Desmedido culto a la personalidad

Fue semana muy batida en la esfera política. Tienen acaparada nuestra atención los acontecimientos que transcurren en la unión americana. Pero también entre nosotros se cuecen habas. Son temáticas que no pasan desapercibidas. Con los señorones gringos dijimos ya que se les atragantaron sus propias viandas. Acostumbrados a implantar por la fuerza caprichos y berrinches, se toparon con que no hallan cómo echar de la silla el güero aspaventoso al que eligieron hace cuatro años.

Eso de “la silla” es muy nuestro. Le nombramos así al lugar en donde se instala el titular del poder ejecutivo. Todos entendemos bien a qué alude esta figura. Es gracioso leer una anécdota que cuenta Martín Luis Guzmán, cuando narra la desilusión sufrida por Eufemio, hermano de Emiliano Zapata. Llegados al palacio nacional, al salón del presidente, buscó con impaciencia la famosa silla. Al verla, exclamó: Yo creí que era una de montar.

Si aquello que toca la presencia del ungido, por contener las vetas del poder, se vuelve objeto de relevancia, como el caso concreto de la famosa silla, cuánto más habría que señalar de ‘los hombres del presidente’, la gente que rodea al poderoso y se embebe de sus moños. Eso lo sabemos muy bien todos los pueblos en donde pululan los caciques, los caudillos, los señores dones y toda esa fauna autoritaria que termina acaparando el poder, concentrándolo y tornándose simplemente intratable para todos sus subordinados.

Nuestra producción literaria latinoamericana posee una buena colección de obras que retratan este fenómeno. No porque sólo aquí se diese tal deformación, o porque nos sea congénita, sino para que lo conociéramos a fondo y aprendiéramos a identificarles. Es lo que nos cuentan tanto los críticos como los propios autores que diseñaron tales perfiles. Algunos de estos textos, como el Tirano Banderas, de Valle Inclán, el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo de Roa Bastos, son muestra suficiente.

Por mucho tiempo se señaló a los países de nuestro subcontinente como una especie degenerada o malformada de naciones, que no acaban de dar el do de pecho. Aquí se reproducen los dictadores como en maceta o las dictaduras perfectas como si nuestra tierra estuviera abonada para ello. Hacerle la disección al priísmo, para enterarnos bien de las variantes sociológicas de nuestro acontecer local, es tarea ineludible. Texto clásico sobre nuestro partido opresor, siempre avalado con procesos electorales, es la tesis doctoral de Luis Javier Garrido: El partido de la revolución institucionalizada, publicado por la editorial de siglo XXI.

Nuestro espectro político, revestido con figuras partidistas, consistió en una especie de monarquía sexenal. Casi todo el siglo XX se sucedieron relevos en el poder ejecutivo que no variaban la nota. Llegaban a ocupar la famosa silla y se comportaban con el mismo estilo autoritario, exclusivista y discriminatorio. A lo sumo, favorecían a la entidad de la que provenían. Pero de no ser esto, todos los recursos que acopia el imán impositivo de la presidencia fueron siempre dedicados a cubrir los costos de la burocracia, pero sobre todo a alentar pingües beneficios a sus favoritos, que no eran distintos a los que identificamos como ‘poderes fácticos’.

AMLO ofreció romper con estos antañones disfraces, con los que estos tales poderes fácticos han tenido engatusado al grueso de la población. Fue la banderola más visible de su campaña. Gracias a su cantilena doble de ‘primero los pobres’ y del ‘combate a la corrupción’, se le fueron aglutinando las voluntades electorales del país. Las fue arrancando del seno del priísmo adormecedor y del esquizoide panismo sobre todo, que les mantenían secuestradas. De esta historia particular ya se ha escrito lo suficiente.

De lo que no hemos dicho mucho es de si el formato unipersonal iba también a ser puesto en la picota para demolerlo. Eso de la concentración del poder en un solo mono es, como decimos, práctica muy antigua. Se habla en otros lugares de faraones, césares, zares, reyes y más fauna insufrible… No es pues novedad haber tenido o tener en nuestro espectro político a estas entidades monopólicas. El axioma de quienes defienden este modelo reza en el sentido de que ‘el poder no se comparte’. Luego se construye toda estructura social como espacio de poder y ya está inoculado el veneno.

Nuestra derecha irredenta lleva desatada su campaña de demolición contra la figura de Obrador desde que llegó al poder. No lo bajan de tirano, de autoritario, de autócrata. El estar señalando como estigma cada paso que da por fuerza hace mella en la percepción de nuestra gente. Pareciera que nuestra derecha mostrenca, desplazada de los favores del poder actual, quisiera construir para Obrador un escenario similar que le ponga en la picota para llevarle a un final tortuoso como el que está conociendo la aventura de Trump con nuestros vecinos gringos. Habría que señalarles a los críticos locales que Trump está cosechando los frutos amargos de su culto desmedido a la personalidad; en tanto que la empatía de Obrador para con los jodidos mexicanos le inviste de un manto de protección que no lograrán taladrar con tantos dardos envenenados que le lanzan. La guerra está declarada. Veremos en los días que vienen qué más nos llega de la esfera pública, viva y rozagante como si no la apaciguara la presente pandemia, que nos obligaría a recogernos. No deberíamos ni asomar la nariz. Pero así está el mundo. Salud.

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