Del burdo intervencionismo y otras yerbas

Del burdo intervencionismo y otras yerbas

Juan M. Negrete

En una semana más podremos ponerle fin a una de las campañas electoreras más insidiosas de las que hemos vivido. Dice un viejo refrán campirano que no hay mal que dure cien años. No nos vamos a curar, pero sí entrará en una tregua este malestar que cada día resulta más insoportable. Hay que ver lo que hemos descendido en calidad humana al dejar retozar el potro de las disputas electivas. Parece llegar el día de buscar corregirla en serio.

Llamamos puestos de elección a las curules, regidurías y sillas de gobierno porque hay que designarles de alguna manera. También se les conoce como instancias de representación popular. Asumimos que la voluntad popular es la que lleva a los ganones a ocupar tales sitiales. Lo de los nombres es lo de menos. Lo que nos ha de importar meter a revisión es todo este esquema estatuido de gobernabilidad y su renovación. Empecemos por la novedad del formato de la reelección, que ya no es tan nueva.

Hasta hace pocos años existía la convicción de que reelegir era fruta podrida. La tenían prohibida los grillos. Trascendía la especie de que la voluntad popular había establecido la no reelección como mandato universal para todas las esferas del gobierno en el país. Si no nos traiciona la memoria, el lema de suscripción del PRI en cuanto oficio se giraba de sus lares rezaba: “Sufragio efectivo, no reelección”. Tampoco hay que olvidar que fue la bandera que agitó Madero cuando convocó a nuestros abuelos a echar de la silla a don Porfirio. Su partido se llamó explícitamente: Antirreeleccionista. Podríamos recorrer más lemas, testimonios y pruebas de lo aquí afirmado.

Si lo aplicamos al momento que estamos viviendo, habrá que preguntarse en dónde quedó la convicción colectiva mexicana que la satanizaba. Ahora vemos a alcaldes, a diputados y a más personeros en lisa por buscar el voto público, con la camiseta de ya estar ocupando el puesto por el que contienden. ¿Cuándo cambiaron la pichada, que ni cuenta nos dimos? ¿O si nos enteramos de que cambiaron las leyes que la prohibían, cómo fue que la población no repudió tales reformas?

Mas eso de que repitan puesto, sería peccata minuta, si no viéramos que la calidad de la melcocha deja mucho que desear. Cuando abrimos el abanico de las honras de tanta gente que anda en la contienda, ¿no se tiran tanto lodo unos a otros? ¿No se andan diciendo hasta de qué van a morir? Se leen la cartilla y exhiben sus mejores galas, de seguro con la intención de ganarse el favor del público. Pero en sus denuestos ponen al contrincante como palo de gallinero. Nada más, pero tampoco nada menos. Unos a otros se tildan de violadores, de autoritarios, de ligados al narco, de ladrones y más. ¿Cuál de tantos retratos encontrados hemos de coger como válido y con cuál quedarnos?

Por estas pistas podemos colegir una de nuestras serias deficiencias de lo que llamamos antes conciencia política o claridad ideológica. ¿No se suponía que, lanzados a la palestra electoral, los pretendientes a puestos de elección habrían de mostrar a su público planes y programas políticos en campaña, para llevarlos a su realización con el apoyo que les brinden los electores?

Es justamente lo que está ausente en toda la boruca electorera presente. Lo refinado de las campañas incide sólo en resaltar o querer resaltar lo guapo, lo atingente, lo coqueto o hasta lo mercantil de la estampa del candidato a elegir y las malas trazas del que hay que rechazar. ¿Todo su espectáculo electoral se nos redujo a simples concursos de belleza, de mera prestancia personal? ¿Es lo que encierra esto del marketing político? ¿El interés público reducido a meras frivolidades personales? ¡Qué desastre!

La crisis en este terreno se pinta sola. ¿Cómo van en santa alianza tres partidos (PRI, PAN y PRD), que en el pasado reciente dibujaron con sus hechos y sus discursos lo que pretendía abarcar todo el espectro político nacional? Ahora nos venden su mercancía de unidad, pero no presentan programa futuro alguno, sino una palestra desde la cual tan sólo le arrojan estiércol a AMLO, y de pasada al partido Morena, como para decir que le van a parar los tacos. ¿AMLO anda en campaña? ¿Depende su puesto, estos tres años que siguen, de que le volvamos a dar el voto o de que se lo retiremos? Es demasiado burdo el esquema presente, para seguir ahondando en tantas burradas.

La peor estupidez que acaba de instrumentar esta oligarquía, por lo pronto desplazada del poder, es la de acudir a instancias extranjeras para invitarles a que intervengan. Ya conocemos las gracias que despliega la OEA en nuestros sufridos países hermanos del cono sur, como para traerles a que incorporen sus malas mañas a nuestro juego local. Atizan luego sus mentiras locales, que ya no nos tragamos, con un discurso internacional de odio como el que acaba de aparecer en la portada del periódico británico The Economist. ¿No ha entendido aún nuestra oligarquía de guarache que no somos colonia gringa, que ni estamos al mandeusted de sus trasnacionales?

Y eso de que tilden de dictador a AMLO en todos los foros en que se paran, ¿no les dará ni tantita vergüenza? ¿No se muerden acaso la lengua al propalar tal infamia, cuando sostuvieron, ellos sí, a lo largo de 90 años lo que uno de sus meros cuates (Vargas Llosa) en un arranque de sinceridad llamó “dictadura perfecta”? Que le quieren poner contrapesos. ¿Ellos? Ni la burla perdonan. Salgamos el domingo seis de junio a votar y pongamos ya un alto sensato a tanta burrada. Ya es hora de parar tanto sainete.