de la mano, tenía que habernos dado a entender, como dicen que dijo Hamlet, que algo estaba podrido en Dinamarca. La diferencia, entre esta obra de teatro de Shakespeare y lo escenificado por nuestros dos partidos patriarca, es nada más la localidad aludida. Porque aceptarles un estado aceptable de salud, con solo ver que iban cogidos de la mano dos rivales que se disputaron a lo largo de todo el siglo XX de nuestra historia el acceso a los controles del poder era bordar en falso.

En demasiadas instancias y de muchos modos se ha reflexionado e hilvanado tanto la historia de ambos partidos y su sempiterna confrontación, como su alianza a brazo partido para armar un frente de oposición y retomar el poder que finalmente habían perdido. Caso demasiado extraño. Dos rivales que siempre contendieron a muerte en campos enfrentados deciden hacer a un lado sus diferencias y embrazan escudos y espadas contra un tercero, enemigo de los dos. ¿No eran entonces tan hondas sus diferencias?

Habría que aceptar, para entenderle a los enjuagues de nuestra grilla, que la alianza o contubernio con el que enfrentaron esta vez al partido Morena en el poder, no se selló por estos días como muchos propalan sin tanto conocimiento de causa. Es más, la tesis de que el junior Claudio X. González los embaucó e hizo desfilar hacia un frente unitario tiene que ser insuficiente. Él sería nada más el último trago de esta amarga medicina; o tal vez la aceptación realista de que ya trabajaban de consuno, aunque no se atrevían a aceptar su amasiato en público.

Desde hace buenos años, dos décadas o un poco más, es moneda corriente la denominación de PRIAN a esta visión estrábica. Hay quien sostiene que vino a ser obra de Salinas, mediante sus famosas concertacesiones con el PAN. Sabemos que el famoso Chorejas se sentó en la silla presidencial mediante un fraude muy escandaloso, en el año de 1988. Para tener cierta legitimidad en su ejercicio de la grilla desde el poder, que la población no estaba dispuesta a otorgarle, buscó el apoyo de dos instancias públicas bien inmersas en nuestra realidad. La una fue con la casta sacerdotal, cuyos hilos se jalan desde el Vaticano. La otra era con el tradicional partido de nuestra derecha.

A ambos bloques tenía que otorgarles concesiones de peso, o no habría de piña. La oligarquía mexicana dispuso el festín para ambas compras de conciencia y ambos clientes aceptaron la oferta. Había un tercer comensal, que no era precisamente un invitado sino el mero gestor e impositor de tales chuecuras, que viene a ser  el cártel de los mandones de Wall Street, o el comando financiero imperial para las colonias. Pero no hablemos ahora de este convidado de piedra, que nunca está ausente, sino nada más de las otras dos partidas, mancornadas a la derecha del país.

El clero signó el acuerdo, a cambio de la modificación a fondo no sólo del artículo 130° constitucional, en el que se le perfiló siempre como un sujeto carente de derechos. Los demás artículos que tocaran su situación de ciudadanos de segunda, con la exclusión de actividades en su torno, también tendrían que ser ajustadas a su nueva realidad. Las modificaciones vinieron y el clero le entró a bailar con la más fea. Una reconciliación entre el clero mexicano y el PRI: ¿Quién en su sano juicio se lo hubiera imaginado?

El otro convidado fue el modosito del PAN, que siempre jugó una oposición meramente testimonial. A partir de la firma de su claudicación empezaría a recibir reconocimiento de sus triunfos electorales y la entrega administrativa de algunos de los estados más codiciados por sus agremiados. Uno de ellos fue Jalisco, aunque no el único. De ahí a facilitarle la misma silla presidencial en el 2000, cuando Fox, no era más que un paso dejado al tiempo, que no tardó en llegar y cumplirse. Pero ambas medidas vinieron a deteriorarles en su estructura interna. Ahora lo están viendo con toda claridad. Ambos partidos están tocados de muerte y les espera un final similar al del PRD, si es que no meten mano a su mal endémico. No están necesariamente en fase terminal, pero de que están tocados, que ni qué. Ya veremos lo que siga.

Salir de la versión móvil