¡Déjame que te cuente!

¡Déjame que te cuente!

Alfonszo Rubio Delgado

Hay cuentos que son clásicos. Sabemos de los que cuenta la gente. Aquellos que pasan de generación en generación. Luego, desde la cuna misma, nos los han platicado. De esta forma tenemos el del príncipe y la princesa. Y claro, uno de sus ingredientes principales: la bruja. El roce apasionado llega. Ello en el clímax del relato. Muy cerca de la conclusión. Se nos indica el colorín colorado. Si estuvo bien narrado, aquello nos deja grandes enseñanzas. En lo moral, ético, estético, erótico, teológico, científico, tecnológico etc.

Estos relatos, prevalecen en el tiempo. Ello porque su enseñanza es clara. Por lo que es utilizada por las siguientes generaciones. Bien sea oral o escrita la tradición, los relatos tienen un gran valor para la humanidad. Pongamos atención. En la vida y su arte manifiesto, disfrutar es lo primero. También lo último. El secreto está en saber hacerlo.

Lo ejemplifico en mi oración: “Te agradezco señor porque en los momentos más tristes y amargos de mi vida, me has hecho masoquista. Cuando he visto a mis hermanos sufrir, me has hecho sádico. Y cuando se ha tratado de disfrutar de los placeres propios de esta vida, me has dado la más plena disponibilidad y capacidad para el disfrute. De tal modo que, toda mi vida, me la he pasado disfrutando. De cuantos individuos han existido, yo soy el más feliz“.

Es importante la elección de pareja. Se torna fundamental. Aunque ciertas sociedades ahogan la buena educación con sus ridículas tradiciones. ¿De qué le sirve a una familia de valientes, educar como tales a los suyos, si otras familias le sueltan a sus brujas? Aquel que fue hecho para la grandeza será reducido a nada por la mal educada vampira. O bien la familia que educa a sus guerreras indómitas y la sociedad le suelta un príncipe que se convierte en sapo. Con su mano por delante, otra por atrás y que aprendió a hacer nada. Pero eso sí, muy machito y gallo para eso de reproducirse sin proyecto ni sentido, como simple animal.

El beso en el cuento hace referencia al matrimonio. De la buena o mala elección se desprenden los buenos o malos acontecimientos. Luego a la postre y al ser “besado”, el príncipe se puede convertir en sapo. O el sapo en príncipe. Dependiendo de la educación adquirida. La princesa convertirse en bruja. O la bruja en princesa por la misma razón. El pato en cisne. O el cisne en pato. En el teatro de la vida, el fondo es forma.

Cómo humanidad, tenemos un marcado grado de inmadurez. No hemos aprendido a vernos como iguales. Aprendamos a respetarnos. A ser disciplinados. A permitir que cada individuo pase por las pruebas propias de la vida. Los criterios individuales deben venir mayormente de la experiencia y no de la tradición. Sobre todo, cuando traen atraso y taras como el machismo el homosexualismo impuesto por grupos de poder.

Un horizonte con problemas educativos resueltos es apetecible. Es decir, con individuos maduros cuyas experiencias vitales sean manifiestas. ¡Estén dispuestos a construir y a respetar! Las carencias convertirlas en oportunidades. Crear una sociedad didáctica en todos los niveles. Que no regale nada. Que permita a su hijos e hijas ganarse todo lo necesario. Ellos desde la conciencia. Sin corruptos abusos de poder.

De esta forma, todo ser humano, debe ser filtrado, por ese rasero. La posibilidad de que el príncipe se convierta en sapo o la princesa en bruja, es mínima. Los golpes duelen y a la vez enseñan. Alcanzar una perfección social relativa, hará de la humanidad algo atractivo. Sin ahogar a sus miembros como lo hace actualmente. Esa es al parecer la tendencia de las sociedades. ¡La búsqueda de una perfección relativa, que le exija y permita al ser humano, manifestarse a plenitud!

¡Saludos cordiales amig@s!